En el 2010 nuestras páginas impresas se abrieron de par en para darle vida a un especial que mostrará como la música había sido capaz de resistir y sobrevivir en una ciudad aplacada por la violencia y el narcotráfico en sus épocas: “Medellín resiste”. Uno de esos capítulos precisamente estuvo dedicado a los Crew Peligrosos, una de esas agrupaciones que nació en medio de un panorama oscuro pero con un objetivo claro: hacer del hip hop la mejor arma para empuñar.
Desde esos días en que nombrábamos el nombre de los Crew Peligrosos hasta hoy, han pasado muchas cosas; entre ellas el lanzamiento de “Madafunkies”, la placa discográfica sucesora de “Medayork” y que estarán lanzando el próximo viernes 16 de octubre (toda la información del lanzamiento aquí)
Hoy, cinco años después, recordamos ese primer capítulo.
Por: Sofia Sánchez // Fotos: Federio Ríos
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Comuna 4 Aranjuez
Este es el territorio de Henry Arteaga, un tipo al que le gusta que lo llamen “peligroso”. “Eso soy”, dice, y no es extraño: en los barrios de la 4, Aranjuez, Moravia, La Piñuela, Campo Valdez o Berlín, es muy común escuchar que los jóvenes son delincuentes, matones o viciosos. Es una reputación ganada.
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Durante las últimas dos décadas, en las cuadras por las que caminamos con él, donde en una esquina se escucha la algarabía de un partido de microfútbol y en otra una señora fríe empanadas en un fogón de leña, las armas y el tráfico de drogas han sabido flirtear con los más jóvenes.
Es un coqueteo que ofrece poder, dinero y estatus a cambio de sus vidas. O de sus muertes, para ser más claros. Esta Comuna 4 en la que vive Henry, ubicada en la zona nororiental de la capital antioqueña, les dio hogar, tierra y poder a las primeras ‘oficinas’ del Cartel de Medellín.
Aquí, a finales de los 80 y principios de los 90, morir o matar dependía de algún patrón, o del mismísimo “Patrón”. “La gente solo habla de ocho o diez magnicidios, pero los muertos pasan de 3 mil. Personas que fueron ejecutadas por nosotros en Medellín”, confesó alguna vez ‘Popeye’, el hombre de confianza de Pablo Escobar.
Él mismo, más de veinte años después de su apogeo como jefe de los sicarios del Cartel, se define como un monstruo. Un sanguinario que tenía el “suficiente estómago para matar”. Desde la cárcel, sus palabras hieren. Cargan la infamia y el dolor de miles de jóvenes asesinados. Durante los años del terror, ser sicario fue una profesión que personajes como este enseñaban. Ejecutar. Eliminar. Matar. Ganar dinero.
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Era un negocio con sueldo, lujos y reputación que reclutó a los más jóvenes en los barrios periféricos de Medellín, como los de esta Comuna 4. Los famosos asesinos de moto y metralleta fueron la carne de cañón, los inmolados y los victimarios en esa guerra que Escobar le declaró al Estado, la que libró contra sus perseguidos, los Pepes, y la que resultó con su muerte en el 93. Una guerra que les quitó la vida a casi 13 mil personas en Medellín tan solo entre el 89 y el 91. Fue una guerra que convirtió a la capital paisa en una morgue, en la capital mundial de la violencia. Ese lugar en el que creció Henry Arteaga. Él es uno de los tipos más peligrosos de este lado de la ciudad. Tanto es así que lo escuda, lo secunda y lo acompaña, calle arriba y calle abajo, un grupo de 14, un parche que marca, actúa y recluta en toda la comuna.
