Si bien uno no espera que Shakira no vaya a la Caja Mágica de Madrid, o al Super Bowl, tampoco espera a que se limite a contarnos en Twitter que sus ensayos han sido todo un éxito, en un momento en el que en su país, el nuestro, está en juego lo que bien puede ser el comienzo del fin de tanta improvisación.
Por @chuckygarcia
En repetidas ocasiones he sido censurado –o mis textos no han sido publicados en medios diferentes a Shock– por hablar sobre los discos o la trayectoria de Shakira y los intereses que en ciertos momentos han marcado su rumbo. Intereses que, valga la aclaración, siempre han existido y existirán en las carreras de artistas cuya música se consume de forma global y masiva, y que en ocasiones son llamados a protagonizar los eventos mediáticos que literalmente paralizan a gran parte de toda la población humana, donde quieran que se encuentren.
Que se publique un texto crítico sobre una cantante de tales dimensiones siempre me ha parecido pelea de tigre con burro amarrado, por no decir que, comparado con los hitos de la estrella, el texto es microscópico. Pero la música y su industria, en ocasiones, funcionan de la misma forma en que un gobierno o un Estado se comportan , y ante la duda de lo que ese diminuto clamor puede generar -o la bola de nieve que puede empezar- más vale enviarle al escuadrón antidisturbios para dispersarlo.
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No crean en todo caso que la presión y el quitarle legitimidad a un texto crítico o a una entidad distrital de arte y cultura, en algunos casos, viene solamente del lado de las más vendedoras figuras de la música y su maquinaria. También puede venir del lado de una banda local, reconocida por su supuesto mensaje de cambio, que ni corta ni perezosa se consigue de forma ilegal y con anterioridad la programación de un festival para exigirle a los organizadores que le den un horario prime time; y que luego de no conseguir su cometido decide cancelar su participación alegando que todo se debió a un tema de papeles.
Quienes enarbolan las banderas del cambio, en la música como en la política, en ocasiones también buscan acomodar las cosas a su manera y manejan un doble discurso, o guardan un conejo dentro del sombrero por si el truco no les sale como quieren.
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En los que posiblemente han sido los días más convulsionados y a la vez esperanzadores de la historia reciente de Colombia, conocidos como 21N, 22N, 23N, 24N, 25N y contando , la noticia de Shakira aterrizando en la Caja Mágica de Madrid para cantar en la previa de la final de la Copa Davis le ha dado vuelo a más de uno para pensar sobre lo que un artista nacional de talla mundial debe hacer frente a hechos de este tipo ; y si debe pronunciarse o no a través de sus redes.
Las redes, esas enormes telarañas en que la data terminó por sesgar la información que recibimos y nos fue separando de quienes no piensan como nosotros hasta ponernos exactamente del lado contrario; también conocidas por dar paso a territorios de grises y claroscuros en los que si alguien dice “blanco” otros van a salir a cuestionarlo por no decir “negro”.
Y viceversa.
Junto con la noticia de su show en la Caja Mágica –en medio de una jornada de marchas y cacerolazos en la que también fueron noticia los atropellos, el uso desmedido de la fuerza pública, los saqueos a conjuntos residenciales (principalmente unos que por arte de magia resultaron siendo asaltados tanto en Cali como en Bogotá)–; nos llegó la confirmación de su aparición en el show de medio tiempo del Super Bowl 2020, junto a Jennifer Lopez.
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No dudo que, según como se le mire, el Súper Tazón puede verse medio lleno o medio vacío, y que los artistas grandes, medianos o chicos están en todo su derecho a seguir su vida y cumplir sus compromisos, independientemente de si mientras ellos bailan entre fuegos artificiales a nosotros nos toca hacerlo entre gases lacrimógenos y bombas aturdidoras. Pero guardar silencio ante una situación tan fuerte y cuando el clamor general para que el país no siga en un coma inducido es palpable, en cierta medida los hace ver faltos de empatía y como si fueran versiones humanas del Doctor Manhattan, el poderoso personaje de ficción de la serie Watchmen que vive en una dimensión al margen.
¿Deben hablar? ¿Deben callar? ¿O simplemente esperar a que todo vuelva a la normalidad? ¿Y cómo hacen ellos para que el timing de sus agendas no coincida con el de situaciones inesperadas o que tras años y años de ser tratadas con pañitos húmedos terminan convertidas en verdaderas calderas para fundir una sociedad conservadora recalcitrante y moldear una más justa y empática con todas las causas?
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En eso del timing, de la sincronización, podría haber una respuesta a la pregunta inicial, pues si bien uno no espera que Shakira no vaya a la Caja Mágica de Madrid, o al Super Bowl, tampoco espera a que se limite a contarnos en Twitter que sus ensayos han sido todo un éxito, en un momento en el que en su país, el nuestro, está en juego lo que bien puede ser el comienzo del fin de tanta improvisación , sinsentido, insensatez y un “no se negocia, bala es lo que viene” como reemplazo de aquel viejo eslogan de “Libertad y Orden”.
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