Es difícil saber qué fue lo más impactante la primera vez. Las bandas, la entrada, el público. Todo es maravilloso, todo es asombroso, incluso tenebroso. Sin lugar a dudas, es de esas cosas que marcan un antes y un después, sobre todo para los que decidieron irse por el camino de la música. Hasta es posible que en muchos casos, la decisión haya sido fuertemente influida por esa primera experiencia en el que, sin duda, es el festival más importante de nuestra ciudad: Rock al parque.
Por Alejandro Araújo ( Montaña )
El rockero promedio bogotano de clase media, nacido de los 80 para acá, fue moldeado por Rock al parque, creció junto a él. Escuchó de su mamá todas las críticas, la oyó año tras año decir que es un festival de marihuaneros, satánicos, gamines y ladrones. Vio las imagenes en los noticieros, los videos de las bandas tocando, del público con sus chaquetas de cuero, vio las crestas, el pelo largo, las botas obreras, los piercings y los tatuajes. Quedó hipnotizado por una cultura libre, por sonidos agresivos que poco tenían que ver con lo que se escuchaba en su casa, las baladas que ponía su padre o la música de plancha de su madre.
La historia del Festival Rock al Parque en datos (in) útiles.
Llegó el martes después del festival a comentar esas imágenes con sus amigos en el colegio, se dibujó tatuajes con marcadores y esferos, inventó nombres de bandas y dibujó los logos en las hojas de atrás de sus cuadernos. Decidió hacer una banda con su parche de amigos, cada uno escogió un instrumento, le pusieron un nombre y fantasearon juntos con llegar a tocar en esos escenarios que veían por televisión un fin de semana al año.
El resto del año intercambiaban música. El hermano mayor o el primo grande de alguno le mostraba a Metallica, Guns n Roses o Blink 182 y este se las pasaba a sus amigos del salón. Todo era nuevo, todo era fuerte, todo era adictivo. Alguno tenía un equipo de sonido con grabadora de cassette y cuando en una emisora sonaba una canción que le gustaba, corría a oprimir “Rec” y así poder escucharla después, tantas veces como aguantara la cinta y obviamente, siempre sin los primeros cuatro o cinco segundos.
Más o menos entre los 14 y 17 años, el rockero bogotano promedio decide ir por primera vez a Rock al parque. Obviamente tiene que hacerlo a escondidas de sus padres. La aventura empieza desde la casa, pensando qué ponerse, qué excusa inventar, cómo llegar al parque Simón Bolivar, tener algo de plata para los buses y de pronto para un perro caliente a la salida. Aparece una sensación de libertad, el vértigo y la emoción crecen al irse acercando por ver toda la gente en la calle dirigiéndose al festival. La requisa a la entrada, el miedo a la policía, así solo tuviera las llaves de la casa y la billetera de velcro con cinco mil pesos. Entrar y ver a toda la gente, miles de personas, todos los estilos, escuchar a las bandas, quedarse maravillado con algún músico, con algún instrumento y ahí es donde algunos decidieron irse por ese camino, querer estar del otro lado de la tarima, sentir la adrenalina desde arriba, salir del pogo y pasar a generarlo.
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Compra su primera guitarra, bajo o batería y se obsesiona, practica todos los días y empieza a tener bandas, toques en salones comunales y colegios. Cumple 18 años y empieza a tocar en bares. Durante todo ese tiempo, cada año vuelve a Rock al parque y se promete estar allá arriba y mientras tanto, lo disfruta como lo que nunca va a dejar de ser: fan.
Después de mucho camino recorrido y mucho trabajo, decide presentarse con su banda a la convocatoria distrital. En algún momento le tuvo que decir a sus papás que quería dedicarse a la música, seguramente alguno o los dos no estuvieron de acuerdo, seguramente lo regañaron alguna vez por perder un examen por estar practicando o ensayando, seguramente le hicieron cortar el pelo muchas veces, seguramente tuvo que dar muchas batallas con su familia, con el colegio, la universidad y todo el mundo, que le dijeron cientos de veces que de la música no se vive, que estudie una carrera de verdad como derecho, economía o medicina.
Siete momentos críticos de Rock al Parque.
Quién sabe cuántos planetas y estrellas tuvieron que alinearse y después de todo un proceso de audición y sobre todo mucho trabajo, recibe la noticia de que su banda pasó la convocatoria y va a tocar en Rock al parque. Viene la celebración con sus compañeros de banda, tanto camino recorrido al fin está dando frutos, pero todo está empezando hasta ahora. La preparación del show, pensar las canciones que van a tocar, pensar en las luces, el video, pensar en ingenieros de sonido, stage managers y vjs. Aprender a hacer un Rider técnico (Documento con los requerimientos técnicos de la banda), preparar los instrumentos, hacerles mantenimiento, ir a entrevistas, cumplir con las obligaciones de la convocatoria y después de todo eso, por fin, llegar al tan esperado día.
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Esa mañana se levantó, se sirvió un café y ni siquiera pudo comer por la ansiedad. En la cabeza seguía revisando todos los detalles, nada podía fallar, todo había sido ensayado pero los nervios empiezan a aparecer esporádicamente. El carrusel de emociones que empezó con la decisión de presentarse a la convocatoria, se intensifica. Por momentos solo hay mucha emoción y alegría, por otros, angustia y nervios. Aparecen los miedos y las inseguridades. Una van recoge a la banda y camino hacia el parque todo es alegría, emoción, expectativas, ansiedad. Aparece una sensación de libertad, el vértigo y la emoción crecen al irse acercando por ver toda la gente en la calle dirigiéndose al festival. Todo igual que las otras veces, pero esta es diferente porque mucha de toda esa gente va a estar viéndolos en la tarima dentro de pocas horas.
El rockero promedio bogotano se da cuenta de que ya no es tan promedio, ahora es parte de un pequeño y selecto grupo de gente que está en la historia del festival, de la música de la ciudad. Piensa que si alguien en 500 años hace una investigación sobre el Rock en Bogotá, inevitablemente va a llegar a Rock al parque y puede encontrarse con él. Ya dejó huella, ahora es inmortal.
Se acerca la hora del show. Todo está listo y montado en el escenario. Este rockero y sus amigos de banda tienen un momento solos antes de tocar. Hablan y recuerdan su primer toque en un garaje con amplificadores dañados y se relamen de pensar en el sonido que van a tener en pocos instantes. Se dan aliento unos a otros, se abrazan. Cada uno tiene sus rituales antes de salir, uno hace flexiones, otro calienta y estira, otro se encomienda al cielo y por fin, una voz anuncia a todo el festival que es su turno. Se suben a la tarima, se cuelgan sus instrumentos, ven a toda esa gente y suena la primera nota. Empieza un nuevo capítulo en sus vidas esperando que la próxima vez en Rock al parque sea en unos años, pero ya no presentándose a la convocatoria, sino invitados por la organización después de girar por todo el mundo. Volver a casa, volver a ver a todo el público a la cara y agradecer porque fue el primer gran paso en una gran vida de Rock.
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