Brooklyn, uno de los cinco grandes distritos de la ciudad de Nueva York, es la cuna de uno de los movimientos que mejor junta la protesta con el virtuosismo artístico: el Afropunk. Estas son las imágenes que demuestran el carácter del afrofuturismo. Fotos y texto por Fabián Páez López // @Davidchaka
Este año, el festival musical Afropunk celebró su decimotercera edición anual en su casa ( también se ha extendido a otras ciudades como Paris, Atlanta, Johannesburgo, Londres y Berlín) con un line-up de músicos negros notables del R&B, el soul, la electrónica y el hip hop como Erykah Badu, The Internet, H.E.R, Daniel Caesar, Smino, Kaytranada, Mahalia, Ibeyi, Tyler the Creator y hasta un ensamble de mujeres negras preparado especialmente para el evento, PowerJam. Su crecimiento y poder es expansivo. A más de dos meses del día del evento no había tickets disponibles y en el gigante Commodore Barry Park de Brooklyn se veían llenos los cuatro escenarios dispuestos por la organización. (Si quiere saber más de del festival Afropunk y su historia, vea también nuestra reseña y las mejores fotos del Afropunk 2017)
Pero más allá de ese cartel cargado en ritmo y talento, Afropunk llama la atención porque se perfila como un movimiento identitario de avanzada. Una movida cuya consigna es la resistencia, no solo desde la música, sino también desde la moda y el discurso: un discurso que, a diferencia de la idea esencialista de “recuperar las raíces”, procura redefinición, un activismo inquieto e inconforme .
De entrada, ir al Afropunk es una experiencia surreal. Es un desfile exuberancia, talento y estilo que va desde los colores, los vestidos, peinados del público hasta las voces y los shows de los músicos. Este año, dos de los llamados a cerrar el evento fueron la perfección vocal de Erykah Badu y el universo visual espacial de Tyler, the Creator. Pero la programación también incluye stands con los proyectos de jovenes negros que trabajan en arte, diseño, gastronomía, activismo y hasta un "Hair Village" en el que se hacen peinados.
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El festival, que hoy es ya un circuito mundial con canales de información propios que no descansan en todo el año, más que un evento, es el eje del movimiento: gestionado por y para empujar el orgullo de los jóvenes negros en las urbes. En los carteles y en la mercancía oficial del Afropunk se pueden leer manifiestos como este:
“Nosotros, la gente que ha tenido que vivir bajo el dominio de la supremacía blanca, la inequidad de género, la homofobia, la violación ambiental y el apartheid económico tenemos que saber que cuando el mundo es un ultraje, lo más sensato es desafiarlo”.
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Hace un poco más de cinco décadas, en plena época del Movimiento por los derechos civiles, el activista radical y ministro religioso Malcom X (quien fue asesinado precisamente en Nueva York) parecía ir en la misma dirección al tomar una X por apellido y no, por ejemplo, uno musulmán -como lo hizo el boxeador Muhammad Ali, nacido como Cassius Marcellus Clay Jr.
Haberse identificado con un nombre musulmán o africano, pudo haber sido un llamado a la búsqueda de esas raíces que muchos, generalmente agentes externos a la comunidad negra, hoy quieren “rescatar” y “destacar” de una forma que puede resultar restrictiva; no obstante, Malcom X parecía saber que las raíces africanas fueron arrancadas y que su camino era buscar una nueva libertad.
Hoy, los movimientos de jóvenes negros como el Afropunk fortalecen la construcción de una nueva comunidad universal, que se extiende entre la diáspora europea o estadounidense, que si bien se nutre de los símbolos y la estética africana, tiene las miras puestas en construir una nueva identidad y en destrozar los ultrajes no solo del racismo, también de la exclusión, la desigualdad y el odio.
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