Desde los terrenos del hardcore bogotano surgió en los noventa uno de los pilares de la nueva música colombiana: Ultrágeno. Liderada por Amós Piñeros, la banda introdujo metáforas y verdades sobre una sociedad violenta y en caos. Dos décadas después, el mensaje revolucionario sigue más vivo que nunca. ¿Por qué?
Por: Doktor Chiflamicas // @DJChiflamicas @FolkaRumba*
Dos décadas después de la Bogotá amedrentada por las bombas que explotaban una o dos veces cada día, esa ciudad de los años noventa en que las calles olían a susto y afán de grito, que sirvió de escenario desafortunado para la creación de muchas de las bandas que hoy son leyenda y curiosamente vuelven al ruedo casi al mismo tiempo, la Razafuria – ese término que cobijó a todos los creyentes en el poder de una banda – se despertó del letargo de las urgencias contemporáneas y volvió a enajenarse con el espíritu rabioso de Ultrágeno.
“Era una época convulsa”, dice Amós Piñeros –vocalista y violinista de la banda– sobre la Bogotá de su adolescencia. Nos encontramos sobre la carrera Séptima en la puerta de La Ñ, el estudio de grabación y producción musical en el que trabaja con su pareja y varios amigos, entre ellos Rodrigo Mancera de Morfonia, banda que por estos días también resurgió de esa década de rock análogo en la que el muro de Facebook eran los carteles que pegaban en los postes con engrudo.
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De pronto Amós quería reír y lo hicieron correr, como dice en su canción Divino Niño , llegó en su moto y me recibió en su centro de operaciones para hablar y, un poco, viajar en el tiempo haciendo un paralelo entre las dos ciudades –la de los noventa y la de ahora–.
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Después de entrar al edificio cruzamos un pasillo igual al de cualquier hotel abandonado de película de serie B; pasamos por un jardín que yo había conocido árido hace un año y ya tenía vida digna; entramos a su estudio, saludamos al Divino Niño que estaba lavando la loza y nos sentamos en la sala para comenzar la entrevista. Agenda. Cigarrillo. Celular. Porro. Grabar.
La cámara que estaba enfocando el crepitar del cigarrillo se aleja y retrocede 28 años al 30 de mayo de 1989. La imagen no tiene filtro vintage porque no, pero vemos a Amós Piñeros de 13 años esperando el bus del colegio sobre el costado oriental de la 56 con Séptima. Mientras él y sus compañeros de clase trataban de calentarse las manos por el frío capitalino, al costado occidental y a las 7:15 de la mañana el grupo de “Los Extraditables” –miembros del Cartel de Medellín comandados por Pablo Escobar– detonaron 100 kilos de dinamita en un carro bomba destinado a matar al entonces director del DAS, el general Miguel Maza Márquez. Este atentado cobró la vida de siete personas y dejó varios heridos, entre ellos Amós, quien cuenta cómo la violencia de aquellos días se mezcló con la inocencia de su edad y generaron una consciencia mordaz de la desgracia irreparable que estaba viviendo el país.
El Divino Niño se seca las manos con su vestido rosa, Piñeros aclara la garganta y retoma el relato de cómo la vida nocturna de Chapinero comenzó a ser su arena de combate. Entre los 14 y 15 años empezó a salir sin parche y se convirtió en un voyeurista de la escena, un observador alucinado con la vestimenta y la actitud de la gente, pintas heredadas del underground inglés con pantalones remangados, las “grullas” y peinados indomables. En los bares de este barrio tradicional se encontró también con nueva música que, según él, lo sacó del metal y le abrió el mundo del industrial, algo que lo marcó con bandas como Ministry, Front Line Assembly, Front 242, Nine Inch Nails en sus inicios y Pig Face, que no era industrial del todo pero tenía una gran actitud post apocalíptica.
