Tuvieron que pasar 26 años para que Rock al Parque reconociera el aporte de las bandas internacionales femeninas al mundo metalero. Les contamos por qué Crypta, Asagraum y Frantic Amber escribieron un nuevo capítulo en la historia del festival.
Por William Martínez
Las agrupaciones de mujeres no caben en los grandes festivales de metal . Basta revisar los carteles del Knotfest o del Bogotá Metal Fest para darse cuenta de que los empresarios fichan a las leyendas de costumbre y a bandas posicionadas en la escena contemporánea sin tomar demasiados riesgos. Desde el punto de vista mercantil, es totalmente comprensible.
¿Para qué convocar a bandas integradas por mujeres o por los sectores LGBTIQ+ o por indígenas o por negros si los que mueven la caja en la industria metalera son los íconos blancos?
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Bajo esa lógica, el mundo metalero —al igual que el mundo moderno— lleva años viviendo una epidemia global de nostalgia. Ir a ver a Judas Priest o Apocalyptica o Pantera es una manera de alimentar la nostalgia adolescente y así defenderse en un mundo postpandémico y al borde de la recesión económica.
Se trata de la búsqueda incesante por reconstruir un hogar ideal, un hogar que habita en el pasado. De esta manera, mientras volvemos a ver a los íconos blancos que nos hicieron sentir a salvo, nos entregamos a un universo emocional desprovisto de pensamiento crítico. Si estallamos la burbuja emocional construida a partes iguales por empresarios y público, surgen preguntas incómodas: ¿cuántas agrupaciones de metal integradas por mujeres conocemos y seguimos con verdadera atención? ¿A cuántas de estas agrupaciones hemos visto en vivo? ¿Qué tienen ellas para decirnos y para mostrarnos, por fuera de los márgenes delineados por la mirada masculina?
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Ante este estado de cosas, con organizadores privados que privilegian el entretenimiento y el dinero sobre la diversidad cultural y la formación de nuevos públicos, las instituciones del Estado deben asumir un papel para reescribir la historia. Después de 26 años de lo mismo, Rock al Parque, por primera vez, invitó a su tradicional día de metal a tres agrupaciones integradas por mujeres: Crypta (Brasil y Países Bajos), Asagraum (Países Bajos) y Frantic Amber (Suecia). Así lo confirma Chucky García, programador artístico del festival organizado por Idartes.
Rock al Parque acudió a una estrategia revisionista , es decir, rescató a personas que en la historia del metal han sido rechazadas, olvidadas u ocultadas por su condición. Como lo demostraron algunos proyectos artísticos en la década del sesenta, en pleno desarrollo del movimiento feminista y por los derechos civiles en Estados Unidos, solo hay un modo de deconstruir el canon y es resucitando a los otros de la historia.
En ese acto de revisar, de mirar hacia atrás, de descubrir los vacíos normalizados por décadas, el festival está expandiendo la narrativa de un género que también ha sido cultivado por mujeres. Quizás para ellas no solo se trate de escribir un nuevo capítulo. Quizás se trate de algo vital, de un acto de supervivencia. ¿Cuántos de nosotros y nosotras sabríamos de su existencia si no ocuparan un lugar protagónico en este cartel?
Cuando los investigadores del futuro consulten la edición 26 de Rock al Parque, y reseñen los orígenes de la apertura de género en el festival, deberán detenerse especialmente en el tremendo show de Frantic Amber, la banda creada en Estocolmo en 2008 que pisó tarimas colombianas por primera vez. Su sonido robusto, anclado en el death metal melódico, con desvíos hacia el thrash, el progresivo y el heavy con elementos sinfónicos, fue enaltecido con la genuina calidez de su líder, Elizabeth Adrews.
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Esta bailarina de ballet danesa impactó con su múltiple registro vocal —pasando de guturales a armónicos con perfecta fluidez— y su contacto incesante con el público durante 45 minutos de show. Si el programador artístico del festival llega a dudar de su decisión de diversificar el cartel, deberá detenerse y apreciar la conexión fulgurante que construyó este sexteto.
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Esta vez Rock al Parque no apostó por grandes referentes del metal, sino por agrupaciones emergentes y bandas con algún reconocimiento en la escena contemporánea. Al final, ¿funcionó el experimento? El Escenario Plaza, en otras ediciones abarrotado hasta la puerta de ingreso, solo se llenó a la mitad y el público en general fue menos efusivo. Sin embargo, algún precio se tenía que pagar por romper el molde. Ganamos en diversidad, y lo más importante: las mujeres, después de 26 años de festival, pudieron reivindicar su aporte en la tradición de un género dominado por hombres.