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Bad Religion, la subversión después del punk - Historia de la banda

¿Cómo Bad Religion nos enseñó que la música puede seguir desafiando el status quo sin convertirse solo en discurso político? Aquí analizamos la carrera de la banda californiana.

Bad Religion sesión de fotos
La banda norteamericana de punk rock Bad Religion. De izquierda a derecha el baterista Bobby Schayer, guitarrista Brian Baker, vocalista líder Greg Graffin, guitarrista Gregg Hetson y bajista Jay Bentley en mayo de 1996 en New York.
// Foto de Bob Berg/Getty Images

Bad Religion nació a finales de los 70 en San Fernando Valley, California.

Entusiasmados por la resistencia lírica de bandas como The Adolescents, Black Flag o The Germs y empujados por el momento que les tocó vivir (la reaganomía) y la insurgencia hormonal de la adolescencia, sus integrantes se enlistaron para denunciar algunos de los problemas del mundo contemporáneo: el capitalismo, los valores neoconservadores, el poder de las corporaciones y la globalización en la versión del liberalismo avanzado.

Greg Graffin (voz), Jay Bentley (bajo), Jay Ziskrout (batería) y Brett Gurewitz (guitarra), en su primer EP de 1981, Bad Religion, demostraron con vehemencia que la religión es una fábrica de creencias; la política un lugar dominado por idiotas que deciden el futuro de las sociedades; y que las personas, lo quieran o no, son esclavos a los que les hicieron creer que la libertad es la democracia y el mercado.

El filósofo alemán Karl Marx dijo que la religión era el “opio del pueblo”. La frase es bien conocida y ha sido utilizada hasta el cansancio. Pero Marx no pensaba en criticar a la religión en sí misma, sino al hecho de que las abstracciones derivadas de las religiones fueran tomadas como la realidad en vez de fantasías construidas por los seres humanos, las sociedades o los Estados.

Es sobre esta crítica de la religión y el mundo plástico que construyen las religiones que Bad Religion elaboró su proyecto musical.

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Bad Religion vino a rescatar una actitud antisistema perdida en medio de los ojos delineados y los sonidos refinados de los sintetizadores que emergieron en los 80.

Bad Religion en KROQ's Almost Acoustic Christmas 2010 - Day 1
De izquierda a derecha Jay Bentley, Greg Graffin y Brett Gurewitz de Bad Religion en el KROQ's Almost Acoustic Christmas 2010. Diciembre 11 de 2010 en California.
// Foto por Noel Vasquez/Getty Images

Combinando metáforas y simbolismo (el logo de Bad Religion es uno de los más icónicos del punk) con mensajes directos en cada una de sus letras como recurso artístico y contestatario, al tiempo que ofrecían un sonido con agresividad y crudeza instrumental —yendo más allá de los acelerados tres acordes al infinito de las primeras bandas de Punk, hasta el límite de inmolarlos—, la banda trascendió de los insultos y la escandalosa y “maldad” del punk de mediados de los años 70.

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Hicieron que su atractivo consistiera tanto en sus canciones sucias, rápidas, distorsionadas y estridentes como en la proyección de una imagen que rompía con las grandes crestas, alfileres de gancho, botas punta de acero, chalecos repletos de parches, aretes y jeans ajustados y en mal estado.

La banda, desde el primer momento, privilegió —por encima del sonido y la imagen— una actitud punk: estar alerta a los cambios del momento, las turbulencias políticas y sociales para conectarlas a la música e intentar desestabilizar el mundo.

“El Punk es un movimiento que sirve para rebatir actitudes sociales que han sido perpetuadas a través de la deliberada ignorancia de la naturaleza humana”, dice Greg Graffin en su Manifiesto Punk.

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La música que hace Bad Religion no solo es interesante, sino acertada y revolucionaria en un momento en el que la precariedad del mundo es la regla, cuando la sensación de estar moviéndose a toda velocidad hacia el abismo de un futuro desconocido requiere que volvamos a tomarnos la música muy en serio.

Dentro de esta lógica, su propuesta “contracultural”, aunque fragmentaria, encarna el espíritu y la urgencia de desafiar el poder, además de la necesidad inherente de los seres humanos (aunque extraviada) de cuestionar los modelos actuales para pensar e imaginar una mejor manera de hacer las cosas o proponer otros futuros posibles.

Privilegios desde el nacimiento, aborrecimiento del trabajo. Obsesionado con la soberanía. Los aristócratas reclaman una exención. Desde los estándares de la democracia. Una antipatía secreta hacia la justicia y la igualdad. Y una definición muy estrecha de quién es libre. Antiguo régimen, humo de la historia
Canción Old Regime (2019)

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Esto canta con voz enojada pero melódica y cargada de armonías Greg Graffin en Old Regime, del álbum Age of Unreason del 2019.

Lo que define la música de Bad Religion es el imperativo del cambio constante sobre la base de un punk rock veloz que se desliza sobre ideas políticas claras y discursos que invitan a concretar la revolución inconclusa del punk de los 70, pero, de cierta forma, actualizándose a los problemas sociales y a las sonoridades de la época.

La forma de tratar las melodías y las armonías, así como la filosofía detrás de sus letras hacen parte del éxito que ha tenido la banda, incluso, hasta en los sectores de derecha o entre quienes no entienden el inglés.

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No se trata simplemente de las letras desafiantes o de estar “en contra” de algo, se trata de lo que este tipo de música le hace sentir a las personas: las emociones que despiertan trascienden el discurso político para unificar cuerpos y sensibilidades.

En este sentido, tanto el significado de sus letras como los afectos que genera la música son fundamentales para pensar una nación del punk.

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Hay algo especial en el proyecto musical de Bad Religion que se encuentra por debajo (o por encima) del pensamiento político de la banda: la renovada creencia en el poder de la música, junto con la responsabilidad que acompaña esta convicción.

Es justamente eso lo que hace que valga la pena seguir haciéndose la pregunta ¿cómo puede la música seguir desafiando el status quo sin convertirse solo en discurso político?

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