El problema no es el balompié, sino las generalizaciones y verdades absolutas engendradas por la ignorancia. En cientos de clubes pequeños del planeta se propone un balompié que le hace partido a la guerra, que abriga a los refugiados, que incluye a los discriminados, que encuentra en el deporte un terreno de juego fértil para sembrar hermandad y solidaridad entre los pueblos y los hombres.
Por Héctor Cañón @CanonHurtado / Foto: Getty
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El planeta fútbol se exhibe como un reino grotesco en el que algunos divos de la pelota ganan en un año lo que serviría para sacar de la pobreza extrema a cientos de familias tercermundistas, mientras se comportan como imbéciles que chocan autos lujosos cuando se emborrachan, que se exhiben semidesnudos como esculturas renacentistas en sus yates vacacionales y que, a pesar de sus absurdos comportamientos, son venerados por hinchas sobrevivientes de la desigualdad social a punta de ciega idolatría por los colores de una camiseta, drogas&rocanrol y salarios paupérrimos. Y detrás de las cajas registradoras, los dueños del negocio facturan, transan y salen ilesos.
Uno, a pesar de ser amante del fútbol desde la infancia, se ve tentado a creer que el escritor argentino Jorge Luis Borges tenía razón cuando dijo: “el fútbol es popular porque la estupidez humana es popular”. Sin embargo, detrás de la parafernalia capitalista y salvaje del fútbol contemporáneo, suceden milagros que les recuerdan al hincha noble y a los enemigos de la pelota que este popular deporte, en su esencia, es aquel que se pasea por las páginas del El fútbol a sol y sombra , del uruguayo Eduardo Galeano. El epígrafe de su libro recuerda a un grupo de niños que, de regreso a casa después de un picadito en algún potrero de la barriada, van cantando: “Ganamos, perdimos, igual nos divertimos”.
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“It’s not what you do, it’s how you do it / It’s not what you say, but how you say it (no es lo que haces, sino cómo lo haces / no es lo que dices, sino cómo lo dices)”, dice la banda reggae Black Uhuru en su hit Utterance . La letra le cae como balón a la red al fútbol contemporáneo y su cuestionado aporte a la construcción de una sociedad civilizada e igualitaria.
Mientras que en el fútbol comercial lo que prima es la ley del más fuerte, la obtención de la victoria a toda costa, la idolatría hacia unos pelados más confundidos que los hinchas y el odio al que piensa y siente diferente; en cientos de clubes pequeños del planeta se propone un balompié que le hace partido a la guerra, que abriga a los refugiados, que incluye a los discriminados , que encuentra en el deporte un terreno de juego fértil para sembrar hermandad y solidaridad entre los pueblos y los hombres.
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¡Qué golazo! Saint Pauli y Lampedusa de Hamburgo, Alemania; Syrian Eagles de Toronto, Canadá; Sportif Lezbon, Atletik Dildoa y Queen Park Rangers de Estambul, Turquía; Ado Den Haag de Holanda; y la selección Siria, entre otros equipos que refutan la idea de que el fútbol es demoníaco, demuestran que el escritor francés Albert Camus sabía de qué estaba hablando cuando dijo: “todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”.
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SAINT PAULI: EL EQUIPO PRO-GAY, PRO-INMIGRANTES, PRO-MARGINALES
A diferencia de Cristiano Ronaldo, Neymar, Messi, James Rodríguez & cía., quienes no paran de hacer pataletas cuando en la cancha las cosas no les salen como ellos y sus seguidores desean, el jugador alemán Marius Ebbers le pidió al árbitro que anulara un gol que había hecho con la mano, a pesar de que estaba en juego la permanencia en la segunda división alemana del club Saint Pauli de Hamburgo.
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Eso sucedió el 12 de abril de 2012. Por esa fecha el equipo ya llevaba tres décadas proponiendo juego limpio, solidaridad y respeto a la diferencia. En la década de los ochenta, al trastearse al distrito rojo de Hamburg Mitte, el heroico club decidió convertirse en un espacio en el que los homosexuales, los refugiados de la guerra, los artistas marginales, los pobres y hasta las putas y los malandros del barrio fueron incluidos.
Mientras los fascistas y los hooligans se tomaban las tribunas de algunos equipos grandes de Europa, Saint Pauli abrió las puertas para que todo tipo de marginales y rebeldes, dispuestos a confrontar al capitalismo salvaje desde el ejemplo, empezaran a edificar la leyenda de un club que no se rige por el principio maquiavélico de que las victorias justifican la trampa y la payasada.
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Entre 2002 y 2010, Cory Litman, teatrero y gay, fue presidente del club. Desde entonces un gigantesco mural, hecho con esténcil en una de las graderías del estadio Millerntor, muestra a dos hombres besándose bajo la leyenda : “el amor es lo único que importa”. La campaña Bienvenidos Refugiados ha permitido generar conciencia en los hinchas, en el barrio y en la sociedad civil alemana sobre la importancia de no discriminar a los millones de exiliados que han producido las guerras en Medio Oriente y África.
