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La historia de Abelardo Carbonó: el rey de la sicodelia champetúa

Hablamos con uno de los capos de la sabrosura caribeña, el padrino de la champeta: Abelardo Carbonó.

Abelardo Carbonó
Abelardo Carbonó
// Cortesía Palenque Records

Un par de décadas antes del boom de la champeta, un músico empírico de Ciénaga, Magdalena, estaba poniendo la primera piedra de uno de los géneros más sabrosos de nuestro folclor. Abelardo Carbonó es una de esas figuras colombianas que hacen inflar pecho con orgullo por haberle dado tremendos clásicos bailables a nuestra música.  

Por Jenny Cifuentes @Jenny_cifu

A Abelardo Carbonó hay que hacerle los homenajes en vida. Porque es un grande. Porque tiene 68 años y un cargamento de canciones sabrosas en casi dos docenas de discos, grabados entre finales de los 70 e inicios de los 90. 

Porque su estilo particular, –que ha quebrado caderas hasta en Europa–, lo ha instalado en altos peldaños de la música caribe colombiana como uno de los pioneros del movimiento de la champeta criolla y como arquitecto de la sicodelia costeña. Además de sus registros, se bate en tarima con su virtuosa ejecución, con solos de otro mundo y con descargas que ponen al público a gozar hasta estallar.
Carbonó sí que ha conocido de primera mano lo ingrata que es la industria musical, pues mientras se defendía y sobrevivía como policía y más adelante como serenatero, desconocía que en Europa se alababan (y se vendían) las perlas fundacionales de la champeta que grabó para sellos como Sonolux o Codiscos.

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Mientras se rebuscaba en las calles de Barranquilla, en países como Alemania se convertía en una figura de culto de la música caribeña y colombiana. Después de muchos ires y venires, de tocar bajo con Los Diablitos o incluso haber hecho parte de la banda de Diomedes Díaz en un único concierto, en el 2013 los oyentes se reencontraron con su obra en el épico disco  El maravilloso mundo de Abelardo Carbonó : un compilado que llegó en el momento justo en el que Carbonó iba a renunciar a la música. H

oy, cuando las nuevas generaciones lo invocan, está recargado, dispuesto a seguir tronando música y listo para grabar una nueva producción.

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Hablamos con él antes de un venenoso concierto en Bogotá junto al ensamble tropical Ghetto Kumbé.

Hablemos sobre sus inicios con la guitarra.
Yo nací en Ciénaga pero luego me llevaron para Fundación, un pueblo del Magdalena.  Allí, cuando estaba pequeñito, veía a mis abuelos, a mi papá y a mis tíos en las esquinas, cantando, tocando guitarra y tomando cerveza. Con mis hermanos aprendimos a tocar. Mi papá trabajaba en carpintería y después de su jornada salía con los amigos a tocar también en los bares y yo lo acompañaba. 
Usted estuvo varios años en la policía. ¿Cómo resultó ahí?

Donde yo vivía prácticamente era una selva, con ríos, montañas y carreteras destapadas. Como no había colegios avanzados, un familiar me trajo a Barranquilla para que estudiara, pero no se pudo porque era muy caro.  Yo estaba bien pelaito, como de 14 años, se estaba pasando el tiempo y solo hacía mandados. Un día pasé de causalidad por la Escuela de Policía de la región y como no tenía nada que hacer, presenté un examen y pasé.  Al otro día me volví policía. Después me presenté uniformado allá en el pueblo, fui donde mi mamá vestido de policía, con revólver y todo, y cuando me vio pegó un grito. Casi le da un ataque.  Pero yo necesitaba trabajar, ¿qué hacía ahí desocupado en una casa ajena? 

Y mientras estaba en la policía, ¿tocaba?

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Claro. Los nueve años que duré allí, toqué, compuse y grabé. Cuando estaba en la policía, con pelaos del barrio, armé un grupo.  Al ensayar los temas que había inventado notaba que mis compañeros no tocaban sus instrumentos con el golpe de los ritmos costumbristas que se conocían, sino que hacían otro ritmo que no era ni cumbia ni vallenato ni nada parecido. Concluí que yo les estaba transmitiendo una música que no estaba identificada por ellos.
¿Ese estilo que usted gestó venía de alguna música que había escuchado antes?
No. Eso fue lo que me nació. Fíjate que ahora los jóvenes que saben de música africana me preguntan: “¿conoces a tal artista africano? Es que tocas parecido”.  O “¿conoces la soca?, es que tienes cosas de soca”.  Y les contesto que no. Yo no conozco nada de eso. Hasta hace unos años fue que vine a oír esos ritmos. 

Hábleme sobre su primera grabación, A otro perro con ese hueso.
Un doctor de apellido Machuca, hizo la letra de ese tema y yo le puse música.  Lo grabé de forma sencilla, con caja y guitarra en el año 78. Fue incluido en una compilación junto a otros once cortes orquestados, muy bien producidos y con todos los perendengues, como decimos aquí en la costa, pero el mío los apagó y pegó tremendamente. Como unos cinco años después de que esa canción sonara, tuve un contrato con Codiscos, luego con disqueras como Sonolux, Discos Victoria, CBS, etc.   

