El beat se transforma como Rosalía, una y otra vez. 'oHio', el centro del nuevo álbum de ScHoolboy Q, Blue Lips, salta de la paz del soul a sintetizadores que rebotan al jazz melancólico. Mientras tanto, él roza la muerte y recibe mamadas en París, se burla de que tu perra tiene culo negativo y, finalmente, pondera cuánto más tiene que probar, cuánto tiene que perder.
Las transiciones son rápidas; los sonidos y las viñetas, opuestas entre sí. Todo el álbum experimenta con formas y estructuras, es una montaña rusa.
Ninguna canción de Blue Lips es lo que parece a primera oída, todas guardan tres o cuatro posibilidades en su interior, como una muñeca rusa. Cuando crees que comprendes de qué va, ScHoolboy Q te elude: se esfuma.
Blue Lips es su sexto álbum. Todos han sido lanzados bajo el amparo de TDE, el sello californiano que dominó la década pasada gracias a sus estrellas: Kendrick Lamar, SZA, Jay Rock, Ab Soul y él mismo, gracias a discos como Oxymoron (2014)—que referencia la oxicodona que distribuía en su juventud y retrata una época borrosa marcada por abusos en la automedicación— y el genial Blank Face (2016).
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Pero desde su último disco, CrasH Talk (2019), atravesamos una pandemia, Kendrick se bajó del barco y otros colectivos se robaron la atención de los focos.
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Nada de nervios: Q está de vuelta para equilibrar el lujo, el dolor, la violencia y la reflexión sin que ninguna bola caiga al piso. Disfruta la vista desde su mansión en lo alto de una colina, hasta que destellos y consecuencias de su pasado como un Hoover Criminal destruyen su calma. Esa tensión entre sus triunfos y sus cicatrices, escenificada en lo instrumental, hacen de Blue Lips el mejor disco de su carrera.
El voltaje estalla con 'Pop', que cuenta con una colaboración estelar de Rico Nasty, y se mantiene con 'THank god 4 me', producida por Kal Banx, J.LBS y Fu, en la que Q presume de su Ferrari y denigra a los sapos.
La potencia de sus gruñidos, que suenan aún más amenazantes sobre pistas que parecen la banda sonora de un motín carcelario, o de un pogo el hijueputa, aumentan el caos.
Él pisa el pedal a fondo y avanza a toda velocidad, con una escritura aerodinámica y fragmentada.
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“I ain't never met God, but I bet he know me”, presume en 'Yeern 101', uno de los puntos más destacados del disco, y uno le cree. Producida por Cardo, cualquier carro en el que suene corre el riesgo de descarrilarse.
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Hasta el golf, una de sus grandes pasiones —supongo que si uno quiere demostrar que de verdad es rico tiene que jugar golf—, suena arriesgado desde su perspectiva, a milímetros del punto de ebullición.
La angustia
Temas como estos, tan rimbombantes en su jactancia como amenazantes en sus detalles, son pruebas contundentes de su habilidad para rapear y lo hacen una súper estrella, apto para grandes festivales y la cima de las ventas. Pero lo que diferencia Blue Lips de CrasH Talk, también abundante en cortes explosivos, es su angustia subyacente.
Aparte de Freddie Gibbs, que cierra 'oHio' con precisión de relojero suizo, ¿cuántos otros raperos pueden hacer un disco como este? En esta época de gustos y estilos segmentados en nichos, ya sea lo más callejero o lo más fiestero o lo más profundo o lo más romántico, Blue Slides encuentra volumen y textura en su complejidad.
El contraste entre voltaje e introspección es tangible en 'Gemany ‘86': sus amigos se desangran o enfrentan condenas perpetuas y Q relaciona su entrada a la vida callejera con regresar junto con su madre a Alemania, donde nació, mientras ella, madre soltera, era militar del ejército estadounidense.
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Su ansiedad aumenta cuando el punto de partida es su propio éxito: “Half of my purchases full of my tears”, admite en 'First', que empieza como una lista de logros y luego se invierte para revelar la inseguridad que acecha.
“I know the feeling of being trapped from all the things that you built”, añade en 'Cooties', una canción teñida por el miedo de que sus hijas caigan en un tiroteo escolar, es decir, de haber escapado al campo minado que era South Central Los Ángeles a finales del siglo XX y que quizás no sea suficiente.
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El pasado no perdona, y él no se cura.
En 'Lost Times', sobre un beat de Alchemist que suena como un bareto al atardecer, recuerda viejas batallas en la calle Figueroa. Acá la muerte y la belleza no se contraponen, argumenta Q, sino que son sinónimos.
'Foux', otro tema de energía intensa, en colaboración con su compañero de TDE Ab-Soul, es reminiscente de 'Druggys Wit Hoes Again' —no necesita explicación—, de Habits & Contradictions (2012).
El inicio de su carrera es una vorágine borrosa para Q, una fiesta salvaje de la que no recuerda mucho. Y así como en HERBERT (2022) Ab-Soul rompió más de un lustro de silencio con un trabajo maduro en el que expone su depresión y sus consecuencias casi fatales, Blue Lips también funciona como ejemplo del crecimiento artístico y personal de Q.
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Todavía puede firmar bangers heterodoxos llenos de confianza y destreza, pero, cerca de cumplir 40, los disparos dados y recibidos, los robos y los arrestos domiciliarios aparecen diminutos en el retrovisor.
Tras los asesinatos en el último lustro de estandartes del rap de Los Ángeles como Drakeo the Ruler y Nipsey Hussle, es digno de celebrar que ScHoolboy Q entre a la mediana edad con sus habilidades intactas y una vida mejor para él y los suyos.
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¿Cómo ScHoolboy Q logró escapar de la calle Figueroa?
Él mismo se lo pregunta en 'Blueslides', la luz que entra por la ventana cuando despertamos un domingo hecha sonido y, para su criterio, según dijo en Twitter, una de las canciones mejor escritas en la historia.
La única respuesta posible que él propone, en tercera persona, como si lo mirara desde lejos, parece ser algún tipo de magia. Pero en 'Blueslides' Q también está a punto de quedarse sin oxígeno al huir de toda la carga que lo acecha, incluída la muerte de Mac Miller.
Exhausto como Sísifo, no sabe si pueda seguir corriendo. Eleva una plegaria final:
Lord, please forgive me for the day I finally fall apart.
Es desgarrador que por más que corre no logre escapar del todo, o que el escape sea solo aparente. Lo que vemos en el retrovisor puede estar más cerca de lo que parece.
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