Algunos de los símbolos del club son el mítico “Ché” Guevara, el puño que golpea la esvástica nazi, la calavera que reza “Love beer / Hate Racism (Ama la cerveza / odia el racismo)” y la bandera arcoíris que los confirma como equipo gay-friendly.
A diferencia de las barras bravas que en cada nueva fecha se enfrentan en los estadios del planeta, a los hinchas del Saint Pauli no les importa si su equipo es derrotado. Ellos no tienen una relación de amor y odio con sus jugadores al estilo Real Madrid, donde los ídolos son chiflados cuando se equivocan y convertidos en neuróticos por la presión mediática, sino que están interesados en celebrar el aniversario de la caída de Auschwitz, en cumplir a cabalidad la carta de principios del club (respeto al rival y sus hinchas, al medio ambiente, a las minorías y a los derechos humanos) y en usar la pasión futbolera para aportar en la construcción de un mundo mejor.
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LAMPEDUSA: LA CASA DEPORTIVA DE LOS REFUGIADOS
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El club Lampedusa, también de Hamburgo, es otro ejemplo de que el problema no es el fútbol, sino las generalizaciones y las verdades absolutas engendradas por la ignorancia. En un deporte gobernado por machos energúmenos, Hagar, Barbara y Nico, tres alemanas ex futbolistas, se le midieron a la tarea de fundar un equipo para jóvenes refugiados por la guerra, a los que ellas mismas entrenan para jugar a la pelota y para integrarse en un país al que llegaron desplazados por la violencia. “Creemos que el fútbol es un lenguaje común capaz de romper las barreras ideológicas”, dijo Hagar Groetke, presidenta del equipo, cuando en 2012 lanzaron la iniciativa por la que, desde entonces, han pasado cientos de adolescentes y niños refugiados de la guerra.
Lampedusa es conocido como el club de la emancipación, su capitán lleva una cinta con los colores de la bandera gay y ha sido integrado por somalíes, afganos, iraquíes, kosovares y sirios, entre otros.
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CONTRA EL SEXISMO Y POR LOS DERECHOS HUMANOS
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Alemania no es el único país que se le ha medido a ver el fútbol con otros ojos. En Turquía , nación caracterizada por su pasión futbolera y su machismo exacerbado por la religión, hay varias ligas alternativas en las que gays y lesbianas han encontrado equipos donde canalizar la frustración que produce la discriminación de que son víctimas. Sportif Lezbon, Atletik Dildoa y Queen Park Rangers son los tres clubes más grandes de esta movida, que se opone a la locura sexista de los hinchas tradicionales de Galatasaray y Besiktas, quienes suelen quemar muñecos vestidos con un traje rojo ajustado cuando llega la hora del clásico, para enarbolar su odio a las mujeres.
En Canadá, un país sin tradición futbolera, pero con profundas convicciones de respeto a los derechos humanos, Syrian Eagles es otro de los clubes que usa el balompié como un lenguaje común para sanar las heridas que deja la guerra. Desde 2011, año en que empezaron los combates, alrededor de 5 millones de sirios han tenido que cruzar las fronteras de su país para sobrevivir. El año pasado, 35.745 de ellos llegaron a Canadá. Al ser testigo de ese éxodo masivo y ante la aparición de decenas de propuestas que buscaban la integración de mujeres y niños a sus nuevas vidas, Neveen Faress, una mujer canadiense de origen sirio, se decidió por ayudar a los hombres fundando el club que ha acogido a cientos de padres de familia y les ha permitido reinventarse en sus dolorosas circunstancias.
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El equipo ha sido un gran alivio para los exiliados sirios. El fútbol es apenas un puente que les ha permitido conocerse y formar una comunidad. En cada nuevo cotejo, conocen gente que vivió experiencias similares y pueden empezar a sanar las secuelas de la guerra trabajando en equipo. Además, la exitosa campaña de Syrian Eagles ha animado a otros grupos de refugiados en diferentes regiones canadienses a imitar la iniciativa. “Nunca imaginé que el fútbol nos permitiera resucitar”, ha declarado Abdou Lamousali, ex jugador de la selección Siria y capitán y entrenador de las Águilas.
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La actual selección siria, país en el que han sido asesinadas alrededor de medio millón de personas desde que empezó la guerra, es tal vez el ejemplo más dramático de cómo el fútbol y su entorno pueden llegar a convertirse en alivio para los males que aquejan a la sociedad contemporánea. Sus jugadores entrenan en un campo de refugiados, siempre juegan fuera de casa y no tienen el apoyo de sus hinchas ni de los medios de comunicación, pero a punta de amor se las han arreglado para mantenerse vivos en su ilusión de clasificar a Rusia 2018, país que paradójicamente tanto ha incidido en la tragedia que viven internamente.
Definitivamente, el fútbol no es el demonio. Los demonios son la ambición humana que no tiene límites y la ignorancia de todos los que creen a ciegas tener la razón. A ver cuándo nos animamos a seguir estos ejemplos, en vez de estar criticando a diestra y siniestra. ¡Vamos cracks!