La historia de la cultura pop está repleta de listas. Desde Los Diez Mandamientos en el Nuevo Testamento hasta la serie de televisión 1000 maneras de morir, las listas nos han dado una extraña sensación de orden. Son fáciles de consumir y, a veces, nos permiten discernir sobre la relevancia de productos culturales.
A todos nos gusta hacerlas. Y casos como el de los listados de popularidad musical de Billboard (revista estadounidense con más de 100 años de historia) se han posicionado, cuanto menos, como un medidor confiable del consumo masivo en diferentes épocas.
Pero otra es la historia cuando hablamos de los listados que prometen un saber especializado o tratan de medir la relevancia cultural.
La versión en español de Billboard publicó una lista de “Los 50 raperos más esenciales en español” y, después de ver a tantos raperos criticando el listado en Internet, vale la pena preguntarnos por cómo la industria del pop ve o clasifica al rap.
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Ignoremos por un momento el problema de si se puede ser más o menos “esencial”. Para interpretar el significado de una lista como esta, hecha por un medio con alcance e influencia dentro de la industria, deberíamos pensar en lo que nos dice la posición de quien hace los listados; es decir, en las condiciones que determinan la subjetividad.
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En Shock cada diciembre votamos y peleamos haciendo listas editoriales de los mejores discos del año o las mejores series, o las mejores canciones. Muy pocas veces estamos de acuerdo, porque sobra recordar lo obvio: a diferencia de las listas basadas en algoritmos o de los listados basados en criterios cuantitativos como el Hot 100 de Billboard, en las listas que incluyen curaduría los criterios siempre son subjetivos.
No hay una medida irrefutable que nos permita saber o coincidir en por qué preferimos una cosa sobre otra.
Desde luego, cada vez que un medio publica una lista hay polémica. Hay unos que se quedan por fuera, otros que creemos que “merecían” un mejor lugar, etc. De eso se trata también el juego. Pero quizá lo que molestó al público del rap, y a los raperos, es la incompatibilidad del criterio con el espíritu y el desarrollo del movimiento en nuestro continente.
Los medios (a veces subestimando a la audiencia) juegan con adjetivos para evitar decir “los mejores” y prefieren hablar de “los esenciales”, “indispensables”, “vitales” o “imperiosos”, pero siempre quieren decir lo mismo: los que entran a la lista están, para quienes seleccionan, por encima de los que no en una escala jerárquica establecida por sus propios criterios.
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Esto, en el mejor de los casos, después de una búsqueda bien informada o basada en un conocimiento especializado y con criterios abiertamente claros. Es un juego de orden y preferencias personales.
Por eso no es raro que la comunidad del rap sospeche cuando, en el listado de Billboard avisan que se inspiraron en los criterios de la versión en inglés de un artículo similar titulado Los 50 mejores raperos de todos los tiempos; o de su visión del “impacto e influencia cultural” que, según dicen, también tuvieron en cuenta.
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A principios de los 2000, a mis 11 años, empecé a comprar música regularmente en una tienda de ropa ubicada al fondo de una bodega comercial en el sur de Bogotá.
La zona comercial es bien conocida por el tránsito tumultuoso de gente y de mercancía. No recuerdo cómo llegué allí, pero al fondo de una de esas bodegas con hileras interminables de tenis deportivos y arrumes de jeans (probablemente réplicas de marcas famosas) había un grupo de vendedores especializados en rap. Vendían ropa ancha, cadenas, y camisetas de bandas locales.
Era uno de los puntos de encuentro clave para la cultura hip hop de la ciudad. Cescru Enlace, agrupación de rap bogotano todavía vigente, tenía su propio local. También Dj Cas, otro nombre con recorrido y vigencia en el hip hop bogotano.
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Mi dealer de discos tenía, detrás del mostrador, un computador lleno de canciones y videos. Cada vez que iba me mostraba lo nuevo y armábamos compilados con sus recomendaciones. Y, aunque a veces me recomendaba discos originales, por lo general me quemaba la música en discos vírgenes y los marcaba con tipografía de graffiti.
