Para los asistentes, los festivales de música son uno de los espacios de socialización más preciados. Para la industria, son un motorcito y un botín de triunfo. Para el país, son una carta de presentación y un atractivo turístico.
No hay duda alguna de la relevancia de los festivales para quienes vivimos en este pedazo de la historia cultura.
Si hay un fenómeno cultural y económico contemporáneo y palpable es la “festivaliziación” del consumo. Aunque la conjugación no existe (perdonarán) eso es precisamente lo que ha pasado durante los últimos años en el mundo de la música y en muchos otros campos. El esfuerzo y las ideas han tendido a concentrarse en construir experiencias memorables. Espacios que, aunque no son fijos, permanecen en el tiempo.
Y que en Colombia, un país innegablemente carente de bienestar común, haya quienes sigan apostando por robustecer las experiencias culturales y ponernos en el mapa de la diversión es para rescatar. Parece que sobra decirlo, pero de los eventos privados que más nutren de capital musical el país, la marca Estéreo Picnic es la más grande . Desde su primera edición en 2010, el festival bogotano ha agrupado bajo un mismo escenario a la crema y nata de la música pop y alternativa mundial. Nos puso en el mapa de los conciertos para muchos y, este 2019, completa su primera década.
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Son diez ediciones que recordamos aquí con el escudo de la memoria anual: los carteles.
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