Bogotá está hecha de asfalto, de caos, de las montañas que se extienden por el oriente y de metaleros. Cada año, con el primer día del Rock al Parque, el que todos saben que es “el día del metal”, se comprueba y se ratifica. Son un público fiel, infaltable, que se reproduce contra la marea del consumo masivo. Y lo lleva haciendo así desde hace muchos años.
Hay algo en el humo de los buses, en los humedales sobre los que se construyó la ciudad, o en su aire contaminado, que hace que los sonidos oscuros y extremos se extienden a lo largo y ancho de la ciudad. La escena capitalina, a diferencia de lo que pasó en Medellín con el punk, formó sus bases a punta de oscuridad, demonios, chaquetas de cuero y las melenudas cabezas de metaleros que le aportaron virtuosismo a nuestro mapa musical.
La edición número 24 del festival Rock al Parque sumó en su primer día 75.000 asistentes. Un promedio que se volvió costumbre y que en ediciones anteriores ha sido sobrepasado. Y aunque los datos del festival son contundentes, el circuito se alimenta todo el año a punta de autogestión y una determinación enorme.
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La ciudad tiene bares de metal de extremo a extremo; tiendas de discos y camisetas y chaquetas de cuero; pequeños festivales que se organizan con las uñas en las localidades y muchos parches que reavivan con las generaciones la movida. Vea también la versión de 2014 de nuestro texto: ¿Por qué Bogotá es tan metalera?
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Agradecimientos: Idartes por el documental A los 15 uno ya es grande
Realización: Jorge Martínez
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