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Se trata del Crew Peligrosos. Su bando. Caído el jefe del Cartel de Medellín, el poder en los barrios de la nororiental se lo disputaron las milicias urbanas, los chulos, los combos, los paramilitares, los traficantes de drogas y armas. Todos responsables de las 42 mil muertes violentas que hubo en la capital paisa durante una nueva década de sangre: desde 1992 hasta el 2002, el mismo año en el que Henry decidió rebelarse a la circunstancia y a la historia y fundar Cuatro Elementos Skuela: un espacio ganado en la comuna, un lugar con banda sonora de funky rap donde las palpitaciones se disparan.
Él ya nos lo había dicho, “tienen que verlo, tienen que vivirlo”. Y no alardeaba ni inflaba el pecho porque sí. Lo que pasa cada una de las noches de la semana en esos diez salones de clase del colegio Gilberto Álzate Avendaño es algo que, en efecto, hay que ver y hay que vivir. Son muchos niños, niñas y adolescentes. Muchos… cincuenta, cien, doscientos. Cada día son más caras las que invaden este colegio donde se enseñan matemáticas y rap. Un espacio para aprender alguno de los elementos del hip hop, especialmente el break dance, que exige constancia y disciplina, fortalece el carácter y les da a los jóvenes reconocimiento en la comunidad.
El ruido, el ritmo y las mezclas en vivo son elementales, circulan entre esos salones mientras los pies azotan o se elevan, mientras las manos aplauden y coreografían momentos de sublimidad personal. Se escuchan risas de aliento, de triunfo, cuando los alumnos consiguen moverse como alguno de sus quince maestros.
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El sudor brota por los cuerpos, vivos. Durante dos horas, cada noche, la música es la única dueña de la casa. “Como movimiento artístico estamos construyendo”, dice Henry sin titubear. Él sabe que su voz es también política: “Estamos entregando una educación cultural a toda la oferta de violencia, narcotráfico y delincuencia que existe en nuestra ciudad, y eso es lo que ha hecho que todavía estemos vivos. Por eso es que me inclino en seguir educando, en llevar al hip hop a su nivel de pureza, decidió armar un batallón de breakers, MCs, DJs y grafiteros: un maestro, un gestor, un entregado por completo a vivir, respirar y sentir hip hop. Lo llaman ‘Jke’ porque hace lo que para otros parece imposible.
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Imposible como ensamblar a una orquesta sinfónica de más de 50 músicos con el Dj, los dos MCs y los breakers de Crew Peligrosos para elevarse en una fusión de instrumentos de viento, batería, chelos, violines, funk, rock, rap y alegres fraseos. Imposible como realizar el primer festival de hip hop de cualidades internacionales en Medellín, el Hip 4, que cuenta con el aval de la comunidad y el apoyo económico del Presupuesto Participativo de la ciudad desde el año 2005.
Cosas que él hizo, y por eso su voz se escucha y cala. Por eso hay niños que quieren parecerse a él, a lo que es su crew de soñadores, de formadores. De peligrosos. El año pasado, según la Unidad Permanente para los Derechos Humanos de la Personería de Medellín, la zona nororiental tuvo el mayor número de que es la paz. Si yo no hubiese encontrado el arte como fuente de regocijo ante tanta violencia, ¿quién sería yo en estos momentos?”.
A Henry, además de su auto concedido mote de “peligroso”, le dicen “Jke” (léase “jeque”) en su crew, designación que, en el mundo árabe, traduce “viejo sabio”. Es curioso, apenas si se asoma a los 30 y sus estudios formales llegan hasta el bachillerato. Pero eso es lo que ha sido para su comunidad desde que homicidios de la ciudad, siendo la Comuna 4 el epicentro de la violencia territorial; sin embargo, como bien lo dice Henry, “Medellín tiene más cosas que la guerra. Tiene personas que luchan contra ella, y eso es lo importante. El nombre de nuestro grupo es un homenaje a todos los jóvenes de la ciudad que cayeron y siguen cayendo en la guerra. Somos peligrosos porque le robamos jóvenes a la guerra. Decidimos llamarnos así para llevar lo peligroso al extremo y tomarnos la calle desde el arte”
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