Si han tenido la posibilidad de visitar Argentina seguro que una de las actividades que más les habrán recomendado es asistir a un partido de fútbol. Sean o no amantes de este deporte, no podemos negar que los estadios argentinos tienen su mística. El despliegue de las tribunas, los colores, el ambiente carnavalesco, la pasión con que se viven los partidos, los cantos de las masas son historia, fiesta, deporte, espectáculo. ¿Y si a eso le sumáramos buen rock?
Por: Víctor Solano Urrutia
Contrario a lo que puede ocurrir en muchos países, el rock en Argentina ha sido desde su inicio una religión que cuenta con millones de fieles, escuelas celosas y santos devotos. No quiero sonar polémico, pero podríamos decir que el rock se acerca al nivel de fanatismo con que se vive, come y respira fútbol en cada rincón de Buenos Aires y de las demás provincias. Así como en el fútbol existen fanaticadas, clubes y barras, los rockeros argentinos también han formado su identidad en torno a bandas emblemáticas y de culto a las cuales siguen de recital en recital.
Así como Boca Juniors no sería lo que es sin la Bombonera, el rock y sus fanáticos han necesitado del estadio de fútbol para hacer valer su pasión. ¿ Significa esto que no existe rock underground o de “boliche”, como lo llaman popularmente? Por supuesto que sí, y de hecho ese es el origen de muchas de las bandas argentinas como Soda Stereo. Pero cuando una banda “pega” y gana leales seguidores, es común que su fama se extienda como la fiebre bubónica. De ahí que el estadio (y no cualquier miniatura de escenario) termine siendo el punto máximo.
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Es común que asociemos el rock con el fútbol en Argentina. El estilo de “bardo”, de locura, fiesta y descontrol que se relaciona al ambiente rockero juvenil se suele pintar de los colores del fútbol tanto en las tarimas (con canticos, letras y sonidos murgueros) como entre los asistentes. Esa sensación de descontrol invade barrios enteros y en ocasiones puede desembocar en violencia. Hay algo más profundo en este ritual: allí se define la verdadera lealtad y el honor
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La cancha y la tarima, entre romance y lealtad
Para entender este fenómeno, hay que prestar atención a las investigaciones de Silvia Citró, quien ha dedicado años de su vida a hacer entrevistas, ir a conciertos y escuchar los álbumes de la mítica banda Bersuit Vergarabat con el fin de entender cómo el rock crea cuerpos y estéticas particulares.
Algunas de sus conclusiones señalan que parte del mensaje que bandas surgidas de la influencia de grandes maestros como Luis Alberto Spinetta, Charly García o Sumo, se materializa en la mezcla entre la lealtad a las comunidades (el barrio, la ciudad, etc.) y la denuncia política. A propósito de la Bersuit, como lo dijera el “Pelado” Cordera, su vocalista, de lo que se trataba en 1989 era de hacer “poesía, pero con encuadre social”; algo así como romance con lealtad, con compromiso combativo y anti-militarista. ¿De dónde venía todo ese espíritu?
A la dictadura latinoamericana de los años 70 no hay nada que agradecerle. Después de todo, muchísimos crímenes se cometieron y decenas de miles de asesinatos y desaparecidos pueden dar fe de ello. No obstante, un resultado positivo, en alguna medida, fue el caudal masivo de bandas de rock y estrellas pop que hoy en día recordamos cuando nos sentimos rebeldes. ¿Quién no ha cantado con rabia Sr. Cobranza o Rasguña las piedras a la madrugada?
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Recordemos agrupaciones como Almendra, Sui Generis y Los Abuelos de la Nada , nacidas y surgidas en los tiempos de la dictadura y la represión. Sus letras tuvieron que sufrir la censura y la prohibición; algunos, como León Gieco, se las ingeniaron para jugar con la poesía y las metáforas para no ser molestados por los viejos milicos carentes de imaginación. Esto, paradójicamente, le dio buen nivel al “rock nacional”, como se conoce desde que se marcó una distancia con la música inglesa en tiempos de Guerra por las Malvinas.
¿Cada cuánto pensamos en el origen de esas letras? Tomemos Instituciones , de Sui Generis . En ella Charly y Nito Mestre aluden a la dictadura con una simple y poderosa crítica: “Oye hijo las cosas están de este modo, la radio en mi cuarto me lo dice todo. ¡No preguntés más! Tenés sábados, hembras y televisores, tenés días para amar aún sin los pantalones. ¡No preguntés más!”.
