El rap y una nueva ética colaborativa de trabajo están despertando la escena de la música nacional.
Por Fabián Páez López // Fotos: David Schwartz, Jonathan Edery y Daniel Álvarez
Parado sobre la tarima principal del festival Estéreo Picnic, a eso de las seis de la tarde y con un público que se contaba de a miles, Gambeta, una de las voces del grupo de hip hop paisa Alcolirykoz, recordaba cómo hace seis años tocaban por primera vez en el evento y describía su presencia, ahora, como “la ratificación de años de trabajo de la música independiente”. Luego, invitaron a la tarima al grupo de rap bogotano Aerophon y el show continuó.
La frase, el contexto y la situación son una síntesis de lo que ocurre hoy con esa cosa a la que le llamamos “la escena” de la música colombiana. Un campo social de creación, consumo y distribución cultural que toma cada vez más forma gracias a la exuberancia sonora y a una ejemplar ética colaborativa que se sobrepone a los embates de la precariedad económica en el entorno; una ética que tiene que ver mucho con las formas en las que se ha construido el hip hop.
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El contexto era el primer día de los 10 años de Estéreo Picnic, el festival privado más grande del país. Para celebrar su primera década, estrenó venue más grande y lejano de la ciudad. Como siempre, en época de lluvia. El cartel, también como siempre, incluía en las horas más ingratas, las de apertura, a las bandas locales: The Kitsch, Mabiland, Alcolirykoz y ha$lopablito; además de algunas invitadas latinoamericanas como Usted Señálemelo, Silvina Moreno y Ximena Sariñana.
Bien es sabido que en este terruño tropical hay varias normas socialmente aprendidas que se han extendido y a las que nos hemos habituado, como la de llegar tarde a todo lado o la de dudar del producto local frente al extranjero. Pues, como caso particular, este primer día del FEP no pasó ni lo uno ni lo otro. El trío de surf rock The Kitsch tocó en el escenario principal con un público al que no le importó la lluvia, Mabiland presentó un show rabioso cargado con R&B frente a un público numeroso que sobrepasó cualquier expectativa, también sonó bien fuerte la combinación rolo sanandresana Rap Bang Club; y ni qué decir de los shows de Alcolirykoz, Esteman o ha$lopablito, de los más cantados, saltados y visitados.
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“Porque los de acá también llenamos, y a cualquier hora” le dijo @Mabiland durante su show, a un público que respondió al llamado, se coreó todas sus canciones y la ovacionó de tal manera que ella ni se lo esperaba. Aplausos para una de las artistas nacionales con más proyección.
— Shock.co 🏳️🌈 (@ShockCo) April 5, 2019
Como un lujoso postre del plato fuerte, que este año fueron las bandas locales, estuvieron los invitados del otro lado del charco, los que manejan cifras globales: Interpol, Twenty One Pilots, Years & Years, Rüfüs du Sol, Kendrick Lamar y Khruangbin figuraban también en el cartel.
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Desde luego, una selección en la que merecen una mención especial la inquieta pirotecnia en el escenario de Twenty One Pilots, el virtuosismo instrumental del trío texano de psicodelia funkera Khruangbin, la pulcritud de Interpol y, por supuesto, el desbordado ejercicio narrativo de Kung Fu Kenny, ganador del premio Pulitzer, activista por los derechos de los afroamericanos en Estados Unidos y pieza clave en el árbol genealógico del hip hop mundial: Kendrick Lamar, en quien debemos detenernos para volver a hablar de los nacionales.
(Lea también: Estéreo Picnic: una extraña manera en la que Colombia se reconoce a sí misma)
La historia de Kendrick Lamar, como representante de un estilo de rap que desbordó los horizontes del género e, incluso, hasta de la música, tiene mucha relación con esa manifestación de crecimiento de la música local. Apadrinado en sus inicios por Dr. Dre, una de las vacas sagradas del movimiento hip hop en California, Kendrick se desprendió de las viejas disputas del gremio y ha colaborado con personajes del pop y del rap anglo que van desde Beyoncé, pasando por SZA, Kanye West, Solange, Eminem, Maroon 5, Travis Scott, Anderson Paak, Stevie Wonder, Thundercat, Kamasi Washington y hasta Taylor Swift.
A la participación de Thundercat y Kamasi Washington en el To Pimp a Butterfly de Kendrick se le debe, por ejemplo, el renacimiento de una prospera movida jazzera en los Ángeles vinculada a escenarios considerados dentro del mainstream. Esa promiscuidad creativa, patente y reiterativa en el hip hop y los géneros afines, está propiciando la generación de nuevas redes de apoyo y reconocimiento.
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(Vea también en video: Rap Bang Club improvisa sobre cómo sollarse a las nacionales)
Por eso no es raro que el mismo día que Kung Fu Kenny cantó por primera vez en Colombia, sea al día que hayamos visto a los Alcolirykoz con Aerophon, a Mabiland sonar al venezolano Apache, a Rap Bang Club pasearse por las tarimas de los amigos o a Esteman cantar con Ximena Sariñana y Juan Pablo Vega.
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Que se haya puesto de moda madrugarle a las nacionales no es un asunto de chauvinismo, ni de cuotas, ni de deber patrio, ni de superioridad moral o de gusto. Es el resultado de un trabajo de años que está empezando a notarse en el incremento de propuestas que se conectan y se mezclan, pero, sobre todo, en el reconocimiento interno de unas aspiraciones compartidas. Aunque todavía falta capitalizar ese espíritu, hay razones para pensar que estamos saliendo de ese oscurantismo elitista que privilegia el pasaporte antes que el trabajo.
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(Encuentre acá todos los contenidos de nuestro especial de Estéreo Picnic 2019 : fotos , entrevistas y análisis necesarios para recordar la fiesta)
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