Los que crecieron con los vinilos lo vivieron de otra forma, y a los de la era del streaming les sonará a viejo, pero los compradores de rap hablábamos de la música “caleta”. No era común compartir. Un nuevo disco era como un secreto para presumir, un signo de distinción, incluso si era pirata.
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Algunos de los discos que compré eran tan preciados que se los robaron mis amigos de ese entonces. Otros los conservo. Muchos ni siquiera fueron prensados o distribuidos como “originales” y, algunos, ni siquiera aparecen hoy en Internet.
Allí, comprando rap en esa tienda de ropa, conocí a Tres Coronas, a Full Nelson, a Gotas de Rap, La Etnnia, Arianna Puello, Mexicano 777 y Vico C. A Asilo 38, otra discografía que compré, los había visto en MTV, porque fueron el primer grupo de rap colombiano en aparecer en el canal cuando todavía era relevante.
No hubo registro alguno de todas las compras que se hicieron en ese local, o de todas las veces que escuchamos lo que compramos. Y, así como este, desde los 90, había otros puntos en la ciudad.
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Lo significativo de esta historia de consumo no documentado es que refleja el modelo de consumo del rap. Un modelo que, para las grandes plataformas, es muy difícil de rastrear y que se replicó a lo largo y ancho de latinoamérica. La popularidad y el crecimiento de ciertos estilos de música en la era prestreaming pasaron inadvertidos para las grandes compañías de la industria musical por mucho tiempo.
Hoy, no hay duda alguna de que el rap es una fuerza popular. Lo sabemos porque los números están ahí, a la vista de todos. También porque el sonido del rap permeó de muchas formas el pop. Pero eso ocurrió, primero y con menos trabas, en el mundo anglo. Después de remar bastante, la industria de la música puso al rap casi que en la misma línea del pop.
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En Latinoamérica, el proceso de reconocimiento fue diferente y más atropellado. El rap latino tiene muchos nombres que fueron silenciados por el contexto, el racismo, la pobreza y el clasismo. Ivy Queen, antes de subirse a la ola del perreo, cantaba en los 90 “Somos raperos, pero no delincuentes”. Tenía que hacerlo, como tuvieron que desaparecer muchas agrupaciones que no vivían de la música.
Durante muchos años el rap no fue bien visto por los medios masivos y, de hecho, la cosa no ha cambiado tanto. Los canales de difusión del rap siempre han estado en los márgenes. Prueba de ello es que, incluso ahora, frente a los números de otras movidas, el rap en español sigue siendo un nicho relativamente pequeño, a pesar de que su impacto musical es inmenso; también que los raperos que mayor popularidad han alcanzado no lo han hecho precisamente haciendo rap, como sí pasó en Estados Unidos.
Para quien llegó recientemente al rap en español, la historia parece más corta. A diferencia de la industria estadounidense, que se ha encargado de traer a la vida a los pioneros a través de series o películas, en latinoamérica muchas de las historias de los pioneros no se han contado. Quizá porque muchos de los que se formaron con el rap inauguraron y esparcieron por el mundo su propia movida, el reggaetón, o porque las historias de los raperos no le interesan tanto al público masivo.
Nombres como los de Tres Coronas, Violadores del Verso o Arianna Puello pueden sonar lejanos para una industria que recién abrió las puertas al rap hace unos años, pero sí que influyeron, trazaron un camino y se abrieron espacio en un público que consumió por otras vías.
Después de que se publicó la lista de Billboard, muchos raperos publicaron su propia lista en Internet. La fiebre de las listas, a propósito de los 50 años del hip hop se esparció. Eso sí, en la mayoría de casos, no aparecen los nombres de artistas populares que, si bien se formaron como raperos, no “impactaron” al mundo haciendo rap.
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Puede que todo esto haya sido un problema de categorías: a la industria le importa la masividad, no el compromiso con el rap.
En cualquier caso, después de mucho tiempo, por fin, acá nos tienen discutiendo sobre rap con la industria, desempolvando nombres, historias y figuras.