Shock Viajes
Viajes
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El objetivo: salir y comerse el mundo, atragantarse con sus calles y su gente, sus diferentes pedazos de cielo, su comida y sus sonidos.
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Dejémonos de pendejadas, tengo 35 años y ya no podré tenerlo todo. No todo lo que quise cuando era joven.
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Viajar no es sólo tomar el sol, recorrer un museo, probar un plato nuevo, tomarse una foto cuando por fin encontramos la estatua de uno de nuestros héroes. Es también, y por fortuna, viajar en el tiempo.
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“No voy en tren, voy en avión”
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El balance del año que ya casi termina me deja un peregrinaje estupendo por el sur de Francia, que viene muy bien recordar en este momento, cuando se acerca la fiesta del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, uno de lo más grandes e importantes del mundo.
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Vengo de un país que no conoce de estaciones, que todo el año vive una rutina climática exacta, invariable, y supongo que por eso me emociona tanto viajar a algún lugar donde sea otoño, donde pueda ver cómo se van cayendo todas las hojas de los árboles.
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Supongo que el otoño me gusta tanto porque yo también soy un poco así, un poco de ese clima, un poco de hojas que de verdes pasan a amarillas, naranjas, rojas y luego se oscurecen, para caer y generar un placer inenarrable. Un poco hecha de nostalgias. Construida otoñalmente.
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Esta semana la vida me tiene en Barranquilla, por fin, ciudad que no conocía, y eso me alborotó la pensadera, me hizo escarbar en las razones que nos llevan, casi siempre, a querer viajar primero fuera de nuestro país, a recorrer y saborear lo más lejano y tal vez nunca lo que tenemos más cerca.
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A finales de febrero del 2008 escribí un artículo sobre el que, en ese momento, era el país más joven del mundo. Unos días antes -17 de febrero, exactamente- Kosovo había declarado de manera unilateral su independencia (hasta hoy todavía no reconocida por Serbia pero sí por más de un centenar de países, Colombia entre ellos) y, desde mi escritorio, a punta de llamadas y cuestionarios vía correo electrónico, armé el texto.