El niño de Medellín es el nuevo documental musical de Amazon Prime Video . Un proyecto grabado en 2019 que sigue por una semana completa la vida de la súper estrella del reggaetón J Balvin , en medio del Paro Nacional de ese mismo año, que coincidió con la semana en la que el músico ofreció un concierto gigante en el Estadio Atanasio Girardot.
Coincidencialmente, dos años después, el documental se estrenó justo en la semana en que las marchas se reactivaron en Colombia. Esta vez con mayor violencia policial y visibilidad global.
Aunque la producción pretende mostrar al músico en una especie de caminos de aprendizaje sobre su responsabilidad como figura pública, lo que genera curiosidad es otra cosa: el curioso modo en el que las grandes estrellas, que se han encumbrado y ahora habitan en una burbuja de bienestar y comodidad, forman su opinión sobre los asuntos más terrenales, como la pobreza, la desigualdad, la manipulación política o la violencia en los barrios periféricos.
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J Balvin es, sin duda, la figura del entretenimiento más famosa que ha tenido Medellín. Su música genera montones de dinero, la gente sueña con conocerlo y muchos jóvenes ven en él un ejemplo a seguir.
La búsqueda de figuras representativas como él es natural en un país desigual en donde la corrupción y la violencia están a la orden del día; en un país cuyo pasaporte todavía carga con el estigma que nos dejaron los grandes capos del narcotráfico de los 90, espectacularizados en el mundo no solo por el cubrimiento noticioso de su operación bélica, sino por la industria del entretenimiento .
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A primera vista, J Balvin pareciera echarse al hombro el asunto de la representatividad en el documental dirigido por Matthew Heineman. Muestra, de hecho, cómo en su temprana adultez decidió irse a vivir a Estados Unidos para poder obtener oportunidades que en Colombia no tenía.
En su historia intenta condensar los valores asociados tradicionalmente a los paisas. Trabajo, rebusque. De hecho, en algún momento, hablando de sí mismo, J Balvin dice que "va pa lante", como haciendo referencia al clásico dicho "echao pa' lante". Pero cuando masas de jóvenes se tomaron las calles en 2019 hubo un cortocircuito entre los valores de su audiencia y los que él predicaba. Fue un cortocircuito entre el hombre exitoso, el que coronó, y el público sin las oportunidades que el mismo Balvin tuvo que ir buscarse en Estados Unidos.
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Mientras escribimos esto, el paisa tiene más de 80 millones de seguidores en plataformas digitales, que seguro seguirán creciendo. No toda su audiencia vive pendiente de su vida, desde luego, pero sí hay un porcentaje que quiere saber qué hace, qué opina, cómo vive y cómo piensa. Pero la representatividad del ídolo se desdibuja, para muchos, cuando solo muestra los privilegios que tiene producto de su esfuerzo y resultado del apoyo de las personas que lo siguen.
En un sistema diseñado para que unos pocos triunfen mientras que las mayorías no tienen acceso siquiera a los bienes básicos, los que cruzaron el umbral terminan siendo una especie de mensajeros. No hay que olvidar que el reggaetón, el género que encumbró a Balvin, salió de los márgenes.
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Así las cosas, el documental muestra lo que muchos sabemos: parte del éxito de su carrera se debe al trabajo duro y a su talento. Eso nadie se lo quita. Desde pequeño soñaba con hacer música, fue integrante de una banda de rock, luego hizo hip hop y después encontró su espacio en el reggaetón.
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Empezó a sonar en radios de Medellín, luego fue portada de revistas, giró por toda Colombia y empezó a llevar su música a al plano internacional. Nunca paró y por eso su carrera muestra que, año tras año, obtiene reconocimientos más grandes. El más importante: ser el rostro colombiano de la música mainstream, un icono del pop global.
Lo llaman 'El niño de Medellín’ porque salió de los barrios de la capital paisa, pero muchos le reprochan que use ese apodo como medalla de marketing. Principalmente, porque en el documental se le ve incapaz de apoyar con un mensaje al pueblo que marcha en las calles de su país por sus derechos. De hecho, la desconexión se insinúa en el viaje de regreso: aquel que creció en los barrios vuelve a ellos solo para hacer videos o campañas publicitarias, tal como lo muestra el documental.
En la mitad del proyecto queda evidenciado que Balvin tiene un conflicto interno entre pronunciarse o no sobre las marchas en Colombia, protestas que logran tocar a su círculo cercano de privilegio, pues hay carreteras bloqueadas que impiden su normal movilización por Medellín.
