2021 comenzó pintándonos un paisaje ciberpunk. En pocos meses vimos a las compañías de Internet sobrepasar el poder de los estados. Nuestro día a día nunca antes había girado tanto alrededor de las empresas de tecnología inmiscuyéndose en la privacidad y en las posibilidades para decidir quién o no habla. ¿Qué pasa cuando las redes sociales censuran a los que nos agradan o a los que alientan a movilizarse por causas justas?
Por Juan Camilo Ospina Deaza
Como en los mejores blockbuster, a inicios de 2021 asistimos nada más ni nada menos que ¡a la toma del capitolio en Estados Unidos! Y a diferencia de las películas, en nuestra realidad no fueron necesarios aliens, zombis o ciborgs, solo hizo falta el empujón anímico de un tipo de piel naranja y con poder: Donald Trump .
A partir de ese acontecimiento, plataformas como Facebook, Instagram y Twitter bloquearon los perfiles oficiales del entonces presidente de los Estados Unidos para que no tuviera un canal para incitar a las multitudes.
Para entrar en contexto
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Lo que en un principio parecía ser motivo de celebración, sin embargo, abrió muchas preguntas sobre el poder de estas plataformas ante la libertad de expresión. ¿Qué significa que Facebook pueda silenciar a un presidente por decisión propia?
La noticia no fue, como casi todo en Internet, una especulación sobre una intervención oscura en los algoritmos. Pareció, incluso, una jugada de mercadotecnia, pues el mismísimo CEO de Facebook, Mark Zuckerberg, hizo oficial que el bloqueo de los perfiles oficiales de Donald Trump en Facebook e Instagram. Y afirmó que el bloqueo sería indefinido "por al menos dos semanas". Luego agregó que la medida continuaría “hasta que la transición pacífica de poderes esté completada”.
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¿Por qué tuvieron que esperar a los últimos días de su mandato si el discurso de Trump fue casi siempre el mismo?
Twitter ya lo había puesto anotaciones a los tuits del expresidente e incluso llegó a bloquear su cuenta. Pero Facebook, a pesar de ser cuestionado por permitir la difusión de ideas y discursos extremistas, siempre había proclamado una política consistente en permitir el acceso lo más amplio posible al discurso político, incluso a lo que llamaban "discurso controvertido". No obstante, en esta ocasión, Zuckerberg decidió que el contexto era “fundamentalmente distinto". Y probablemente tenía razón.
Pero la decisión de Facebook no fue recibida del mismo modo, incluso, entre los potenciales detractores de Trump. Por ejemplo, el presidente mexicano López Obrador afirmó que “Empresas particulares deciden silenciar, censurar. Eso va en contra de la libertad. No se vaya a estar creando un gobierno mundial con el poder de control de las redes sociales, además un tribunal de censura, como la Santa Inquisición, pero para el manejo de la opinión pública”.
Por otra parte, diferentes celebridades lo lo anunciaron como una victoria. Mark Ruffalo dijo: "Gracias @Twitter y al equipo #BanTrumpSaveDemocracy #RemoveTrumpNow”. La ganadora del Oscar Whoopi Goldberg tuiteó: “Finally”. Y en esa misma línea Stephen King dijo: “Me hace orgulloso ser un twitterhead”.
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Incluso dentro de Facebook las posiciones al respecto chocaron. El director de diseño de la empresa, Ryan Freitas, dijo: “Mark está equivocado y voy a tratar de hacer que cambie de opinión haciendo mucho ruido". Jason Stirman, de la sección de investigación y desarrollo, afirmó: "Soy un empleado de Facebook que está totalmente en desacuerdo con la decisión de Mark de no hacer nada sobre las publicaciones recientes de Trump, que claramente incitan a la violencia".
Estos múltiples y contradictorios recibimientos se deben a que dicho bloqueo, en el fondo, generó más dudas que tranquilidades. No tanto por el bloqueo a Trump, sino por el hecho de que sean las compañías de Internet las que determinen cuándo y cómo hacerlo. Recordemos que lo hicieron por "compromiso propio", pero ¿qué pasa cuando el compromiso es con el negocio propio?
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Facebook, de hecho, ha tenido una complicada relación con la censura que ha pasado por demandas y multas. Es muy fácil estar de acuerdo con la censura cuando es a Trump, pero ¿qué pasa cuando censuren a los que nos agradan? ¿a los que alientan a movilizarse por causas justas?
