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J Balvin se impulsa en la nostalgia en Rayo

El Niño de Medellín inicia un nuevo capítulo en el que se adapta a las nueva ola del reggaetón mientras busca su lugar. Santiago Cembrano reseña Rayo, de J Balvin.

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J Balvin presenta el álbum Rayo
// @Repocam - Cortesía Universal Music

J Balvin empieza Rayo, su séptimo álbum, con una pregunta en la canción ‘Cosa de Locos’: “¿Cómo así que ahora te jode lo que te gustaba de mí?”.

Se dirige a una mujer, como es usual en el reggaetón, pero este vistazo al retrovisor también puede leerse como un reclamo a su audiencia. “Parece que te olvidaste. Si nos conocimos perreando”, insiste.

Balvin incluso apela a lemas como “El negocio, socio” —atado a memorias nostálgicas de minitecas y primeros besos, o de borracheras en primer semestre y atuendos que luego se revelaron como ridículos— para reconquistar al objeto de su deseo, sea la mujer con la que baila ‘Rakatá’ y otros clásicos, o tal vez ese público esquivo que se hace de rogar.

Solo han pasado seis años desde Vibras. Fue el ícono perfecto del triunfo del reggaetón como artefacto cultural que abarcaba el globo entero. Más precisamente, fue la victoria del estilo de reggaetón cultivado en Medellín desde finales de la primera década de este siglo, más romántico y suave, allí donde el boricua todavía era hípersexual y agresivo.

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Balvin fue el líder de este movimiento, y su intuición no le falló: en su momento vi incluso a rockeros y alternos con las riñoneras de Vibras que sacó Gef. Era una ola colorida que lo cubría todo, no solo las discotecas sino también momentos cotidianos con canciones como ‘Brillo’, con Rosalía, que anticipó las posibilidades y exploraciones del pop urbano en español. ¿Se acuerdan del 2018? Entonces lo de “Latino Gang” que repetía Balvin sonaba genuino: él era, en efecto, la cara principal de la música latina ante el mundo.

Portada álbum Rayo de J Balvin
Rayo (2024) - J Balvin
// Universal Music, Vibras

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Incluso el ascenso de Bad Bunny se enmarcaba en la senda que Balvin había abierto; se pintaban las uñas y hablaban de salud mental, y nosotros repetimos, quizás incluso nos lo creímos, que las suyas eran nuevas masculinidades.

Desde ese pico, el más alto de su carrera, el declive de Balvin ha sido progresivo, pero continuo, y por eso el ayer al que alude a lo largo de Rayo, con una pandemia de por medio, se siente tan distante.

Fueron años oscuros: pospuso una gira mundial, fue el blanco de la verborrea llena de esdrújulas de Residente y recibió un aguacero de críticas por su colaboración con Tokischa: ‘Perra’. Llovió afuera y en Colombia no escampó: el Niño de Medellín, el que estaba orgulloso de ser latino, el que no dudaba a la hora de apoyar las protestas en Puerto Rico y Venezuela, guardó silencio cuando Colombia estalló en un paro en 2019. ¿Era J Balvin la banda sonora del gobierno de Iván Duque como lo había sido el tropipop para los ocho años de Uribe y no nos habíamos dado cuenta? No creo, pero antes de su presentación como cabeza de cartel en el Estéreo Picnic de 2022 —un hito significativo para el reggaetón, para el festival y para la música colombiana— hasta hubo propuestas de boicot. Fue una redención fallida.

Sí, fueron años oscuros. Se lo dijo a Rolling Stone hace unos días: había tocado fondo. 

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Rayo, su primer álbum desde el dolorosamente intrascendente JOSE (2021), es el rebote, en el que J Balvin sale del fondo, se pone de pie, lame sus heridas y sigue adelante.

Nada de esto es textual, el reggaetón todavía no parece tener espacio para estas temáticas, pero en varias entrevistas ha insistido en que este es un nuevo capítulo.

