En un país tan violento como Colombia y que a la vez está en proceso de paz y posconflicto es muy importante que nos sentemos a hablar, que nos escuchemos unos a otros y reconozcamos las similitudes en las diferencias. Por eso nos fuimos hasta Medellín para encontrarnos con MOEBIUZ, uno de los colectivos de rap más importantes de la ciudad y el país, y sentarlos a hablar con otro parche fuerte en la ciudad, ICON: el sello de reggaetón donde se han creado hits de la talla de Mi gente y Ginza de J Balvin o Déjala que vuelva de Piso 21 (además, amigos de infancia de Juan Fernando Quintero con quien alcanzaron a producir una canción). ¿Rap y reggaetón? ¿Amigos o enemigos? ¿Igualitos pero diferentes? En este nuevo capítulo de Sonidos Bestiales, nuestra cacería por las historias detrás de los sonidos en Colombia, armamos una conversación entre dos géneros que se pensaban incompatibles para derribar prejuicios, hablar sobre la industria y entenderse mutuamente. Una historia que revela los circuitos internos de la música en Medellín, que demuestra cómo los artistas han soportado con dignidad décadas de violencia y le han dicho no a la guerra. Sentamos en esta conversación a figuras clave de la escena como Crudo Means Raw, Granuja, Feid, Zof Ziro, Métricas Frías, Mosty, Mañas, Rolo, Wain, Jowan y Pardo. Todos hablaron sobre sus orígenes, prejuicios, la industria, el efecto de lo comercial y las místicas de cada género.
Sonidos Bestiales es nuestra cacería por las historias detrás de los sonidos en Colombia. Esta vez presentamos un parche liderado por el bogotano Richie Bones que ha traído a la cultura bogotana una de las expresiones más insignes de la cultura dub y reggae: el sound system El Gran Latido. Los sound system son consolas de sonido hechas con cajas artesanales que tuvieron su origen en Jamaica, pero que hoy retumban en diferentes partes del mundo logrando que la cultura crezca y demostrando que son mucho más que un arrume de aparatos. En torno al sound system se reúne un sound man, MC (cantantes), box boys, productores y sobre todo, la comunidad que recibe en sus calles esta mezcla de música y mensaje. El Gran Latido nació en Bogotá y ha venido organizando los conciertos más importantes del género y con artistas de primer nivel de todo el mundo. Aprovechamos la presencia del colectivo francés O.B.F. (Original Bass Foundation) para entender todo lo que hay detrás de esta cultura, para palpitar con él y unirnos a su solemnidad. Descubra cómo se sostiene esta movida, de dónde viene, para dónde va y cuál es la mística que ha unificado este sentir en todo el mundo.
El año pasado Yolanda Rodríguez, columnista del Huffington Post escribió un artículo que en pocas horas se hizo viral. Criticaba a Maluma por la letra machista y misógina de una canción, de un trap llamado 4 Babys. Para muchos, fue la primera vez que esa palabra de cuatro letras emergía y salía a la luz; para los representantes del género era el espaldarazo que hacía falta para terminar de detonar en el mundo. Y no se equivocaron. Aunque el trap nació en el sur de los Estados Unidos a comienzos de los noventa, en los últimos años ha tenido un auge en el mercado latino que recuerda al reggaetón en sus inicios. Altamente criticado, pero altamente masivo; altamente odiado, pero altamente consumido. Hace tiempo que Colombia le quitó a Puerto Rico el título de ser la meca del reggaetón. Ahora está naciendo una camada de cantantes y productores que pretende repetir la historia, pero esta vez con ese hijo del rap: el trap. Barranquilla tiene algo interesante en las manos: no solo está produciendo trap a paso acelerado, sino que viene armada de una mezcla entre la oscuridad y crudeza de las letras que identifica a esta vertiente y el ADN caribeño; una inyección de idiosincrasia barranquillera sobre la piel de una corriente netamente americana que da como resultado una mezcla que lo hace sobresalir de otros centros de producción. Christian, más conocido como CH12, es uno de los exponentes del género, está más que preparado para salir a conquistar YouTube y de ahí en adelante lo que se venga. Se sabe porque no hay momento en que no hable de esas nuevas canciones que en poco tiempo presentará en sociedad.Tiene 