Solo para recordar un hecho reciente: ¿por qué silenciar a Julian Assange, quien a través de WikiLeaks puso en jaque a muchas personas poderosas? ¿Quién nos dice que ese tipo de censuras como las que hizo Zuckerberg ya no están ocurriendo, o acaso por qué es una posibilidad para él?
Basta con ver qué tipos de temáticas favorece y toleran plataformas como YouTube para dudar de las buenas intenciones de las gigantes de Internet. Incluso se ha escuchado a sus equipos técnicos decir que es un “algoritmo” el que realiza la selección de qué contenidos privilegiar y cuáles ocultar, como si los algoritmos fueran objetos con vida y estuvieran desprovistos de las ideas de quienes los formulan , como aludiendo a una especie inexistente de de neutralidad matemática.
Desde luego, también existen formas de censura más manuales. Por ejemplo, Zuckerberg ha comentado públicamente que amplió el equipo de censores en Facebook en 3000 personas. Hasta Mayo del 2020, el equipo contaba con 4.500 trabajadores que supervisaban actualizaciones de muros de usuarios y eliminaban aquellas que consideraban inapropiadas. Y justificó esta ampliación para poder responder a la necesidad de detener el auge de contenidos que fomentan los “discursos de odio”.
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Pero el problema de censurar al presidente nos plantea preguntas más finas: ¿bajo qué argumento no se bloqueó a otras personas y qué los detendrá cuando quieran bloquear a quien no deberían? ¿quién define qué es lo intolerable? ¿cómo definir cuáles son los discursos que solo son “controvertidos” y aquellos que hay que silenciar? ¿qué pasa cuando el que puede silenciar tiene ideas extremistas o supremacistas?
En estas situaciones se suele traer a colación la paradoja de tolerar al intolerante, planteada por el filósofo Karl Popper. Consiste en que si una sociedad es ilimitadamente tolerante , su capacidad de ser tolerante finalmente será reducida o destruida por los intolerantes.
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Popper concluyó que, aunque parece paradójico, para mantener una sociedad tolerante, la sociedad tiene que ser intolerante con la intolerancia. Lo que no se suele decir es que las palabras tolerante e intolerante pueden cambiar de sentido fácilmente.
(Lean también: Hater: ¿el futuro de la política está en las redes sociales? )
El caso paradigmático, el que cambió de lado la torta y nos hizo cuestionar más esa censura, fue la pelea entre Facebook y el gobierno australiano.
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Cuando Australia anunció una ley para que las plataformas como Google y Facebook pagarán a los medios locales, Facebook, quien se opuso a la legislatura local, fue al choque y deshabilitó la opción para que los usuarios vean y compartan contenido de los medios de noticias australianos .
¡Borraron los contenidos de una industria entera porque no estaban de acuerdo con replantear el modelo de negocio para que los medios locales no fueran canibalizados por plataformas extranjeras!
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El lenguaje de las leyes por territorio no es suficiente para determinar lo que se puede o no en una red global. El debate sigue abierto y solo quedará ver las consecuencias que tendrá que una empresa privada que maneja contenidos tenga esa capacidad ilimitada. ¿Cómo balancear privacidad, libertad de expresión y seguridad? ¿a quiénes se puede silenciar y a quiénes no? ¿cómo elegir quien tiene ese poder? ¿está bien que una empresa privada tenga la potestad de elegir qué es lo bueno y lo malo?
La libertad de expresión en Internet ha sido progresivamente privatizada. Hoy en día no basta alzar la voz para ser escuchado, sino que se debe jugar con los algoritmos, adecuar los contenidos para ser “plataform friendly” y volverse viral. La Internet es una tierra de nadie. Aunque existen organizaciones que tratan de regularla, ninguna persona, empresa, organización o gobierno administra Internet. Cada sector puede hacer cumplir sus propias normas.
Estos acontecimientos nos recuerdan, una vez más, que se ha vuelto posible equiparar el poder de los estados con el poder de organizaciones privadas. ¿Hay límites que demarcan hasta dónde llega el poder de cada uno? o más bien podríamos preguntarnos ¿hasta dónde serían capaces de llegar los estados y estas organizaciones privadas para ejercer un gobierno sobre las poblaciones?