En los últimos años, gracias a la globalización de nuestro fútbol y al éxito que nuestros mejores futbolistas han tenido en los mejores clubes de Europa, nos hemos malacostumbrado. Ver a James con la 10 del Real Madrid, a Cuadrado con la 7 de la Juve, al Tigre con la 9 del Atlético y a David Ospina con la roja del Arsenal nos ha hecho exacerbar nuestra tendencia natural al autoengaño. Este país —en el que de verdad pensamos que Shakira es un paradigma artístico; J Balvin, un poeta; y James, mejor de lo que fue Zidane— parece creer que el fútbol de élite le pertenece y que —¡por fin!— el mundo se dio cuenta de que somos una potencia imparable.
Por: Juan Francisco García ( @jfgarcia2809 ) // Hablaelbalón
Por eso nos estrellamos, una y otra vez nos estrellamos. Por eso acá Marlos Moreno es el nuevo Asprilla, Roger Martínez el nuevo Falcao, Mina el Beckenbauer negro, Rodallega fue mejor que Messi y Juan Pablo Pino el nuevo Ronaldo. Esa adicción a inflar la realidad hasta distorsionarla la suelen pagar nuestros buenos muchachos que, llenos de presión, terminan fallando.
Para celebrar la salida de Yerry Mina del Barcelona, que nos hace mirar la realidad a la cara y aceptar que no somos tan chachos, pues al final siempre será mejor vivir en la realidad que en el autoengaño, les quisimos compartir los fracasos más sonoros de los nuestros en los grandes clubes. Disfruten.
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Freddy Rincón y Edwin Congo en el Real Madrid
En el 95, después de romperla en el Napoli (y antes de hacerse amigo del narcotráfico), Freddy Rincón llegó al Real Madrid, que por pedido de Jorge Valdano lo compró por 4 millones de euros. Fue el primero de los nuestros en fichar por la casa blanca… El delantero centro que, fuerte como un puma, se iba a cansar de sacarla de adentro.
La cosa no fue exactamente así. Con Freddy llegaron los malos resultados, echaron a Valdano y su récord fue de un gol en 21 partidos. Sin cumplir un año vestido de blanco, el club le hizo saber que la puerta de salida era la misma por la que había entrado…
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En el verano del 99 el turno fue para Edwin Congo, que llegó al Madrid gracias a que hizo 30 goles con el Once Caldas, le hizo un gol maradoniano a River y, sobre todo, porque un niño hincha del club le escribió una carta a los directivos pidiéndoles su fichaje.
Ese Madrid, ni más ni menos, era el de los Galácticos. Edwin perdió el pulso contra Anelka, Eto’o, Morientes y un tal Raúl González. Lo cedieron por ahí hasta que volvió, en el 2001, a chupar banca y ser feliz con su buen amigo Roberto Carlos… cuando se toma unos tragos puede decir que, sin jugar un solo partido, hizo parte del Madrid que ganó la novena Champions.
El Tren Valencia en el Bayern y en el Atlético de Madrid
La historia del Tren Valencia en el Bayern se ha hecho mito. Fieles a nuestro gusto por jugar con la realidad, solemos contar que Valencia la rompió en Alemania, que fue la envidia de todos y que allá, por el 93, hizo goles de todos los sabores y todos los colores.
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La verdad es otra. Aunque a diferencia de Rincón y de Congo, el Tren sí hizo goles, salió del equipo resistido por su individualismo, su irregularidad, sus continuas lesiones y sus fallos fáciles. Los tres millones de euros que el Bayern pagó por él no dieron los dividendos esperados y, apenas se acabó la temporada, Franz Beckenbauer lo limpió bien limpiado.
Y entonces llegó al Atlético de Madrid, junto a Pachito Maturana. El Tren aprendió muy bien eso de “perder es ganar un poco” y, peleado con el gol, salió huyendo por su vida. ¿Que qué? Sí, en verdad: el presidente del club, Jesús Gil y Gil, cansado de su falta de gol e irregularidad, lo amenazó de muerte.
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Falcao en Inglaterra
Meterse con el Tigre duele, pero su caso en Inglaterra no admite matiz o maquillaje. Jugando en inglés, Rada fracasó. Fracasó dos veces. La primera, cuando “recuperado” de la maldita lesión de ligamento cruzado que le jodió el Mundial de Brasil, llegó al Manchester United.
En el Teatro de los Sueños el Tigre tuvo pesadillas, y bajo el mando militar del odioso Louis Van Gaal no solo jugó poco, casi mendigó goles —cuatro en 26 partidos—, sino que tuvo que aceptar, después de haberlo ganado todo, la humillación de entrenar y jugar con las reservas.
Después pasó al Chelsea, en donde Mourinho lo reviviría. ¡Mentiras! Jugó doce pinches partidos e hizo un gol. Unito.
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Armero en el Milan
Antes de salir en las páginas judiciales por pegarle a su mujer, Armero jugaba bien al fútbol y bailaba como nadie en el mundo. Más por lo segundo que por lo primero, después del Mundial de Brasil, el Milan lo fichó para ponerle color a su amarga historia reciente.
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‘Miñía’ entendía algo de italiano, así que el plato estaba servido. Engaño. La expectativa lo mató y después de ocho flacos partidos, lo invitaron a dejar Italia. Su ejemplo le sirvió a Bacca, goleador frustrado, y a Cristian Zapata, hoy más banqueado que el diablo…