Entre más miedo, más fallos; y entre más fallos, más miedo. ¿Es este el final de la carrera del arquero con el que bautizaron los traspiés bajo los tres palos?
Por: Martín Lleras Jacobsen (@martinlleja) // Hablaelbalón
Antes de ese 26 de mayo de 2018, Loris era un completo NN, un jugador del montón que habría pasado desapercibido en cualquier Transmilenio. Para entonces, nadie celebraba sus triunfos y, mucho menos, se burlaba de sus fracasos. Había tenido una buena temporada y el fútbol lo “premió” con una final de Champions. Real Madrid-Liverpool en Kiev, el partido de la vida, una noche especial para darse a conocer entre todos esos futboleros oportunistas que no saben cómo se llama el arquero del Liverpool, pero que ebrios apuñalarían a cualquiera por su amado Real Madrid, equipo al que apoyan “desde los tres años, güevón”.
¿En qué mierdas estaría pensando? ¿Qué diablos intentó a hacer? Ni idea. El hecho es que se mandó una macana histórica, y luego otra, que le costaron la final al Liverpool y su reputación, antes inexistente, al señor Karius. Todo fue caricaturesco y se intensificó aún más cuando 10 días después de la final, unos médicos gringos salieron a decir que sus errores habían sido resultado de una contusión cerebral producto de un “codazo” de Sergio Ramos, tres minutos antes de que el arquero le regalara el primer gol al Madrid. Una payasada.
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Pues así se hizo famoso, mucho más famoso de lo que se hubiera hecho descolgando cinco balones del ángulo, tapando tres penales, metiendo un gol de tiro libre y dándole el título a su equipo. Un momazo. En Wikipedia, incluso, se editó su biografía y se dijo que “había nacido sin manos”. Ni las lágrimas del arquero —ni su gesto de “perdón, perdón” a los hinchas, ni los casi dos minutos que estuvo botado en el piso sin que ningún compañero fuera a levantarlo— conmovieron a la horda de Niños Rata que se encarnizaron con él en redes sociales.
El Mundial, pensó él, era la cortina de humo perfecta que taparía sus desgracias y enterraría su vergüenza. ¡Ja! Al segundo día, contra Portugal, De Gea emuló a Karius y otra vez se levantó la humareda. El @LorisKarius volvió a ser tendencia en Twitter y a partir de entonces cualquier error infantil de un arquero se conoce como un ‘Karius’. (“Juanito, ¿cómo te fue en el partido?”, “Mal, mamá, David se mandó un ‘Karius’ y perdimos”). En Wikipedia, esta vez, dijeron que David y Loris eran hermanos.
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Y bueno, todo eso nos trae hasta acá. El fin de semana pasado cometió dos errores, que hubiera podido cometer cualquier otro, en un partido amistoso intrascendente que, en otras circunstancias, no habría visto ni su mamá. Lo que pasa es que como ahora es el arquero más famoso del mundo, todos los morbosos y malintencionados están pendientes de sus movimientos. Y él lo sabe, y se pone nervioso, y entra en ese círculo vicioso que dispara el miedo a fallar. Se dice en psicología del deporte que la obsesión por no cometer errores afecta la concentración y la fluidez de las ejecuciones y que esto, claro, tiene un efecto contrario: entre más miedo, más fallos; y entre más fallos, más miedo; y así arranca un vórtex de ansiedad tan fuerte que es capaz de acabar carreras, y vidas.
Algunos pocos lo han defendido. Iker Casillas pidió que lo dejaran en paz, posteó un vídeo con los peores ‘Karius’ de su carrera y recordó que los arqueros también son humanos. ‘Mo’ Salah le dijo que estuviera fuerte y que ignorara a los que odian. De resto, son más, muchos medios de comunicación y periodistas, los que se han valido de su desgracia para vender clics y sumar seguidores en las redes, esos estancos de pirañas carroñeras y extremadamente agresivas siempre a la espera de que algún moribundo caiga al agua.
Entonces, tristemente, la cosa no pinta bien para Karius. El Liverpool acaba de pagar 72 millones de euros por Alisson Becker, la cifra más alta que se ha pagado en toda la historia por un arquero. Jürgen Klopp, a pesar de su cara de bonachón y su enfoque humanista (siempre apoyó al arquero), sabe que si quiere pensar en grande debe tener un portero grande y no uno que sea un manojo de nervios. Así de cruel es el fútbol…
…Y más con los arqueros. “Cuando no sirves se olvidan de ti”, cuenta Víctor Valdés, el porterazo del Barça de Guadiola al que una inesperada lesión de rodilla lo mandó derecho al retiro. Al olvido. Y piensa uno también en Robert Enke, aquel arquero alemán, el favorito para tapar en Suráfrica 2010, que, víctima del miedo al fracaso, la presión y una depresión brutal, terminó lanzándose a las vías del tren. Y en Moacir Barbosa, el miserable, que por ser el mejor tapó contra Uruguay en 1950 y a partir de entonces, luego de la desgracia del Maracanzo, se convirtió en un paria en Brasil: “La pena máxima en Brasil por un delito es de treinta años, yo he cumplido condena durante toda mi vida”, dijo unos días antes de morir solo.
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Ánimo, Karius. Ser arquero nunca ha sido fácil. Nunca lo será.
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