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Con ese despertar musical atravesado por la violencia latente de su entorno, Piñeros comenzó a crear narraciones que posteriormente estarían plasmadas en las letras de Ultrágeno.
Pero antes de llegar allí tenía que pasar de ser un mero observador a participar activamente de la escena. Esto lo logró con Catedral, una banda experimento de grunge bogotano que fundó con Tomás Rueda (hoy cocinero), Miguel Navas (que ahora mezcla papayera con electrónica) y Andrés Crump (baterista), compañeros del Gimnasio Moderno con los que grabó un único disco homónimo en 1994 con la producción de José Gandour. Su canción Redes rojas se hizo famosa gracias a que fue utilizada como cortinilla del ya extinto programa 4 Canales de la 99.1 fm, dedicado al rock nacional.
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A pesar del éxito inmediato de Catedral –con su primer concierto como teloneros de Aterciopelados en el bar Transilvania lleno de rockeros ávidos de pernicia– y de haber comenzado a interactuar con personajes relevantes en varios aspectos de la vida cultural colombiana, Piñeros afirma que debido a la inocencia del momento fue acumulando sensaciones de impotencia y frustraciones que evolucionaron en la urgencia de crear algo tan contundente como lo que haría con Andrés Barragán (guitarra), Juan Camilo Osorio (batería) y Santiago Paredes (bajo) en Ultrágeno. Por esta razón, Amós decidió terminar de un tajo la banda, incluso teniendo un contrato con una disquera para grabar tres discos más y se recluyó en el limbo para preparar, sin tenerlo muy claro, lo que vendría a continuación.
El Divino Niño está de acuerdo con que Catedral fue una suerte de módulo de experimentación en el que Amós Piñeros comenzó a hacer conexiones entre las historias urbanas de una Bogotá gélida y convulsa con las letras que aportaría a la banda a la que lo invitaron a cantar , pero se hizo el marica un buen tiempo mientras se decidía por lo que quería hacer. Con su particular voz ronca, cuenta que cuando por fin escuchó lo que estaban haciendo era lo que estaba buscando: un sonido nuevo, rápido e inusitado que sonaba como una máquina, pero era orgánico y tocado en vivo.
A Amós Piñeros hay que verlo más allá de la rudeza y confianza en sí mismo propias de un rockero y escucharle la ternura detrás de su voz rasgada; entender que es un tipo espiritual que ha tenido su buena cuota de meditación; que con los años ha sobrepasado la premura inmediata del artista y se ha concentrado en divertirse con la música con la misma obsesión de un niño que juega solo por el juego mismo.
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Y es que fue esa misma capacidad inocente e introspectiva de conexión con ese otro plano patafísico que nos rodea y muy de vez en cuando nos explica el mundo, lo que lo llevó a comprender su necesidad de definir y comprometerse con la urgencia de crear la bestia potente que se convertiría en material impreso en la memoria rebelde de varias generaciones bogotanas.
En el diccionario metafísico ancestral que solo se consigue en estado de vigilia y se puede leer con claridad pocas veces en la vida, el término Ultrágeno aparece reseñado de la siguiente manera: “Ultrágeno, m. Del español libre ‘ultraje-’ y ‘-no’. Elemento químico gaseoso de coloración verde que al ser liberado se propaga en cuestión de canciones en la conciencia de la Razafuria*. Simbología: representa la esperanza”.
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* Razafuria, f. Población de procedencia inexplicable, colectivo intangible muy diverso que somos nosotros, quienes nos relacionamos; los que tenemos inquietudes y los que no. Es una entidad con la posibilidad de matar o crear vida, construir o destruir en cualquier momento.
Bajo los efectos de este gas difícil de contener, Piñeros escribió las siete letras que grabaron para el primer demo de la banda y cuenta –con la mirada de quien recuerda algo innegable– que gracias a la falta de duda entró en un estado de enajenación, casi demencia o hipnosis. Esa sensación, fuman los expertos, es un vacío libre de incertidumbre reconocible por quienes saben que tienen algo bueno entre manos; es una verdad ineludible porque desde adentro surge la certeza de estar en el camino correcto y solo hay que dejar fluir su impulso creador y este tejerá sin problema los nodos que conectan las figuras del entorno en beneficio de la obra.