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¿Por esa época qué sonaba en la región?
La música de orquestas, cumbia, vallenato, artistas como Alfredo Gutiérrez o Noel Petro. Fíjate que más o menos en ese tiempo yo escuché el Grupo Bota de Venezuela y me pareció que era la agrupación que más se acercaba al sonido que yo grababa. Entonces, para seguir con la temática de los zapatos, bauticé mi grupo como Grupo Abharca (un tipo de calzado rústico, como una sandalia) y con ese nombre grabé en Sonolux.
¿Dónde se presentaba en ese entonces?
En pueblos como Sabanalarga, Manatí, etc. Tocaba en casetas. Pero no eran unos contratos muy buenos, eran unos toques más como  para subsistir. Varias de sus canciones sonaron en las emisoras.
¿Cómo llegaba un artista a la radio cuando usted inició?
Uno iba personalmente y llevaba su disco para que lo pusieran. En la época en la que yo grabé las emisoras peleaban por ser las primeras en recibir los discos de los artistas. Por ejemplo, yo llevaba mi long play a Universal, una emisora que había en Barranquilla, y entonces Olímpica Stereo me reclamaba porque quería tenerlo primero.

Se disputaban la música. Pero los guajiros acabaron con eso porque durante la “bonanza marimbera” (temporada marcada por alta producción y tráfico de marihuana en La Guajira), como los marimberos dominaban con el dinero, ponían a grabar a cualquier conjunto y llegaban a las radios diciendo: “ahí te dejo 20 o 30 millones para que me pongas este disco porque necesito que me lo pegues”.  Fue cuando se armó la cosa de la payola (pagar para sonar) y vino la descomposición de las emisoras en la costa.
  Hoy en día alguien graba, va con su canción a una emisora y el locutor le dice: “te la voy a poner dos veces en el día por 10 millones de pesos”. Y grave si no hay plata, que es la mayoría de veces. Ahora los artistas ven un chispero, porque las que difunden y propagan la música son las emisoras.  Claro que en la actualidad con los celulares y la tecnología la comunicación es más rápida y se pueden mostrar las canciones de otra forma. Cuando yo empecé me tocaba andar seis cuadras para poder llamar por teléfono o que me mandaran razones. Así se perdieron muchas cosas.
¿Cómo fue el paso de dejar la policía y estar de lleno en la música?
Cuando empecé temas como Carolina (que le compuse a mi hija) eran sonados y  se volvieron éxitos. A pesar de eso no pasaba nada: nada de contratos, ni presentaciones, mucho menos nada en lo económico.

Y aunque esa era la situación con la música,  tomé la decisión de no ser más policía.  Monté un trío para dar serenatas mientras me salía trabajo.  Con todo ese tiempo en la policía uno queda desadaptado para funcionar en una empresa o algo por el estilo, y en un momento en el que andaba de obrero y estaba a punto de entrar a otro trabajo, Aníbal Velásquez me llamó para que fuera su guitarrista.

En la época en la que yo grabé, en la que no pasaba nada en Colombia, en Europa sí estaba sucediendo algo. Todo se vendía afuera y yo no sabía. Ni recibía plata por eso. Mientras yo me paraba a esperar clientes con mi trío en la calle 72 de Barranquilla desde las tres de la tarde hasta las 10 o 12 de la noche para ganarme 20 mil pesos, mis temas en Europa estaban vendiéndose.

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Solo me di cuenta de eso hasta el 2012 cuando fui a Alemania con Aníbal Velásquez. Lo que sucede ahora, los conciertos que tengo, es como una acción retardada. Antes de que se publicara ese disco que editó Vampi Soul, El maravilloso mundo de Abelardo Carbonó (2013) yo iba a tirar la toalla. Si no es por eso, no sigo más.
A usted se le achaca ser precursor de la sicodelia y de la champeta en el país. ¿Qué opina sobre eso?
Lo que pasa es que la gente que ha escuchado lo que hago de pronto descubre algo. Pero yo que lo hice, no sé de sicodelia ni esas cosas.  Nunca me he calificado como pionero de champeta ni de nada, sólo me gozo mi vaina. Eso son los locutores o los estudiosos de Cartagena y Barranquilla los que entran en esa polémica. Unos dicen que el pionero de la champeta es Viviano Torres, otros dicen que es Abelardo Carbonó.  Yo creo que lo que importa es hacer música que le llegue al público.
Hablemos sobre esas letras bacaneadas que usted escribe.

Son ocurrencias que me salen.  Acá en la costa uno está sentado frente a la puerta de la casa y pasa una negrita  vendiendo cocadas, entonces aparece alguien que le dice un poco de vainas a la pelada, ella le contesta otro poco igual, y en esas unos perros empiezan a pelear. ¡A veces se forman unas peloteras! Uno puede llevar todo eso a una canción.  O también puede ser algo sencillo como el movimiento, el baile: es el caso de La Negra Kulengue.

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¿Publicará nuevo material próximamente?
Sí. En estos días entro a grabar un disco con material nuevo que va a salir en CD y en vinilo. Te adelanto que para este trabajo hice un tema que se llama Arró concó sobre una negrita a la que le dicen así. También te cuento que tenemos un guitarrista africano como invitado.

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