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Son muchas las letras devastadoras pero geniales, como las de Ayer nomás de Los Gatos , Los dinosaurios de Charly García o El fantasma de Canterville de León Gieco . Pero también el cine ha relatado este sentimiento de privación, extrañamiento y vacío. Tango feroz (1993) , que habla de la leyenda rockera de Tanguito, es un homenaje a los desaparecidos y torturados. La noche de los lápices (1986) , ni se diga; es la esperanza puesta en la música.
De la dictadura a la popular
Años de prohibición, clandestinidad y temor se tradujeron en un ansia por expresar todos los sentimientos reprimidos. El dolor de un país quebrado por la violencia y el fastidio por el silencio fueron cambiados de golpe por una generación de jóvenes artistas dispuestos a cantar sin tapujos lo que les viniera en gana. De la sangre del mítico flaco Spinetta brotaron las irreverentes y trasgresoras letras de Illya Kuryaki and The Valderramas . Y de A.N.I.M.A.L. recordamos el siempre enérgico álbum Poder latino (1998) en que se denunciaban las históricas matanzas indígenas.
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El estadio fue imprescindible: se necesitaba armar al país, tener algo en lo que creer, gritar y saltar hasta que los cimientos empezaran a estremecerse. Y el estadio canalizó esa ira, ese amor y esa sensación de libertad, una libertad que al menos podía ser transitoria en el lapso de lo que durara un recital. La primera banda en poner de moda el estadio fue Serú Girán, que en 1978 convocó a 50,000 personas al estadio Obras Sanitarias .
De ahí en adelante ninguna agrupación se quiso quedar atrás. En 1995 Soda Stereo estremeció Plaza Moreno de La Plata y en el 97 muchas bandas (entre ellas Divididos, Attaque 77, Todos Tus Muertos, La Renga, Las Pelotas y León Gieco) se reunieron para homenajear a las Madres de Plaza de Mayo, luchadoras de la dictadura. Pero el momento más épico del rock de estadio, según muchos conocedores, se vivió en la Colmena de Olavarría, en marzo de 2017. El Indio Solari prometió orquestar “el pogo más grande del mundo”, en el que casi medio millón de personas abandonaron sus cuerpos al unísono de Jijiji . Juzguen ustedes:
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Entrado nuestro siglo ya era tradicional que el estadio se usara para fines extra-deportivos. Son muchos los recitales memorables, pero se recuerda el concierto de Charly García bajo la lluvia o el Pepsi Music ‘05 en el que, en plena presentación de Los Piojos , Diego Maradona empezó a hacer veintiunas y dejó sus guayos colgados en el micrófono de Ciro Martínez.
Argentina: best crowd ever
Los Rolling Stones no se olvidan de esa vez en que se preparaban para tocar en el estadio de River Plate en el año 2006. A pocos minutos de que iniciara el show, empezaron a sentir que el suelo temblaba. “Un terremoto”, sugirieron asustados los ingleses. Luego se enteraron de que los movimientos telúricos eran provocados por los teloneros (Los Piojos) cuando interpretaban su famoso tema El farolito . Si eso era antes del concierto, nadie se imaginaba cómo estaría el resto de la noche.
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Esta anécdota recalca por qué el fanático argentino, en boca de muchos de los ídolos más grandes del rock internacional, es el mejor público de conciertos del mundo. Dave Mustaine no se cansa de decir que le impresiona cómo los argentinos se cantan hasta las partes acústicas de Symphony of Destruction . Slash y Johnny Ramone, por citar un par de la amplia lista de estrellas, han dicho que no hay mejor lugar en el mundo para tocar que en Argentina.
“Estamo’ relocos”, dicen en YouTube los argentinos que comentan un documental que se ha hecho muy famoso en los últimos tiempos, Argentina: Best Crowd Ever , en el que se recogen las impresiones de muchos artistas de talla mundial, además de que se expresa con imágenes, colores y sonidos todo lo que hemos tratado de reseñar en este artículo.
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¿Qué queda por decir? Argentina es un universo musical por sí solo. De la tradición tanguera, pasando por la cumbia, hasta el rock nacional. Pero más allá de las variaciones estilísticas, de los ritmos y el tempo, lo interesante de este país es la manera en la que ha sabido triangular la música con la política y con el fútbol. Estos tres campos que parecerían hasta contradictorios son la evidencia de una historia cargada con violencia y con dolor, pero también con lealtad, amor y sentido de pertenencia. La bandera albiceleste siempre ha estado presente (y lo estará) tanto en la Plaza de Mayo como en el recital y en la tribuna futbolera.