Ese letargo es un abandono, un desprendimiento confiado que es justamente lo que Amós Piñeros continúa buscando desde entonces en sus proyectos artísticos, ese algo más grande que él que lo convierta en instrumento.
Así nació Ultrágeno, una furia poética con lírica ritual ligada al hardcore; una banda cargada de metáforas y verdades entre líneas para ser discernidas solo por quienes estén muy atentos a la poesía y al mensaje revolucionario tras lo evidente. Es una mezcla de letras rítmicas con melodías tribales –a veces gitanas– que cuentan la historia rabiosa y mestiza de una Bogotá abandonada en los Andes. Una gran muestra de esto es su canción La inconvenientemente ( Ultrágeno , 1997), que reúne la nostalgia feliz de un violín gitano con una percusión vertiginosa y riffs pesados y convulsos. No, ultraje no, pilas.
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Esta banda tuvo una vida activa relativamente corta pero bastante fructífera, en pocos meses pasaron de amenizarle la velada a las lechonas de los bazares a llenar bares de Razafuria en el centro de la capital. Tocaron en Lizard King, de Jorge Escandón, ahora dueño de Bazurto Social Club en Cartagena; en un sitio llamado San Paul, en lugares pequeños de la 82 y otros cuantos chuzos de la carrera Séptima. Aunque nunca hicieron giras internacionales, consiguieron establecer una fuerte escena en el circuito local. Peinándose la cresta canosa hacia atrás, Piñeros dice que les hizo falta olerse los peos en una gira larga en Europa, pero alcanzaron a tocar para cien mil personas en varios conciertos importantes que quedaron en la historia del rock bogotano.
En este momento el Divino Niño nos pone atención, deja a un lado su Tinder y toma la cámara para llevarnos a la Media Torta en 1997 –año en que Rock al Parque pasó a ser un proyecto del programa Cultura Ciudadana de la Alcaldía Mayor de Bogotá–, busca entre doce mil mechudos y encuentra a un personaje de rastas pero no rasta, un viejo zorro de la producción de conciertos que ha cabeceado y trabajado en todas las ediciones del festival Rock al Parque, Hugo Ospina, de Roadie Colombia. De ese día destaca las presentaciones de A.N.I.M.A.L. –banda con la que Ultrágeno produjo el segundo disco–, Control Machete, Kraken y Estilo Bajo , quienes rockearon frente a un público “muy bacaneao”, afirma el señor del Salón de la Desquicia. Después de ese día Ospina se convirtió en el stage manager de la banda.
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Piñeros recuerda con mucho cariño un concierto en la Universidad Nacional y el riot y la destrucción parcial del Tower Records del Centro Comercial Andino en 1999. Antes de volver al presente, vamos un segundo al barrio El Vergel, en el que durante un toque Amós se lanzó a surfear sobre la audiencia, alguien le quitó la billetera, pero luego se la devolvió. Está registrado en video. Aquí vendría bien un ron.
En una época sin Internet, la vivencia cotidiana presionada por la violencia, los posibles secuestros y en general la polarización del país, llevó a varias bandas a tener la necesidad de convertirse en juglares rebeldes y narrar su historia sin importar el género musical. Piñeros menciona a La Derecha y 1280 Almas como ejemplo de las agrupaciones que tocaron temas sensibles y se convirtieron en banda sonora de esos tiempos. Aquí recalca la diferencia entre lo análogo y lo digital para decir que a ellos les tocaba salir a las calles con volantes para hacerse escuchar. Para él, los grupos de finales de los años noventa fueron los abanderados del último coletazo de la era análoga.