Durante los Olímpicos, mientras veía a LeBron, Durant y Curry liderar a Estados Unidos a un nuevo oro en baloncesto, pensaba en lo poético de la estrella que reconoce su ocaso y adapta su juego a sus capacidades disminuidas. Lo que antes era velocidad ahora puede ser fuerza, y la sabiduría pulida por años de entrenamiento puede reemplazar el talento bruto. A lo que me refiero es que en este disco J Balvin se enfrenta al paso del tiempo. Quiere seguir elevando su sonido, y alcanzar diferentes públicos, le dijo a Rolling Stone. Para eso convoca a sangre fresca del género urbano como Dei V (‘La Noche’), Quevedo (‘En Ata’) o Ryan Castro (‘Origami’); este último, uno de los que cambió el sonido del reggaetón de Medellín en su era post-Balvin para hacerlo más crudo.

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Balvin, que supo ejercer su influencia cuando estaba sentado en el trono, ahora se deja influenciar, y no teme mostrarlo. Esa actitud puede ser la correcta, pero se manifiesta como un problema en ‘Doblexxó’ cuando intenta un registro agudo que la canción pide, pero que le suena raro, es como si llevara una chaqueta prestada que simplemente no le queda bien, que desdibuja su personalidad.

Saiko y J Balvin
SAIKO ft. J Balvin
// Gaby Deimeke, cortesía Universal Music

Doblexxó es una de varias canciones en las que la fuerza de la canción depende del colaborador, en este caso Feid, que antes de llenar estadios en todo el mundo le escribió hits a Balvin como ‘Sigo esperándote’, hace casi diez años. Pasa lo mismo con el reggaetón pesado de ‘Gato’: la española Bad Gyal se luce y Balvin pronuncia estos versos que me sacaron risas por la referencia local inesperada: “La puse a cantar a cape’ / Estaba mojadita, Guatapé / Tenía un par de huecos y yo se los tapé”.

Lo digo claro: Rayo no es un mal disco, en absoluto. ‘Polvo de tu Vida’ tiene potencial de banger, como todo lo que toca el chillido hermoso de Chencho Corleone; ‘Bajo y Batería’, por el contrario, propone un ejercicio minimalista para que Balvin juegue sobre el esqueleto de una pista de reggaetón, como quien recuerda los fundamentos de su oficio. Y algunos de los mejores momentos llegan cuando Balvin explora otros géneros, como el afrobeats: ‘3 Noches’ sintetiza su principal virtud, la de crear ambientes bailables sobre los que su voz, cada vez más pulida para las melodías, flota plácidamente; y ‘Stoker’, con el mexicano Carín León, sorprende al no ser el corte esperado de regional mexicano que todos los discos similares a este parecen tener hoy, como dicta el algoritmo. Cuando invita a SAIKO a ‘Gaga’, Balvin le sigue el ritmo sin problema al español sobre un Jersey club que me dejó intrigado: ¿Cómo sonaría el Honestly, Nevermind de Balvin?

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Desde cierto ángulo, Rayo ofrece motivos de optimismo para el futuro de Balvin: un veterano respetado que ya aseguró su legado y a medida que explora los nuevos giros de su campo, les pasa el testigo a los que vienen detrás de él y nos pide que no olvidemos todo lo que vivimos con él.

Solo así tiene sentido un nuevo capítulo que mire hacia atrás: que sea para reafirmar los cimientos que sostienen toda la estructura.

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El título de Rayo le rinde homenaje a su primer carro, el que tuvo antes de su debut oficial con La Familia (2013). Es un vehículo para transportarse a otra época cuando todo era nuevo y emocionante, cuando cada logro era el primero.

"Se trata de la nostalgia que sentía cuando estuve en el estudio por primera vez. A veces te quedas tan atrapado en el negocio que empiezas a pensar solo en el negocio y no en la música en sí. Así que, en este caso, fue como volver a ser un niño”, le dijo a Rolling Stone.

Aunque aferrarse al pasado es un camino directo al abismo, o peor aún, a quedar varado en tierra de nadie —y es la peor forma de conversación, si le creemos a Tony Soprano— la nostalgia también puede ser un combustible potente para avanzar algunos kilómetros hasta la próxima estación.

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