26 años, moreno, alto, su pinta urbana es impecable, sus uñas brillan y parece acabado de salir de la barbería porque las líneas que limitan las fronteras de su cara están demarcadas con rigor. Son contadas las sonrisas que se le escapan, es de pocas palabras, pero una vez se le pregunta por su música, se desploma el muro. “Una nena, una pepa, una onza y un par de botellas, para que nos vamos a complicar si la vida es tan bella, la vida es tan bella”, dice uno de sus nuevos tracks. Fácilmente se puede convertir en un hit de esos que hoy están sumando y sumando reproducciones en todas las plataformas, como Youtube. Su casa queda en una esquina de Siape, un barrio cercano al río Magdalena, un fuerte epicentro del comercio, pero también del microtráfico que ha encontrado en sus calles un corredizo importante para desembarcar y mover drogas sin problema. Mientras con su celular amplifica las maquetas de sus canciones, baja una cuesta que queda al lado de su casa. Ni la maleza que rayan las piernas al pasar, ni la basura son obstáculos para él y los cascos de motos, la ropa roída, las cabezas de muñecos desamparados en los matorrales ya no son preguntas, solo hacen parte del paisaje. Esa, cuenta Ch12, es la ruta preferida de los ladrones para volarse de la policía en las noches, porque hasta allá no llega la ley y señala a lo lejos los lugares donde están las caletas (en inglés las trap house), los sitios donde se cocina y se vende la droga. Entonces empieza a cobrar sentido la relación de ellos con la música que se empezó a hervir en el sur de Estados Unidos. La conexión va más allá de unos patrones musicales que se basan en un sonido más electrónico, bajos marcados y el uso del sintetizador Roland 808; comparten el lazo de ser hijos del gueto, conocen el sabor crudo de las calles desde lo más profundo. Barranquilla es la cuarta de ciudad más grande de Colombia y también una ciudad caliente (y no propiamente hablando del clima); el problema de las pandillas no cesa y en el 2015 registró el mayor número de homicidios en los últimos 15 años y en en el 2016 ocurrieron 512 asesinatos que, según declaralaciones de la Policia Metropolitana, tienen que ver con el microtráfico de drogas y el negocio informal de préstamos. “De donde vengo ha sido un barrio con muchas problemáticas, muchos de mis amigos están muertos, personas con las que crecí ahora están liderando pandillas; a veces no han sido sus decisiones, pero la falta de oportunidades han hecho que crezcan sicarios, ladrones, extorsionistas, que también son personas que tienen sentimientos. A mí me gusta hacer música que identifique a esas personas”, cuenta. Recorrer Siape con personas que no pertenecen al barrio no es tan fácil, ni siquiera para él, una cara respetada. Mientras camina, CH pregunta por sus amigos, pero nadie da razón. Sin el respaldo del parche, prefiere no continuar caminando. Cuando vivía en San Salvador, un barrio cercano, empezó una agrupación con amigos de la cuadra: Los Campeones del Barrio, una especie de colectivo compuesto por cantantes y productores con las mismas inquietudes musicales. MC Killer es otra de las cabezas de los Campeones del Barrio, por eso en su brazo tiene tatuadas las iniciales de lo que él dice, fue un movimiento. Love and Hood fue el primer disco que sacaron, con las uñas, pero lo sacaron. Sin pensarlo en una sola noche vendieron 200 copias y llenaron un concierto con 900 personas. “De ahí en adelante nos dimos cuenta que éramos los cantantes de la gente y no paramos de hacer música”, cuenta MC Killer, sentado en un parque que opera como una olla, ahí en San Salvador. Su nombre de pila es Arnoldo Téllez, como le puso su mamá porque su papá nunca quiso que se llamara así. Es elegante, su presencia es imponente, tiene el aire de un artista que está listo para entrar en las ligas mayores. Desde que pone un pie afuera de su casa, no cesan los saludos sus vecinos. Es un ídolo del barrio real, de carne y hueso y al que le sobra respeto. Se siente. En el 2015 estuvo involucrado en un asesinato; después de seis meses en la Cárcel del Bosque en Barranquilla, le concedieron su libertad y salió invicto e inocente. Esos seis meses engrosaron no solo sus líricas, sino que