Se han preguntado ¿por qué su vecino de al lado pone a alto volumen el mismo disco de Iron Maiden de 1992 todos los sábados? o ¿por qué la señora de al frente canta a todo pulmón las canciones de Laura Pausini que se estrenaron por allá en 1996, una y otra vez? O, para no ir más lejos, han dicho alguna vez “¿Esas canciones de ahora no se comparan en nada a las que yo escuchaba en mi adolescencia?”. Si esas preguntas les son familiares probablemente quiere decir que estén entrando (o que ya estén ahí metidos hace rato) en una etapa de la vida en la que pesan más los recuerdos antiguos que los nuevos. Su interés por la música nueva, así como el de algunos vecinos, cada vez es más pequeño. ¿Por qué parece que el destino inevitable para muchos es quedar atrapado en la música que marcó su adolescencia?
En su libro Musicofilia, Relatos de Música y Cerebro, el neurólogo Oliver Sacks asegura que no existe una zona de la mente humana que esté completamente dedicada a la música, sino que, por el contrario, nuestras capacidades artísticas o conexiones con ellas son posibles gracias al uso, la colaboración o la participación de sistemas que se desarrollan para otros propósitos como caminar, dormir, hablar o llorar.
A pesar de que la música no es una necesidad humana, sí es fundamental en nuestras culturas y logra meterse en la memoria con bastante lealtad y facilidad. En una parte del libro Sacks habla de “la tenacidad de la memoria musical”, indicando que “gran parte de lo que se oye durante los primeros años puede que quede grabado en el cerebro durante el resto de la vida”. Una afirmación que cuaja muy bien con un estudio de Deezer de 2017 llamado Parálisis Musical, en el que revelan que más del 80% de los consumidores de música reproducen de forma sistemática canciones de la niñez, adolescencia y juventud que ayudaron a forjar su adultez. Anton Gourman, director global de comunicaciones de Deezer, cuenta que la plataforma decidió encuestar sobre este tema a más de 5.000 personas en cinco países de tres continentes para entender por qué el consumo de música vieja es tan alto en la población mayor de 28 años, cifra arrojada por la data de la plataforma. “Una vez que tus gustos están establecidos puede ser difícil tener ese mismo enfoque de mente abierta que tenías cuando eras adolescente”.
La plataforma en streaming facilitó los resultados de su investigación y allí encontraron que las razones por las que muchos se quedan escuchando los mismos temas de siempre es porque tiene un trabajo exigente, se sienten abrumados por la gran cantidad de oferta o tienen que cuidar de sus hijos. Otro punto interesante en el estudio de Deezer es que cuenta que más del 62% está interesado en descubrir nuevos artistas y canciones, pero esto solo se queda en un deseo sin cumplir, porque su cerebro ya se quedó comprometido con las canciones del ayer. Recomendado: ¿Por qué la nostalgia vende tanto en el mundo de la música? Julio César Escovar, melómano y director de la emisora Radioacktiva cree que este fenómeno está ligado a la memoria y al poder de lo que él llama la “nostalgia mental”. “Yo nací en el 81 y escucho mucho el grunge porque fue la música de mi generación. Para mí lo de la parálisis quiere decir sencillamente que nos enamoramos de la música que escuchamos de adolescentes”. Para él “las canciones funcionan como una máquina del tiempo que trae recuerdos propios de vivencias personales”. Esta conexión musical se desarrolla principalmente en la adolescencia, esa franja de la vida en la que se empieza a aventurar, explorar y descubrir cosas que en la niñez no importaban demasiado. Simon Reynolds en el libro Retromanía: La adicción del pop a su propio pasado habla de cómo la industria se beneficia de esa memoria musical. Por ejemplo, hay un mapa de artistas de gran trayectoria que realizan giras de conciertos interpretando sus primeros álbumes, que además son los más exitosos. También es posible ver cómo algunos músicos samplean beats antiguos en su nueva música, logrando un sonido no tan nuevo, pero sí llamativo para los nuevos públicos.
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Ese concepto de la parálisis musical también le han sacado el jugo muchos proyectos en Colombia. Tal es el caso, por ejemplo, de esas obras de teatro con actores de televisión en las que se interpretan canciones famosas de plancha donde nadie está interesado en los temas que componen esos artistas; solo quieren escuchar los tracks que los hacen viajar al pasado. También ocurre con algunas bandas, como Wamba o Bonka, que lograron cierto éxito en su juventud, se separaron y ahora vuelven a juntarse para hacer conciertos interpretando las mismas canciones de siempre, pero sin despertar la misma euforia o energía de sus años de auge. Otro gran ejemplo para resaltar son los proyectos solistas de Charli Alberti y Zeta Bossio, cuyas carreras como solistas son consideradas como “de nicho” y su público no alcanza a considerarse masivo, pero cuando anuncian una gira en la que cantarán las canciones de Soda Stereo logran llenar arenas y estadios convocando entre 10.000 y 30.000 personas.
Puede que estén interesados en encontrar música nueva, pero su memoria musical después de los 30 años va a ser más poderosa y siempre lo llevará al pasado; específicamente a esa franja de la vida en la que definieron su personalidad y forma se ser.
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La única forma de romper la parálisis musical es dándole la oportunidad, casi que forzosamente, a nuevos proyectos; a bandas o cantantes que seguramente tiene una edad similar a la suya y que usan en sus obras sonidos con los que se podrán sentir familiarizados. Por suerte, estamos en una era en la que no tienen que necesariamente tener un CD, vinilo o cassette para escuchar música, así que, si de verdad están interesados en contralar su memoria musical, vayan y naveguen en internet para descubrir sonidos ajenos a sus experiencias pasadas; de otros países, otras culturas y otros idiomas. Y una recomendación final: hay que evitar comparar y señalar la música las nuevas generaciones diciendo que una es mejor o de mayor calidad que la otra porque la música, así como toda obra artística, es subjetiva y no todos tenemos por qué pensar o gustar de lo mismo.