Unas 3.700 personas acudieron el sábado 9 octubre al Pre Jamming Festival, el minifestival que anuncia el regreso del Jamming Festival en 2022. Después de casi dos años sin festivales masivos al aire libre, este fue uno de los primeros avisos de una temporada cargada. Aquí una crónica desde el Pre Jamming.
Por William Martínez
En la previa del festival, A. me mostró una foto inquietante. El Centro de Eventos de la Autopista Norte estaba dispuesto con hileras de sillas perfectamente organizadas, como si se tratase de un live session acústico. Curiosa organización del escenario para un cartel que combinó artistas reggae, hip hop, rock, salsa y de música folclórica. Curioso, además, volver a un festival masivo de esta manera.
El síndrome de abstinencia de música en vivo me llevó a imaginar que el primer festival pospandemia sería un auténtico estallido: miles de almas asfixiadas por fin hacían catarsis. ¿Podría haber un reventón con hileras de sillas perfectamente organizadas?
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Difícil imaginarlo, pero sí. La fórmula funcionó, e incluso valdría la pena considerar esta disposición escénica para otros eventos que conjuguen variedad de géneros. El espacio estaba dividido por palcos —pequeñas burbujas para máximo 10 personas—, en los que la gente podía bailar, saltar, sentarse, beber y comer en completa comodidad.
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Esto supone un giro de tuerca ante la clásica experiencia festivalera: permanecer muchas horas de pie, aguantando la densidad del clima bogotano, sin encontrar un lugar de descanso en medio del gentío y sin la posibilidad de tener una mesa a la mano para poner licor y comida . Para quienes disfrutamos ver música en vivo sin empujones, pisones y tumultos, el Pre Jamming fue un alivio.
“Dan ganas de salir a abrazarla”
Es cierto que la franca comodidad de este periodista estaba determinada por su compañía. A. es un oasis en desiertos de tedio. Sin embargo, procurando aislar el sentimiento, creo que dicha disposición escénica influye profundamente en la manera como se vive la experiencia musical.
Así, en un espacio que permite ponerse de pie o sentarse en cualquier momento, los shows no se ven, se contemplan . Las presiones del entorno se fragmentan y se rompen para poder conectarse con la propuesta de una banda. Los incómodos —y los adictos a desmenuzar los performances — necesitábamos un espacio como este.
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Tanto fue el confort y el poder de concentración que A. y yo logramos despojarnos de un prejuicio. Nunca habíamos logrado conectarnos con la festividad hippie de Aterciopelados . La noche del 9 de octubre de 2021 todo cambió. Espero que todo haya cambiado para bien.
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Supimos ver más allá de las luces de neón y de la excéntrica indumentaria: contemplamos la maduración musical de esta leyenda del rock colombiano y nos sorprendimos con la energía vital entrañable de Andrea Echeverri. “Dan ganas de salir a abrazarla”, decía A. emocionada.
"La pandemia, al parecer, no solo trajo asfixia"
Capítulo aparte merece la presentación de Herencia de Timbiquí . Hace seis años los vi por primera vez en una sala de redacción. Eran apenas tres integrantes y su arsenal musical solo estaba compuesto por dos cosas: los dulces sonidos de una marimba de chonta y unas voces vibrantes que evocaban la bella tranquilidad del Pacífico colombiano.
Ahora son una orquesta de 11 músicos cuya potencia sonora remece, se hace sentir. Pude notar que su viaje ancestral es ahora, también, un viaje por las músicas contemporáneas del mundo .
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Podría contar otras impresiones de Alcolirykoz , La 33 y otras agrupaciones que tocaron aquella noche, cuando la vida volvió, pero no es el punto.
El punto es que llegué a estas reflexiones porque me encontraba en un lugar adecuado para contemplar música en vivo. La pandemia, al parecer, no solo trajo asfixia, sino mejores manera de vivir el arte. Es decir, mejores maneras de vivir la vida.
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