Prince fue un personaje que a fines de los setenta le dio al mundo un toque funk rock que pavimentaría el camino para su consagración ochentera. Hoy murió demostrando que hay espacio para ser extravagante, elegante, único y mil veces imitado.
Por: José “Pepe” Plata @owai // Foto: Gettyimages
Tres décadas atrás, Colombia no llevó a cabo el mundial de fútbol que había logrado gestionar años antes. El turno le tocó a México, que en aquel año tuvo una mascota llamada Pique. La nación azteca sacó adelante aquel mundial luego de haber sufrido el terremoto de septiembre de 1985. A la par, continuaba exportando telenovelas y seriados humorísticos. Justo a través de uno de esos programas llamado Qué nos pasa vinimos a conocer a un personaje llamado El Flanagan: una especie de ciudadano desadaptado que llevaba una cresta punk, chaqueta raída y una cadena. Su fiel compañera era una grabadora al cual le daba play y sonaba una canción funky con una guitarra esplendorosa.
El susodicho Flanagan se movía haciendo pasos de breakdance o pogueando y vociferaba: “queremos rock”. Lo hacía con una voz gutural que anticipaba el death metal. La canción era nada más ni nada menos que Kiss , de un cantante que, para la época, ya había marcado un momento clave es aquellos años del pop y de Mtv.
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Kiss era la canción que un personaje llamado Prince Roger Nelson cantaba y que formaba parte de una película llamada Under a cherry moon . El mundo ya lo había reconocido como Prince y en menos de una década se había convertido en un fenómeno musical único para aquel momento.
Prince fue un personaje que a fines de los setenta le dio al mundo un toque funk rock que pavimentaría el camino para su consagración ochentera. Fue justamente aquella década en la que entregó discos como 1999 (1982), Purple Rain (1984), Around the world in day (1985) o Sign of the times (1987): cuatro gemas donde se explora la fiesta, el delirio, la melancolía, el sexo y la preocupación por el futuro el mundo.
Toda aquella experiencia recogida y vivida en los fastuosos años ochenta fue dejada atrás en los noventa cuando decidió liberarse del yugo de la industria musical e imponer sus reglas. Prince se hizo llamar “el esclavo”, el artista anteriormente conocido como…” y hasta con un símbolo que todo el mundo usó a su modo. Tuvo peleas legales con la compañía Warner pero no se alejó de la música. Publicó de manera independiente, hizo giras y exploró la religión. No dejó de ser elegante, divertido y controversial. Tres elementos de una vida pop que supo capitalizar y que además lo hicieron diferente a otras estrellas contemporáneas como Michael Jackson o Madonna.
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Aquella liberación de los noventa hizo que entrara a este milenio con un especial ojo por lo que significa la capacidad de ser reproducido y no remunerado. Su deseo por el control hizo que rastreara con olfato canino su presencia en portales como YouTube o plataformas de streaming. A lo mejor sabía que el secreto de estos tiempos donde todo se consigue con unos cuántos clics está en hacerse desear.
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Y bien que lo hizo. Su legado musical está en fragmentos que rondan y que aparecen y desaparecen una y otra vez. Prince se ha ido para dejar más incógnitas que respuestas. Pero está ese sabor, ese erotismo, aquel desparpajo y aquella particular visión del mundo en el que hay espacio para ser extravagante, elegante, único y mil veces imitado.
Este año apenas completa 111 días y justo se lleva a uno de los que más sabor tenía.
El mismo que ahora sabe que conseguir sus más preciadas obras implica buscarlas donde siempre quiso que estuvieran: en los discos. No en listas de reproducción ni en videos mal etiquetados.
Adiós Prince. Ya tu música nos queda y seguimos queriendo rock.
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Seguimos queriendo todo lo que nos diste en casi cuatro décadas de vida musical y de seguro todo aquello que está por ser escuchado.
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