A Arcade Fire hay que reconocerle, celebrarle y agradecerle que fue muchos conciertos en uno solo. No tuvo las dimensiones épicas, los fuegos artificiales, las bailarinas, las tarimas y la parafernalia de otro gigante que a la misma hora se presentaba en el estadio El Campín, Bruno Mars, pero tuvo suficiente material y versatilidad para que las 23 canciones que tocó en la Gran Carpa de las Américas fueran únicas, diferentes, sorprendentes y sobrecogedoras.
Por Juan Pablo Castiblanco Ricaurte // @KidCasti - Fotos: David Schwarz // @davidmschwarz
Hay muchas formas en las que una banda puede encarar un concierto. La pirotecnia y la grandilocuencia para un estadio, lo íntimo y excesivo en la minucia para un auditorio, lo rimbombante para una fiesta, lo experimental y trasgresor para festivales o salas alternativas. Eso hace imposible, casi impertinente, determinar que un concierto es mejor a otro, al menos cuando se habla fuera del gusto personal. Ante el aguacero de “grandes conciertos” que Bogotá ha visto en la última década, se ha vuelto lugar común salir a decir que uno u otro concierto fue “el mejor del año” o “el mejor que se ha visto en el país”, pero, ¿quién puede decir que este año U2 superó a Kronos Quartet, que Justin Bieber fue mejor que Ryoji Ikeda, que Slayer fue mejor a Helloween, o que Korn fue mejor a Diamante Eléctrico o Superlitio? De nuevo, para gustos, los colores.
Ahora bien, reconociendo que cada concierto es un universo, a Arcade Fire hay que reconocerle, celebrarle y agradecerle que fue muchos conciertos en uno solo. No tuvo las dimensiones épicas, los fuegos artificiales, las bailarinas, las tarimas y la parafernalia de otro gigante que a la misma hora se presentaba en el estadio El Campín, Bruno Mars, pero tuvo suficiente material y versatilidad para que las 23 canciones que tocó en la Gran Carpa de las Américas fueran únicas, diferentes, sorprendentes y sobrecogedoras. Luego de un buen prólogo de sus nuevos amigos, compañeros de gira Bomba Estéreo (que, en esta ocasión, a diferencia de lo que pasa con muchos conciertos de artistas internacionales, no se trató de un telonero irrelevante sino de un coprotagonista que pronto lanzará un nuevo remix de Everything Now ), el esperado concierto comenzó. Arcade Fire fue espectacular, íntimo, rimbombante, experimental, cálido, empático, fiestero y melancólico. Todo a la vez. Todo ahora, Everything Now , como se titula su más reciente disco.
La llegada de la banda a la tarima se dio entre la gente, recreando el arribo de un luchador a un ring (así estaba decorado el escenario para el principio del toque). Desde ahí, como en un Circo del Sol, los nueve integrantes de Arcade Fire reseteaban y reiniciaban la disposición de la banda en cada canción y asumían nuevos roles en el ensamble sonoro. Gravitando alrededor de su voz líder y fundador Win Butler, los demás integrantes se reorganizaban para aportar cada una de las capas que construyen su espeso sonido. A diferencia de muchas agrupaciones soportadas en un único frontman, que debe lidiar con la categoría de su carisma para conquistar un público (bogotano) cada vez más entrenado y exigente, Arcade Fire le quitó la presión a Butler y la repartió uniformemente en los otros ocho músicos que pudieron demostrar el límite al que viven su música. Los 4.000 asistentes al concierto vieron, en toda la extensión de la palabra, a una agrupación musical robusta y compleja: una agrupación que asumió todos los riesgos posibles en medio de una tarima que parecía una tienda de instrumentos. Ciertos pasajes del concierto tuvieron marchando en simultáneo dos baterías, un percusionista, un violín, guitarras, seis coristas, bajo y cinco máquinas entre sintetizadores y pianos envenenando un sonido épico.
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Regine Chassagne, el as escondido de Arcade Fire, esposa de Butler, pasó por la batería, el piano, los sintetizadores, el keytar y la voz líder. Will Butler, hermano del Butler capitán, saltaba del segundo al primer plano de la banda, agitando los ánimos, sudando, entregándose enteramente, escapándose de la tarima para correr hasta la localidad general y celebrar la vida y la música en vivo junto a la gente. Richard Reed Perry era una máquina sonora, pasando de la guitarra al acordeón y a la percusión. Jeremy Gara siempre estuvo comandando la batería, pero en una canción salió a tocar la guitarra. Sarah Neufeld pasó del violín a los sintetizadores y siempre estuvo acompañando en los coros.
Pero como en las televentas, eso no fue todo. Arcade Fire le apuntó a un momento único para su público colombiano sin necesidad de recursos populistas como gritar groserías en español, saludar al público, envolverse en la bandera o usar la camiseta de la Selección Colombia. Como sucedió en México con la inclusión de un grupo de mariachis para cerrar Wake Up , Arcade Fire invitó a Los Gaiteros de Ovejas para tocar las tres primeras canciones del concierto ( Everything Now, Haiti y Here Comes The Night Time ) y para que regresaran en el épico cierre con la segunda parte de Everything Now y Wake Up (con la presencia de Li Saumet y Simón Mejía de Bomba Estéreo). Juntos como una verbena, como una banda de pueblo, volviendo a las raíces más básicas de la música, Arcade Fire, los Gaiteros y Bomba Estéreo descendieron juntos del escenario, se bajaron por las escaleras frontales de la tarima y tocaron un emotivo e inesperado epílogo con cajas, saxofón y tambores entre el público que ya estaba saliendo.
Arcade Fire cerró su concierto como lo comenzó, entre la gente. Hizo lo mismo que ha venido haciendo en sus últimos discos –Everything Now, Reflektor y The Suburbs– : terminando el viaje en el punto de partida. Cerrando el ciclo. Creando un loop. Abriéndole una puerta al infinito a través de la música, de la música en vivo.
Acá nuestras mejores tomas del concierto
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