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Un corte en el centro

En diferentes zonas del centro se han concentrado varias peluquerías afro. En centros comerciales como Vía Libre, calles como la 23 y el San Andresito de San José, personajes provenientes de San Andrés, Cartagena, Valle del Cauca y Chocó han instalado las tijeras en salones que rinden homenaje a sus ancestros africanos. En el costado occidental de la carrera décima, entre las calles 22 y 23, en el segundo piso del Restaurante y Pescadería Los Valencia, se encuentra el Barber Shop de Carlos González, identificado apenas por un par de pequeños carteles (uno pintado a mano sobre una tabla y otro pendón de medio metro) ubicados en la ventana con símbolos rastafari como el león y los colores de su bandera eclesiástica. Durante 2 años, este otro Carlos y tres de sus amigos han “mostrado lo que sabemos hacer (el arte de cortar el pelo), representando nuestra cultura integrada a la cultura bogotana”. Después de viajar de Quibdó, buscando trabajos que por lo general resultaban en la albañilería, encontraron un mercado potencial en la labor que venían realizando desde su tierra natal. “En estos momentos mucha gente quiere este tipo de cortes y verse como nosotros: están de moda gracias a la avalancha del hip hop y los que dicen ser rastafari; pero para nosotros no es una moda, es un estilo de vida.”, afirma González. Con una decoración apoyada en afiches, graffitis, figuras rastafari y pequeñas fotografías de los mejores cortes realizados por los peluqueros, en este local sólo se escucha la banda sonora de los buses y camiones que transitan por la carrera décima. La clientela —que no para de fluir durante el día y que no cuenta con mayor distracción que un televisor ensordecido por el ruido callejero— no es exclusivamente afro, la integran también jóvenes alejados del estereotipo rapero e, incluso, hombres mayores cansados del tradicional peinado engominado. Aquí trabajan cortes afroamericanos: lo que el mismo Carlos González llama “drelas” (dreadlocks), trenzas y rapados hip hop, entre otros, con precios que pueden ir desde los 6 hasta los 150 mil pesos: un juego de trenzas, que le toma al menos media hora a la muchacha encargada, vale alrededor de 30.000; un rapado con figuras de cierta complejidad cuesta 15.000; mientras que las rastas, que requieren unas ocho horas para llevarse a cabo, empiezan en 120.000.

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En diferentes zonas del centro se han concentrado varias peluquerías afro. En centros comerciales como Vía Libre, calles como la 23 y el San Andresito de San José, personajes provenientes de San Andrés, Cartagena, Valle del Cauca y Chocó han instalado las tijeras en salones que rinden homenaje a sus ancestros africanos. En el costado occidental de la carrera décima, entre las calles 22 y 23, en el segundo piso del Restaurante y Pescadería Los Valencia, se encuentra el Barber Shop de Carlos González, identificado apenas por un par de pequeños carteles (uno pintado a mano sobre una tabla y otro pendón de medio metro) ubicados en la ventana con símbolos rastafari como el león y los colores de su bandera eclesiástica.

Durante 2 años, este otro Carlos y tres de sus amigos han “mostrado lo que sabemos hacer (el arte de cortar el pelo), representando nuestra cultura integrada a la cultura bogotana”. Después de viajar de Quibdó, buscando trabajos que por lo general resultaban en la albañilería, encontraron un mercado potencial en la labor que venían realizando desde su tierra natal. “En estos momentos mucha gente quiere este tipo de cortes y verse como nosotros: están de moda gracias a la avalancha del hip hop y los que dicen ser rastafari; pero para nosotros no es una moda, es un estilo de vida.”, afirma González. Con una decoración apoyada en afiches, graffitis, figuras rastafari y pequeñas fotografías de los mejores cortes realizados por los peluqueros, en este local sólo se escucha la banda sonora de los buses y camiones que transitan por la carrera décima. La clientela —que no para de fluir durante el día y que no cuenta con mayor distracción que un televisor ensordecido por el ruido callejero— no es exclusivamente afro, la integran también jóvenes alejados del estereotipo rapero e, incluso, hombres mayores cansados del tradicional peinado engominado.

Aquí trabajan cortes afroamericanos: lo que el mismo Carlos González llama “drelas” (dreadlocks), trenzas y rapados hip hop, entre otros, con precios que pueden ir desde los 6 hasta los 150 mil pesos: un juego de trenzas, que le toma al menos media hora a la muchacha encargada, vale alrededor de 30.000; un rapado con figuras de cierta complejidad cuesta 15.000; mientras que las rastas, que requieren unas ocho horas para llevarse a cabo, empiezan en 120.000.

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