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Lo bueno, lo malo y lo feo de la empelotada con Spencer Tunick

Una crónica de una de las participantes de la foto nudista que se realizó en Bogotá.

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Spencer Tunick en Colombia

Nuestra columnista de sexo y cositas varias goza estando empelota y por eso no dudó ni un segundo en atender el llamado del fotógrafo estadounidense Spencer Tunick. Sin embargo, no todo fue bello.

Por @ZaCarmenza  // Foto: David Schwarz 

Cualquier fiel leyente de esta columna sabe que si pudiera andar empelota por ahí, sin temor a que me metan a la UPJ por renunciar voluntariamente a mi derecho a la privacidad, lo haría. Pero, no sólo le tengo miedo a la prisión sino, además, a los ojos inquisidores de la gente que se siente agredida por la desnudez y a los tipos peligrosos que creen que mostrar un poquito de piel me hace merecedora de una violación. Así que cuando vi el anuncio del Museo de Arte Moderno de Bogotá –MAMBO- en el que se anunciaba la venida de Spencer Tunick a Bogotá, para hacer una de sus famosas fotografías de desnudos masivos, no lo pensé dos veces y me inscribí de inmediato.

El formulario disponible en la página del MAMBO advertía que sólo se podía participar si se era mayor de edad y que no se podía esperar ningún tipo de pago por la actividad, más que una copia impresa de la foto elegida por Tunick que llegaría algunos meses después; tampoco podían participar mujeres embarazadas.  No es que tenga mucha plata, pero ya ando empelota por ahí sin que me paguen así que, si le sumamos que hace un buen ratico cumplí los 18 y que –hasta donde me indicó mi periodo menstrual- no estoy embarazada, cumplía todos los requisitos para participar del evento.

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Llené el formulario y quedé a la espera de un correo de confirmación que llegó varias semanas después. En él se indicaba que el punto de encuentro era la plaza de Bolívar y, pese a que había diferentes horas de citación, yo debía estar a las 3:30 am por una de la dos entradas habilitadas (Calle 11 con carrera 9na y
Carrera 7ma con calle 12) usar chaqueta abrigada para el frío de la madrugada y no llevar objetos de valor, pues ninguno de los organizadores se haría cargo en caso de pérdidas.  Por lo demás, el único requisito era llevar fotocopia de la cédula y una autorización de exposición de imagen firmada en la que me comprometía a no cobrar, no demandar por daños y perjuicios y, claramente, ceder los derechos de mi imagen tanto en las fotografías como en los videos que se hicieran en el transcurso de la jornada.

Al ingresar, el equipo de logística recibió la autorización y la fotocopia del documento de   los que íbamos ingresando, nos entregaron unas bolsas plásticas para guardar la ropa que llevábamos puesta y se nos orientó dejarlas en algún lugar en el pudiéramos encontrarlas fácilmente al terminar la actividad. La logística y seguridad, se encargarían de cuidarlas.

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Casi todos habíamos terminado de entrar cuando se nos indicó que el momento de quitarse la ropa había llegado. Como en el colegio, cuando el profesor salía del salón, sólo bastó  que un par de personas iniciaran la guachafita  para que todos los demás saliéramos al ruedo; un par de valientes se quitaron la primera prenda y la ola de desnudos empezó a crecer.  Hubo quienes tomaron un par de selfies antes de guardar el celular, pese a la advertencia de prohibición de estas conductas. El frío de la madrugada se metía hasta los huesos y lo que podría haberse confundido con gestos de pudor eran, en realidad, maneras de protegerse de la inclemente temperatura: grupos de amigos  manteniéndose demasiado cercanos y brazos cruzados sobre el pecho o las piernas para generar calor. A los pocos minutos, todos olvidamos que estábamos desnudos.

Las primeras tomas, en cabeza de Tunick y orientadas por algunos funcionarios con megáfono, incluían hombres y mujeres. Unas plataformas cuadradas estuvieron en algún momento disponibles para que cuatro hombres las pusieran sobre sus hombros y levantaran una mujer. La actividad estuvo en riesgo cuando una señora de avanzada edad, montada sobre una de estas plataformas, empezó a gritar y a celebrar eufóricamente. La regla era clara: el silencio debía ser en lo posible absoluto pues, tal como lo señalaba el correo de confirmación, se trataba de una actividad artística y no de una fiesta o protesta. Por ello, los carteles o mensajes escritos sobre el cuerpo, tampoco estaban permitidos.

Luego, se separaron hombres mujeres y, estas últimas, posaron en las escaleras del Congreso (al final, serían seleccionadas las que estuvieran en un rasgo de edad determinado para hacer otra toma en el teatro Colón). Los caballeros fueron conducidos hacia el Centro Cultural Gabriel García Márquez y tuvieron que desfilar descalzos, con apenas una bata (que venía con la bolsa para guardar las cosas) hacia el lugar.

La actividad terminó luego de las ocho de la mañana, con la invitación a una fiesta el día posterior, un lunes festivo, en Armando Records para todos los participantes.

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Lo bueno

La experiencia. Todos los participantes, sin miedo a equivocarme, parecíamos coincidir en que es una de esas oportunidades que se tienen sólo una vez en la vida y que poder estar desnudos en medio de miles de personas, en la Plaza más importante del país, definitivamente no es algo que se haga todos los días… y bueno, menos mal es así, si no ¿qué sería lo emocionante?

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