La presentación del colectivo feminista ruso —más un performance que un concierto— dividió opiniones del público. Les contamos cómo establecieron sus propias reglas de juego en un festival patrocinado por el Estado y que valora, ante todo, el poderío musical.
Por: William Martínez. Fotos: Jhon Paz - Natalia Pedraza
Para Rock al Parque la música es el fin. Para Pussy Riot la música es el medio.
El colectivo artístico ruso no concibe la música como un laboratorio creativo ni como un viaje hacia lo trascendental. Su propuesta no es prolija ni cruda ni innovadora. Y no es prolija ni cruda ni innovadora porque la música es para ellas apenas un brazo de su proyecto político , ese que las catapultó a la fama en 2012 cuando tres mujeres entraron a la Catedral de Cristo Salvador de Moscú y le cantaron a la Virgen María: “Hazte feminista y expulsa a Putin”. La intervención de un minuto llevó a dos de ellas a pasar dos años en prisión.
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Una conversación bien punkera sobre feminismo con una de las Pussy Riot
Desde 2016, emprendieron una gira por varios países para expandir su mensaje: “El tiempo del silencio ha terminado. El futuro será femenino o no será”. En Bogotá, la primera ciudad que visitaron en Sudamérica como banda, las rusas impusieron su propio orden y sus propias reglas. Rock al Parque, un evento patrocinado por el Estado (así en mayúsculas), fue su vehículo. A las 8:00 de la noche del domingo 19 de agosto, segundo día del festival, ellas tenían programada una rueda de prensa en una sala del parque Simón Bolívar. Cancelaron a último momento. Una hora después, en el Escenario Eco, debía empezar su presentación. Salieron a tarima 20 minutos tarde.
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En un festival donde cada minuto es oro y donde se ha vuelto automático empezar los toques sin discursos ni preludios —lo importante es la música—, ellas proyectaron, antes de salir a tarima, un video de 15 minutos que compilaba 25 hechos que constatan que vivimos en un mundo de mierda y que justifican su lucha. Cada 30 minutos son asesinadas en el mundo cinco mujeres por su pareja. El 60 % de la basura del planeta se concentra en África, un continente que no produce ni el 10 % de esa basura. Estar en un concierto de Pussy Riot es asistir a un seminario intensivo de feminismo y anticapitalismo. Pero no se imaginen un show con la estridencia del punk ni con el lenguaje panfletario de la izquierda ni con la sobriedad de los defensores de derechos humanos.
Lo de Pussy Riot fue un performance satírico, más que un toque. Al fondo de la tarima, un DJ ponía pistas de música electrónica fiestera; en el medio, dos mujeres con pasamontañas hacían coreografías infantiles; al frente, Nadya Tolokonnikova, líder del acto, cantaba con un tono dulzón muy al estilo del pop coreano. Las luces de neón atiborraban el espacio, Hello Kity y otros personajes animados eran el telón. Esa escena, en apariencia anodina y por pasajes monótona, con aire de mofa, contenía un subtexto que no era anodino ni burlón. Montaron un mundo de plástico, una zona de juegos de centro comercial, para decir que en Rusia están encarcelando jóvenes de 17 años por hablar de política en Messenger o para decir que mientras los policías se masturban debajo de los puentes sin castigo, los prisioneros políticos mueren de hambre.
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En su primera etapa, Pussy Riot aprovechaba las multitudes para lanzar golpazos sobre la vida contemporánea a punta de punk rock. Ahora crean fantasías con el mainstream mientras clavan el aguijón. Cambia el método, persiste el espíritu.
Las rusas, además, se conciben como una red feminista con alcance global. En el pasado Vive Latino (México), por ejemplo, invitaron a una feminista local para dar un discurso sobre los asesinatos de mujeres en ese país. En Bogotá, invitaron a tarima a Las Tupamaras, un colectivo de baile que hace oda de las plumas y el amaneramiento en rechazo a la misoginia que existe en la propia comunidad LGBT. Hombres con medias de malla y chaquetas de pieles bailaron con las rusas y lanzaron frases de orgulloso mariconeo en un festival donde la mayoría de asistentes son hombres y donde el 90 % de las bandas están conformadas por hombres.
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Durante este lunes, las rusas recibieron reclamos en redes sociales debido a que postearon en su página de Facebook imágenes de su concierto en Edimburgo (Escocia), el cual se desarrolló al mismo tiempo que el toque en Rock al Parque. Las señalaban de farsantes, de robarse la plata y de eurocentristas por no publicar registros de su paso por Colombia. “Mucho discurso y poca música”, decían otros. Al respecto, se debe aclarar que Pussy Riot es un colectivo y no una banda. Mientras un grupo de ellas hacían su intervención en Bogotá, otras la hacían en Edimburgo.
En diálogo con Idartes, organizador de Rock al Parque, Shock confirmó que Nadya Tolokonnikova, una de las fundadoras del movimiento, encabezó el show en Bogotá. Adicionalmente, la entidad aseguró que la alineación y el performance que tuvo lugar en Rock al Parque fue el mismo que se realizó en los festivales Vive Latino (México), Paredes de Coura (Portugal), Boston Calling (Estados Unidos) y el HeartLand (Dinamarca). Pussy Riot no tiene nóminas titulares, como se rumorea en redes sociales. La indignación vuelve a ser presa de una fake news.
Para quienes no conocían a Pussy Riot el espectáculo pudo resultar decepcionante. En efecto, no hubo espectáculo musical. Sin embargo, como dijo la comediante australiana Hannah Gadsby, en su monólogo Nanette, solo hay una manera efectiva de tragarse la catástrofe: endulzándola con burla.
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