El fútbol está de moda. La realeza pop (Selena Gómez y Leo Dicaprio) y la realeza real (el príncipe Harry) han pasado por las tribunas del estadio de Los Angeles FC, atentas a las hazañas de Messi en el Inter de Miami. Rosalía, por su parte, después del acuerdo entre Spotify y el Barça, puso su sello Motomami sobre la camiseta del equipo catalán y agotó las dos docenas de unidades limitadas a un precio de 2,000 euros.
Es oficial: el fútbol está permeando los pocos espacios de la cultura popular que aún no había logrado colonizar .
Los datos son contundentes y están al alcance del buen observador: el catálogo de Adidas está plagado de prendas alusivas al tradicional uniforme de fútbol, adaptadas a un estilo más urbano y casual que deportivo. Los Samba, un modelo de tenis inspirado en el fútbol, han hecho un regreso oficial y son objeto de deseo tanto de hombres como mujeres.
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En una escena menos comercial y más privada, los amantes del fútbol están observando silenciosamente cómo sus amigos antes anti-fútbol posan ahora de conocedores de la materia, opinando sobre los resultados de las ligas europeas y llorando en la final del fútbol colombiano. Los históricos suscriptores de Win están viendo, además, cómo sus novias les piden prestada sus camisetas de “Jeep” (Juventus) para completar su outfit de fiesta.
De las canchas al corazón
Al tiempo que el fútbol sale de las canchas y se introduce en espacios de consumo personal y privado, una tendencia paralela ha emergido: el ascenso Fifas en el campo sexoafectivo.
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En este caso, los datos son más anecdóticos y empíricos pero, para quienes el chisme es una ciencia, es más que evidente que el prototipo de masculinidad Fifas está pegando duro en el mercado del amor. El nuevo objeto de deseo romántico en es un improbable en un contexto en el que la ética “woke” castiga la masculinidad hegemónica y las costumbres demasiado “hetero”.
¿Qué explica entonces la súbita demanda de esta masculinidad encapsulada en la despectiva categoría “Fifas”?
¿Qué pasó?
No hace mucho, un man chévere (al menos en los confines de Chapinero) era aquel que, con su ropa, su discurso y sus hábitos rechazaba todo lo que pudiera oler a macho. Bajo esa norma, vimos emerger una nueva estética masculina que tomaba elementos tradicionalmente asociados a la moda femenina: aretes, anillos, camisas de croché y de encaje, collares de perlas, etc . (Ver Harry Styles ).
Además, ese estilo se volvió una especie de proxy (peligroso y engañoso) de la personalidad del hombre en cuestión: un tipo despreocupado, liberado de las cadenas de la masculinidad hegemónica, lo suficientemente deconstruido para dejar fluir su expresión de género, familiarizado con la teoría de los apegos y vehemente detractor de la monogamia . Para quienes están gritando que esto es una caricatura reduccionista: lo es. Pero, a veces, el cerebro toma atajos para llegar a las conclusiones que quiere llegar, y a much@s nos pasó que vimos a un hombre que se pintaba las uñas y que hablaba de responsabilidad afectiva y quisimos creer que era nada más y nada menos que un “aliade”. Y no solo eso: un “aliade” digno de nuestros afectos.
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Del aliade al Fifas
Lo que pasó, según yo y mis fuentes (mi experiencia y la de mis amigues), es muy sencillo: los aliades nos traicionaron. Estos paquetes chilenos de hombres agarraron su collar de perlas y su discurso psicoafectivo pseudofeminista y nos azotaron con él . Nos dijeron que “fluyéramos” para no comprometerse a nada; nos dijeron que no creían en las jerarquías para ponernos los cachos, e invalidaron nuestros deseos de un amor seguro y firme.
Entonces esa estética antimacho pasó de ser una bandera verde a una alerta roja inminente, que anticipa más una apropiación e instrumentalización de las nuevas teorías relacionales y feministas que una verdadera conciencia sobre la toxicidad de la masculinidad tradicional .
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Así las cosas, lo que pasó fue que nos dejamos de “vincular” con los aliades. De repente, el olor a deconstruide apestaba más que el olor a macho. Sin que nos dieramos cuenta, el Fifas, ese viejo macho confiable, conocedor de la tabla de la B, se erigió como la antítesis del aliade que nos traicionó. Además, llegó el mundial, y el conocimiento futbolístico se cotizó al alza.
Entonces, ¿está bien ser Fifas?
Ser Fifas no está bien ni mal. Primero, aclaremos que el gusto por el fútbol está tan bien como el gusto por el ajedrez o por el baile. Segundo, ser Fifas no describe solamente un gusto por el fútbol: como tipo social o arquetipo, el Fifas es una sobresimplificación de una categoría de hombres a los que no solo les gusta el fútbol, sino que tienen (o padecen) otros marcadores de masculinidad tradicional, como la tendencia a ignorar sus emociones, a hablar sobre cosas que estén lejos de ese campo (de sexo, de plata), y a hacer actividades que los distraigan aún más de sus sentimientos (tomar, ver Win).
Ahora bien, que los Fifas estén de moda no quiere decir que tragarse (o beberse) los sentimientos y no saber gestionar las emociones esté de moda. Lo que está en demanda es un tipo de hombre que no performe una personalidad deconstruida y un compromiso con el feminismo para hacernos bajar nuestras defensas y sacar el mejor provecho de esa cercanía .
Lo que tienen de bueno los Fifas (los reales, los de siempre) es que lo que ves es lo que hay, sin sorpresas: hombres que no tienen ni idea de lo que es ser una mujer y que no van a fingir que lo saben.
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Nace el Fifes
Los hombres, siempre atentos a las tendencias del consumo cultural y sexual de las mujeres, han tomado nota ante este extraño comportamiento de la demanda. Algunos han desempolvado las viejas camisetas de equipos locales que alguna vez les regalaron sus papás, hoy “clásicas”. Otros, fifas enclosetados que vivían su pasión en secreto, descubren con alegría que, por fin, su afición es sexy. Y surge también un híbrido, producto de esta colisión cultural entre aliades y micreros: el Fife. El fifas feminista. Aún no conozco suficientes representantes de esta última variante, así que, por ahora, me abstengo de comentarios. (Pero puedo decir que Héctor Bellerín es uno y que Dios lo bendiga).
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