Por Cocó de la Renta
Fotos por El Gato fotógrafo
Concepto y producción fotográfica por Oh Margot! @_OhMargot
¿Qué si me he tomados selfies? ¿Qué si fui selfieadicta? ¿Qué si me he tomado más de 20 selfies en un día? A todas las anteriores preguntas, la respuesta es sí, pero ya me estoy retirando de las trincheras del mundo selfie. Debo confesarlo, desde hace unos meses vengo desarrollando fastidio por el fenómeno viral y fotográfico que está llevando al mundo a límites antes desconocidos para la vanidad humana. El mismo que ha hecho que se escriban canciones, series televisivas y que incluso los celulares incluyan ahora la opción automática de selfie.
El tema me viene dando vueltas en la cabeza y en pleno festival se reactivó la fijación por el tema al ver que por cada paso dado, quince personas, o más, alrededor del perímetro Estéreo Picinic, se estaban tomando una selfie. Selfies a diestra y siniestra y por doquier. Quedé más fastiada aún al ratificar que el nuevo accesorio de moda son los “selfie sticks”, palos mejor conocidos como monópodos para tomarse selfies.
¿Por qué putas los humanos estamos tan obsesionados con nuestra imagen? La respuesta podría ser todo un decálogo filosófico de la autoestima y el narcicismo; y con el guayabo post- Estéreo Picnic, las posibilidades de que a alguno le interese la lectura sobre el tema, son nulas.
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El punto es, definitivamente las selfies llegaron para quedarse, a pesar mío, pero felizmente para el resto del mundo. Lo cierto es que en espacios festivaleros, la emoción, el goce, la regla de no reglas, y la necesidad, de mostrar al mundo cada paso que se da, parece activar automáticamente el botón de “selfieadicción”. Y con justa razón. El público llegó con toda la actitud y engalle del caso. Había que dejar constancia de eso, y que mejor forma de hacerlo que con una buena selfie.
Hay que reconocerlo. El público colombiano poco a poco deja la timidez y los prejuicios de lado y se deja contagiar por la cultura festivalera que se respira en los grandes festivales del mundo. Fue una divertida pasarela a campo abierto la que se vió en la quinta edición del picnic sonoro. Si el año pasado, se asomaban tímidamente uno que otro personaje con disfraces, piezas, prendas y accesorios dignos de fotografiar, este año la epidemia festivalera se expandió por todo el territorio del Picnic durante los tres días.
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Se vio de todo. Desde los que le imprimieron un toque original a looks casuales con complementos chic como sombreros, gafas y chaquetas más originales y menos seriales, hasta los que le copiaron a la invitación del festival de irse disfrazados. Varios fueron los que se metieron en el papel y fueron personajes de un mundo distinto. Pandas, dinosaurios, enmascarados mexicanos y Marios y Luigis más enfiestados que un mariachi.
También hubo los que a falta de disfraz completo, optaron por complementos notorios para darle un toque de diversión a outfis casuales. Las coronas de pluma de indio apache, la pintura fluorescente en el rostro, los tatuajes temporales y los gorros temáticos fueron los protagonistas. Claro, la coronas de flores, también estuvieron a flor de pelo, pero hoy elevó una suplica para que por el amor de Dior esa moda quedé en el olvidó el otro año. ¡Moda más trillada que el descaderado con riata en su épocas de apogeo!
Sea como sea, hay que aplaudir a los visitantes del Estéreo Picnic por meterle la ficha a la actitud festivalera. Aquí no se trataba del mejor o el peor vestido, lo importante era gozársela hasta vistiéndose y si para dejar prueba había que tomarse una selfie, que nos jodamos los que odiamos las selfies.
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