De Japón nos llegan a diario noticias de todo tipo y calibre. Con sólo abrir el Twitter o el Facebook nos encontramos con videos que registran el último desarrollo tecnológico de punta, la nueva coreografía de pokémones gigantes, o “impactantes” imágenes de platillos con animales marinos bañados en salsa de soya. No neguemos que desperdiciamos minutos e incluso horas de datos móviles morboseando de arriba abajo: que el primer Transformer real, que el tenebroso bosque de los suicidios de Aokigahara, que las 50 cosas que no sabíamos de los youtubers de Japón con Jamón … La lista continúa.
Por: Víctor Solano Urrutia y María Paula García Escobar
Pero no hay que negar que para nosotros lo más atractivo, bizarro y escandaloso es todo lo referente a la sexualidad de los japoneses. De hecho, en los países occidentales tenemos muchas opiniones sobre lo que esta gente hace o no hace con “sus cositas”. Nos inquieta saber qué excentricidades consumen en el porno o qué tipo de fantasías con tentáculos y dibujitos les caben en la cabeza. Nos intriga con un poco de asco y, paradójicamente, nos encanta su exoticidad. También nos deja perplejos el hecho de que, aún pese a sus particulares gustos, los japoneses tengan cada vez menos hijos y tiendan a estilos de vida en solitario antes que a formar lazos de pareja duraderos.
Además de la curiosidad personal hay que reconocer que los medios de comunicación de este lado del mundo nos pullan al clickbait con frecuente insistencia. Artículos, reportajes y documentales de la BBC, W Radio, o la RTVE fomentan llamativas preguntas con cierto aire de preocupación. ¿Por qué en Japón a las parejas les aburre el sexo?, ¿es verdad que la baja tasa de natalidad dejará a Japón deshabitada en unos años?, ¿es el hombre japonés un “friki solitario, frustrado e inhibido”?, ¿por qué es la cultura japonesa “machista, cerrada y estricta”? Pero estas preguntas quizá digan más sobre nosotros que sobre los japoneses.
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Si no lo creen, hagan el ejercicio: no es sino buscar en Google “sexualidad en Japón” y en 0,29 segundos brotan más de 600,000 resultados, casi todos de medios españoles, gringos, latinos o europeos criticando, casi con nerviosismo e incomodidad, la falta de sexo de los nipones. La mayoría de estos artículos muestran cifras para ellos preocupantes: el número de solteros por los cielos, la esperanza de vida altísima, el aumento en la cantidad de cafés de gatos para hombres frustrados y solitarios, etcétera, etcétera… A veces hasta se cuela el nombre de un hentai y por ahí nos desviamos en nuestra “investigación”.
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Qué alguien nos explique cuál es la mojigatería oculta detrás de estas cifras. Detrás de tanto número y estadística, ¿queremos hacer sonar muy científico nuestro morbo? No digamos mentiras: no nos preocupa que en Japón nazcan cada vez menos personas o que haya cada vez más ancianos pintorescos de 200 años. Países escandinavos o la misma Canadá tienen estos “problemas” y nadie pega el grito. De hecho, parece lógico cuando sabemos que Japón hace años se quedó sin tierras, los arriendos cuestan un dineral y hay sobrepoblación en la isla. Lo que nos tiene tan inquietos es algo más.
Empecemos por unas preguntas: ¿qué es para usted una vida sexual activa? ¿Qué prácticas caben allí? ¿Puede haber vida sexual activa en solitario? Quizá le sorprenda saber que en Japón cualquier empleado de mediana edad, con esposa y vivienda, puede tranquilamente poseer a una vida sexual activa por fuera de su hogar accediendo a una amplia gama de servicios eróticos ofrecidos a plena luz del día en las principales ciudades. Esta gama puede ir desde el uso de cabinas individuales para la masturbación hasta sesiones privadas de masajes en las orejas. Todo esto choca con lo que consideramos sexualidad en nuestros países; es decir, llamamos desviación a todo lo que no se restringe al sexo en pareja; si se enfoca en órganos que no sean los genitales y si se usa para algo distinto a la reproducción, entonces es algo “raro”.
Para poner otro ejemplo, pensemos en las idols japonesas: se trata de grupos de niñas entre 11 y 20 años de edad aproximadamente que se dedican a realizar presentaciones de canto y baile y a establecer relaciones estrechas con sus fanáticos, en su mayoría hombres mayores de 25 años que las siguen en sus tours por todo el país. Estos hombres a menudo coleccionan cualquier memorabilia y mercancía relacionada con su chica preferida, llenando su departamento de discos, afiches y fotos que logran sacarse con ella. Como ser fanático de un futbolista, o mejor: de un pokémon.
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Aunque no se crea, esta actividad es tan aceptada socialmente que las madres de estas niñas no ven como un problema el fanatismo al que llegan los hombres mayores con sus hijas. En un país como el nuestro sería fácilmente un caso de pedofilia y explotación infantil. Pero para los fanáticos, un simple apretón de manos con su idol cumple con funciones muy importantes: prácticamente sustituye la relación sexual de pareja y se convierte en todo un propósito de vida. Probablemente, la idea de masculinidad que tenemos en América no sea compatible con el perfil de estos fanáticos. Si usted es un hombre heterosexual, ¿se imagina aprendiéndose las coreografías de estas artistas hombro a hombro con sus mejores amigos?