El Paro Nacional de ese 2019 afecta a Balvin desde dos frentes: primero, la realización de su concierto está en peligro luego de que otros eventos musicales se cancelaran. Segundo, porque ve que muchas personas en redes sociales le reclaman por no pronunciarse, ni decir nada que apoye al pueblo. El cantante lo confiesa: el temor a decir algo se basa en que desconoce realmente las molestias de la gente, a pesar de que hay cientos de publicaciones y noticias que lo explican.
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Jose Álvaro, su nombre de pila, dice en un principio que no ve la necesidad de pronunciarse porque él no es político y su nombre no estaba en los tarjetones cuando se eligió al presidente. Luego se ve fuertemente atacado por el rapero Mañas Rufino, también de Medellín, quien lo acusa de apropiación cultural y de usar el nombre de la ciudad como bandera de mercadeo.
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Rufino, integrante de Doble Porción, es uno de los nombres más conocidos del rap paisa que se esparció por el país de la mano del colectivo Moebiuz. Aunque su música no es la misma que la de Balvin, se entiende que ambos géneros, el rap y el reggaetón, tienen el mismo origen. Pero el cantante de Mi gente o Con Altura ya no es del barrio, ni sabe lo que ocurre en él. Por eso la desconexión con lo que pasa en las calles de la ciudad en la que vive su familia es tan grande.
“Este es el único país en el que la gente le pide más a los artistas que al Gobierno”, dice uno de los amigos de Balvin en el vídeo, pero se ignora que l a gente, empujada por el mismo discurso en el que el mismísimo artista se ha puesto al declararse como El niño de Medellín, quiere que figuras como él tomen una postura, porque se quieren ver en él y porque saben que su voz tiene la capacidad mediática que ellos no tienen . Pero ni El Niño de Medellín ni su círculo de trabajo viven la realidad de los que le reclaman postura.
Balvin empieza a sentir que las protestas son realmente serias cuando se entera de que un agente del ESMAD asesinó a Dilan Cruz en Bogotá. Esto lo impacta, pero no sabe cómo pronunciarse. Lo duda, lo piensa y finalmente publica una imagen que tranquilizó a sus fans, pero encendió a sus detractores que lo tildaron de tibio.
En el documental Balvin visita casi como turista la Comuna 13, una zona popular de Medellín. Sin embargo, su encuentro con el barrio se dio cuando habló frente a frente con Mañas Rufino, quien le hace entender que él es un ícono de la juventud y que la gente lo quiere porque ha ayudado a que Colombia tenga una imagen global más limpia.
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Balvin acepta su consejo, pero cuando realmente parece que su mente hace ‘clic’ es cuando se reúne con su manager global Scooter Braun, quien le cuenta que sus privilegios son el resultado del apoyo del pueblo y de las personas que están marchando o apoyando el Paro Nacional .
Finalmente, Balvin realiza su concierto, hace historia en la ciudad en la que nació y deja contentos a sus fans cuando en medio del espectáculo pide un minuto de silencio por las muertes del paro y le pide al Presidente Duque que escuche a la ciudadanía para generar un cambio social.
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Aunque ahí termina el documental, la sensación que queda no es la de una "toma de consciencia". Pues, si bien se pronunció, su mensaje se diluyó en el tiempo. Para la prueba que, en la semana de estreno del documental, hubo más marchas y más violencia policial. Y la historia se repitió: nuevamente Balvin fue tema de conversación por no pronunciarse a tiempo sobre la situación del país. Cuando lo hizo, muchos coincidieron en que seguía sin entender las razones por las que las protestas tenían lugar.
El estreno del documental no cayó del todo bien, pues se promociona con imágenes de un paro nacional que Balvin no apoyó y se lanzó en una semana de marchas en las que, inicialmente, el cantante daba a entender que los manifestantes se excusaban en la protesta para vandalizar y robar.
El fenómeno de la desconexión de la superestrella con el pueblo no es, desde luego, exclusiva de Balvin. Es, curiosamente, el mismo fenómeno que condenó recientemente al ministro de hacienda que no supo cuánto costaba una docena de huevos.
Contrario a lo que pensaba el amigo de Balvin, la gente no le pide más a los artistas que al Gobierno. Piden lo mismo: que los escuchen y se esfuercen por comprender sus realidades. Un artista como J Balvin seguirá siendo ícono de Medellín y, por muchos años, seguirá teniendo millones de streams y likes. Pero El Niño de Medellín seguirá siendo un documental sobre lo difícil que es romper la burbuja del privilegio.
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