Con el comienzo de siglo llegó el fin de la era Ultrágeno. Eran muy jóvenes, estaban terminando sus carreras y Amós Piñeros estaba agobiado de Bogotá, se sentía encarcelado en la ciudad. Parece injusto para la Razafuria. Fue una decisión tomada por la encrucijada en la que convergieron cuatro vidas con múltiples futuros posibles: Santiago Paredes está radicado en Dinamarca; Juan Camilo Osorio es arquitecto en Nueva York y Andrés Barragán tiene una editorial en Bogotá. Piñeros se fue a vivir a Barcelona, regresó en 2002 para la grabación del disco Código fuente con el sello MTM. Estaban en el punto perfecto para crecer, pero era evidente que iba a ser imposible continuar.
Amós Piñeros siempre ha reflexionado sobre la actitud frente a la vida y como músico, una postura que supo perfeccionar con sus múltiples trabajos en Barcelona: “Estaba aprendiendo a ser nadie”. Cargó bultos de arena, repartió toallas y manteles, vendió falafel, fue repartidor de volantes, obrero de construcción, encantador de guitarras y psicólogo de hormigas, lo que hiciera falta para pagar los recibos y, como en Europa se puede vivir dignamente y tomar vino e ir a la playa con un sueldo bajo, tuvo tiempo para jugar.
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En esa época sin expectativas dramáticas de alcanzar el éxito o crear una escena, alejándose de las urgencias del músico amateur que abandona el arte por la necesidad de triunfar, Piñeros recibió un estudio de producción de un amigo de Berlín y se dedicó años enteros a experimentar. En esos días nació Uno Sound con Pol Moreno; La Fe; Tote, banda de metal; La Rola, rock clásico que duró una temporada y Amós y Los Santos, creado en Bogotá y trasladado a Barcelona. El abandono de deseos ulteriores en estos proyectos hizo que Piñeros entendiera el desentendimiento necesario para crear.
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Pero la historia de Ultrágeno tuvo, por ahora, dos entradas más que le devolvieron a la Razafuria la emoción ruda de los noventa. En 2007, celebrando los 10 años del primer disco y a manera de reunión de las bandas que participaron en las primeras versiones del festival, fueron convocados para tocar en Rock al Parque. De esa fecha quedaron en el limbo varias ideas que fueron concretadas diez años más tarde.
Dos décadas después, en la Bogotá dividida por trinos en Twitter, esa ciudad de 2017 en que las calles siguen oliendo a susto y afán de grito, que sirve de escenario desafortunado para la creación de muchas bandas y el despertar de otras que hoy son leyenda, la Razafuria se estremeció con el lanzamiento de un nuevo sencillo de Ultrágeno: “Lo que tengo” y su regreso triunfal con dos fechas llenas a reventar en el Auditorio Lumiére. Además, se produjo la grabación de un disco en vivo y un documental de la banda. Fin de la entrevista.
Amós es un tipo delgado y fuerte, ya canoso, enérgico y con ojos de niño. Me cuenta que lo que venga es un regalo, tiene muchas ideas pero no las va a forzar. Mientras guardo el celular con la entrevista y miro los apuntes en la agenda, con mucha inocencia le pregunto cuál cree que sea el legado de Ultrágeno. Duda, pero no tanto. Mira de frente y piensa en lo que define como la conexión, cree que su banda es una excusa para que la gente sienta emociones y acciones con las que se identifica: “ La enajenación es nuestra herencia, la entrega y desprenderse de pensar por qué y para qué y solo hacer las cosas, ese es el espíritu de lo que quiero que hereden las nuevas bandas : hagan lo que los motive y los llene, entréguense que la gente agradece mucho eso y entra en sinergia. Se trata de reinterpretar y hacer de la vida un rito”.
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* Esta es la versión completa de la crónica que el Doktor Chiflamicas publicó en Cover Up Magazine el año pasado.
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