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Otro punto que “raya” a los periodistas occidentales en cuanto a la supuesta falta de masculinidad de los japoneses es la alarmante falta de sexo en pareja. Y esto parte de la idea que tienen (y tenemos) de que la vida sexual tiene etapas específicas vinculadas a determinado tipo de prácticas. Con este argumento, es fácil decir que hay individuos de otras culturas que “se quedaron” en algunas etapas: el japonés sería un sujeto que se estancó en la cadena evolutiva como un eterno adolescente pajero. Pero esa clasificación realmente nos delata.
Para nosotros no hay nada más importante o que defina mejor nuestra identidad que la misma sexualidad. Es más, buscamos los más profundos secretos de nuestra vida entre nuestras piernas y lo que hacemos con ello, y, por si fuera poco, sólo basta eso para clasificarnos y juzgarnos. Un reflejo de lo anterior son los “reality shore ” (Jersey Shore, Acapulco Shore, Geordie Shore, etc.) que producen cientos de capítulos y temporadas en los cuales vemos dramas de todo tipo alrededor de la vida sexual de los protagonistas. En estos programas la máxima aspiración trascendental del ser es estar “bueno” para la chica o chico que conoció en una fiesta.
Precisamente, si nos quedamos sólo en la sexualidad olvidamos otras explicaciones de igual o mayor importancia. Cuando los documentales y los artículos tratan las prácticas sexuales japonesas, quieren sonar como expertos en biología, salud o psicología. Sólo hay que ver al tipo de especialistas que entrevistan, rara vez conocemos la opinión de sociólogos o economistas. Seamos claros: una mirada al fenómeno de las muñecas sexuales o al hentai no puede omitir la existencia de un mercado voraz que lo pide a la vez que sexualiza y cosifica a las mujeres. Eso pasa también con los reality y con la pornografía.
(Vea también: Las mentiras del activismo y el porno feminista)
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Es decir, estas prácticas que llamamos raras o desviadas no se le deben achacar únicamente a individuos perturbados, sino a dinámicas que nos envuelven a todos los consumidores en todo el planeta. Es simple: nosotros lo pedimos, ellos lo producen y el resultado puede ser bastante curioso. ¿Acaso una mujer japonesa común se parece en algo a los monstruosos personajes femeninos del ánime y el manga? ¡No! Ya es difícil encontrar en cualquier parte del mundo una mujer con senos de 30 kilos, piernas de 2 metros y ojos del tamaño de unas naranjas. Estas abominaciones, que a algunos les pueden parecer ridículas, son excitantes para otros porque se parecen a los ya utópicos estándares de belleza de nuestra sociedad. Son nuestro frankenstein erótico.
Si lo pensamos bien, el desarrollo tecnológico japonés ya no sólo afecta los ingresos, el PIB y las leyes del mercado, también contribuye a replantear el modelo de la familia y de las prácticas sexuales de ese país. Es posible que en un matrimonio común en Japón las parejas decidan con mucha frecuencia no tener sus hijos producto de una relación sexual, sino por medio de alternativas como la inseminación artificial o la fecundación in vitro. Estos métodos que todavía pueden ser controversiales al desafiar la función fundamental del sexo en Occidente, suelen ser soluciones prácticas para los matrimonios japoneses que pueden durar años sin tener cierto tipo de relaciones y no lo ven como un problema necesariamente. En eso sí nos llevan años de ventaja.
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Además, han desarrollado estrategias para resolver muchos problemas que hoy en día nos aquejan como sociedad. Pero, curiosamente, estos logros pueden ser al mismo tiempo desventajas en su país: el aumento de la expectativa de vida como fruto de la medicina exitosa y los buenos hábitos, pero que aumenta el gasto del gobierno en individuos improductivos de la tercera edad; la alta productividad en el trabajo que genera alarmantes niveles de estrés, enfermedades mentales y en algunos casos el suicidio; el desarrollo tecnológico en la industria robótica que, a su vez, sirve para crear muñecas sexuales que reemplazan a las mujeres.
Japón es interesante por muchas razones. Si bien ostenta sus particularidades culturales no podemos pensar que no tiene nada que ver con Occidente: el mercado ha incidido mucho en los gustos de consumo, pues no sólo los japoneses gozan del hentai y del J-pop, entre otros productos. Como dijimos, tenemos responsabilidad en el asunto. Y sí, todos los fenómenos que hemos mencionado son interesantes por sí solos, pero la manera en que los hemos mirado en nuestros países puede desviarnos de lo central. ¿A qué le estamos parando bolas?
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En vez de pensar que la falta de intimidad se deba a una “batalla de los sexos” o a una extraña psique, o que el hombre japonés carece de masculinidad y que la mujer es frígida y cerrada, deberíamos preguntarnos por el machismo detrás del ánime y del hentai, o por la explotación infantil al que se someten las idols, entre otros temas. Finalmente, es hora de dejar las preocupaciones vanas; no usemos más a los japoneses ni a nadie como el chivo expiatorio de nuestras propias angustias de identidad e inseguridades como sociedad.
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