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De Colombia para África: Testamento musical del Dios de la champeta

Sin el movimiento picotero, el Joe jamás hubiera sido el Joe.

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El Joe es uno de los hijos más ilustres del movimiento picotero afrocaribe, y es sin duda alguna el Papá, el Dios y figura máxima de la champeta criolla, a través de piezas musicales que han hecho bailar al mundo entero durante décadas

Por Lucas Silva

*Cineasta y champetólogo. Cabeza del sello independiente Palenque Records

Ahora que estamos despidiendo al Centurión de la Noche, al mágico Joe Arroyo, y hacemos la retrospectiva de su vida, del hombre y de su creación musical, veo más que nunca la necesidad de escribir y de hablar sobre una dimensión de este gran músico, para mí de las más importantes y de la que pocas veces o nunca se ha hablado: la relación del Joe con la champeta, con los picós, la música africana y todo lo ligado con la música afrocaribeña y psicodélica de los 80.

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 Nacido en el barrio Nariño de Cartagena, muy conocido por ser sede de la comunidad palenquera, desde niño, el Joe creció en la Universidad de la Champeta y la Música Africana: un territorio dominado en los 70 por picós como El Conde, El Ciclón, El Guajiro, El Sibanicu y muchos otros que con el paso del tiempo serían determinantes en su carrera musical.

En el sistema solar de la champeta, el Joe es uno de los planetas más importantes

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En los barrios de la costa, los picós actúan como verdaderos profesores de música, los niños crecen jugando cerca de los parlantes, sintiendo el fuerte golpe de los bajos a kilómetros de distancia, con el vacilón de la música africana y caribeña en la sangre desde pequeños. La cátedra que dan estos es a punta de puros discos exclusivos, piezas musicales de colección que vienen de Haití, Nigeria, Camerún, Congo, Guadalupe o Brasil, y que hacen que los habitantes de estos barrios crezcan rodeados de una cultura musical que envidiaría hasta el más fino de los melómanos ingleses, austriacos, franceses o de cualquier país del mundo. Bien lo dicen las placas del Conde: “¡Aquí suena El Conde: la Biblia Musical de Cartagena, soltando petardos musicales!”.

Desde el momento en que inicia su orquesta La Verdad, y la que trabaja con Fruko grabando covers de música africana en el legendario grupo Wganda Kenya (en el que era el corista con Wilson Manyoma), el Joe tuvo una fuertísima relación con la música del continente negro y con la del Caribe inglés y francés (compás haitiano, zouk, socca). La mayoría de sus temas afrocaribeños son covers de temas haitianos de artistas como Coupé Cloué, Jean Claude Sylvain, Gesner Henry, Kassave… ¿Dónde los escuchó por primera vez? ¡Pues en los picós! Por eso, podemos decir que, sin el movimiento picotero, el Joe jamás hubiera sido el Joe.

Temas tan conocidos como Yamulemao, versión de un clásico de Laba Sosseh, de Senegal, y si so Golé, apasionante versión inspirada en la música mandinga de Senegal-Malí, donde canta al estilo de Mory Kante, nos muestran a un artista devorador de ritmos e influencias, que los retoma siempre con maestría para imprimirles su sello personal.

De todo esto podemos pues concluir que el Joe es uno de los hijos más ilustres del movimiento picotero afrocaribe, y es sin duda alguna el Papá, el Dios y figura máxima de la champeta criolla, a través de piezas musicales que han hecho bailar al mundo entero durante décadas. En el sistema solar de la champeta, el Joe es uno de los planetas más importantes, pues a través de sus constelaciones musicales, a través de sus órbitas y de sus paralelos y meridianos, se gestó la champeta más sabrosa, exigente y mundial que se haya hecho jamás.

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Muchos se equivocan en no verlo así, pues piensan que la champeta es otra cosa, que es exclusivamente música de picó, perreo y demás. Se equivocan, pues la champeta es como el reggae: diversa. Champetas hay muchas. Así, pues, el Joe dejó un gran patrimonio champetúo y africano, y nos dejó un inmenso desafío: seguir construyendo, basados en esos antecedentes, el edificio cultural champetúo, y hacer que este sea cada día más bello, perfecto, universal y sabroso, como fueron aquellos diamantes musicales que solo una mente como la suya pudo concebir.

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