Para que el picó se haya convertido en un símbolo musical del caribe colombiano no solo tenía que ser una caja que disparara vatios de sonidos calientes. También tenía que tener color. Color y una identidad propia, porque eran como una fuerza incontrolable y combatiente que se extendía hasta dónde podía llegar la música.
Detrás de estos mastodónticos, o mejor, enfrente de ellos, estaban los artistas del pincel. Los hombres que le imprimieron una estética particular a cada uno de esos sistemas de sonido. En este capítulo de ‘El Picó, la maquina musical del caribe’, nos acercamos a la historia de los espadachines del pincel y del aerógrafo, quienes le metían tinta y marcaban a cada uno de los picós para que además de sonar fueran visiblemente certeros.
Siga a darle play a este tercer capítulo de la serie web para los altos bailadores