lo convirtieron en una leyenda andante. “Vale mía, vale mía” le gritan mientras camina y él, a su paso, responde con el mismo saludo, como si se tratara de una clave. Es el coro de la canción que se volvió polémica gracias al video donde un grupo de hombres sin camisa y armados hasta los dientes, acompañados por la hermanita de MC Killer, cantaban fraternalmente la canción. “Si quieren los invito a mi barrio, para que vean que las cosas que canto no son mentiras; yo estoy hablando en tercera persona, porque los que no escogieron la música, si viven así y mis canciones son las que ellos escuchan, se sienten identificados. Salen por la mañana a la calle cantándolas y se creen ello. Esto es un relato” dice con la seguridad de alguien que lleva viviendo toda su vida en San Salvador y no planea moverse para ningún lado. El trap ha sido fuertemente criticado por sus letras, por la apología a las drogas, a la violencia y al machismo, eso no es un secreto, pero entonces ¿Por qué es tan consumido? Una buena parte de su triunfo llega gracias a esas personas que se sienten identificadas con la visceralidad de sus historias y porque las han vivido en carne propia o por lo menos han estado muy de cerca; la otra porción- que no es pequeña- viene de los que no hacen parte de ese mundo pero encuentran atractivo sumergirse en un mundo ajeno de la mano de sus protagonistas estelares. “Yo nací en el sur, en el barrio Las Nieves y agradecido con Dios porque nuestra música explotó en el norte, donde vive la gente de otro estrato. La alta sociedad barranquillera fue la que empezó a admirar nuestra música y luego fue que explotó acá en el sur. La gente de tu comunidad de estigmatiza, te ofende, te humilla” cuenta Fahd One, uno de los nombres a los que todos hacen alusión cuando se pregunta por los duros del género en la ciudad. Él y Original Rasta son las cabezas de 47CORP una agrupación que fue definitiva para definir el rap barranquillero. Es apenas normal que las canciones causen alergia, que un padre se sienta ofendido y que alguien que vive en otras condiciones se incomode. Pero ellos, lo que llevan el micrófono, no están librando una batalla con el lápiz para escribir ficciones románticas que le caigan bien a todo el mundo, son más bien cronistas del lugar donde nacieron que, paradójicamente, terminaron viendo amplificado su mensaje por la clase acomodada, la privilegiada, la que no ve la violencia de cerca. Una mezcla de pornomiseria y fascinación kitsch. Por eso, les resulta irónico que al resto del mundo se le revuelva el estómago con el relato de lo que para ellos es un día normal. Quizá en otros lugares no se dé el terreno para que el rap o el trap sean tan viscerales, pero ¿Qué le vamos a hacer? Barranquilla, como la mayoría de las ciudades de Colombia, tiene un historial violento en su hoja de vida. El resultado de la música no es un invento, ver y caminar las calles por donde se desenvuelven los cantantes es entender que las líricas que escupen no son precisamente un capricho. Da miedo pensar en un mundo donde las realidades solo puede ser narradas por los noticieros, donde las expresiones artísticas se tienen que limitar a hablar de lo bonito de la vida para pertenecer a algo; da miedo pensar que la música se tenga que medir con la vara del moralismo, como si ya no hubieran suficientes imposiciones y da miedo pensar en que los mismos que están minimizando a esos cantantes, son los primeros en bailar y cantar sus canciones en un rincón oscuro de la discoteca más cercana. Cuando el reggaetón arrancó, hace por lo menos 15 años, fue odiado, injuriado y rechazado, hoy es más pop que el mismo pop (y pesos pesados de la industria que han incursionado en el género como la misma Shakira lo demuestran). Considerando la fuerza que ha venido tomando el trap en los últimos años, es posible augurarle un futuro similar. Por eso es el momento de admitir con propiedad y sin miedo que no nos gusta X o Y género musical, pero dejar de intentar que la música sea correctamente política y utópica. “El trap está contando la realidad. ¿Cómo nos hacemos nosotros? Con besitos no. Es crudo pero es la realidad”, dice Fahd One, sentado a diez metros del arroyo más peligroso de Barranquilla.