El pasado mes del Orgullo Gay, donde se celebraron los 50 años de las revueltas del bar Stonewall , nos enfrentaron a muchas preguntas. Sobre todo, si había razones para celebrar en Colombia . En esta lucha amplia encontramos que la población trans está quedando rezagada en la agenda de muchos colectivos LGBTI y por eso es fundamental visibilizar las luchas, problemas e iconos de una comunidad discriminada. Con ustedes, la increíble historia de la Madre Cindy, una de las figuras clave trans en Bogotá.
Por: Alfred Lord // @AlfredLord
Fotos Manu Mojito // @manumojitoart
Cuando diseñé un especial de contenidos para el mes del orgullo LGBTI quería incluir un perfil de uno de los tantos personajes que han vivido los procesos y las batallas directas del colectivo trans y que se han dedicado a trabajar por encontrar igualdad de condiciones para todos. Era una forma de exaltar, a través de una historia de vida, los valores que han trascendido a toda la comunidad. Tenía claro que ese personaje tenía que ser trans (término que agrupa a travestis, transexuales y transgénero) quienes siempre están sometidos a una constante lucha personal y social. La T es una gran cruz que representa al grupo más excluido, discriminado y, sobre todo, menos valorado en la lucha por hacer visible una comunidad que decidió exponer su condición sexual abiertamente y arriesgarse contra prejuicios y rechazos.
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Al buscar un personaje trans local que fuera legendario o tuviera alguna influencia social me dijeron que la Madre Cindy era la indicada. En el 2012, un año después de haber regresado a Colombia luego de una dura época viviendo y prostituyéndose en Italia, Cindy se unió a la organización sin ánimo de lucro Red Comunitaria Trans, para ayudar a sus “hijas adoptivas” y a una población discriminada: “les ayudo porque sé lo que es estar en la calle, con hambre y sueño. Si las puedo tener a mi lado las ayudo a encarrilar a que aprendan algo y aprovechen para hacer algo en la vida para la vejez. Llevamos una cruz que nadie la ve y nadie la ayuda a cargar solo nosotras”.
Al volver a Colombia Cindy encontró otro panorama, y aunque las leyes todavía no estaban tan claras en aspectos como la aceptación y derechos para parejas del mismo sexo, la nueva generación estaba luchando por el espacio que merece la comunidad en el país. “ A mí me comienzan a decir ‘la madre’, porque con las maricas soy muy madre. Las aconsejo, les digo que aprendan porque ahora tienen las oportunidades que nosotros no tuvimos. Fuimos las que macheteamos el camino que ellas ya tienen pavimentado. Peleamos por los derechos, porque verdaderamente nos vean, nos conozcan.”}
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Para mejorar las condiciones laborales y educativas la Red Comunitaria Trans trabaja en conjunto con un espacio cultural llamado El Olimpo , un lugar abierto para hacer y proponer, y recibir talleres en diseño, confección, pintura o periodismo. “Las chicas aprenden algún oficio. No solo es estar la calle, no solo ser putas. La prostitución es un negocio para el dueño del local, pero para uno es una humillación. A veces parece que fuera lo único que podemos hacer para sobrevivir y sostener la familia. Pero somos emprendedoras y berracas, queremos que nos conozcan y nos escuchen. Todavía tenemos que luchar contra la discriminación porque hay mucha gente ignorante.” La lucha se da en este frente y contra los crímenes de odio que diariamente se cometen contra la población LGBTI, sobre todo contra las trans. Por eso siguen trabajando y organizando eventos como la pasada marcha trans en el Santa Fe que se distanció de la marcha general porque, según la Madre Cindy, invisibilizaba su causa y la lucha de ellas tienen contra la violencia y la censura a la que son sometidas.
NACER TRANS EN EL PEOR LUGAR PARA SER TRANS
La Madre Cindy es un personaje mítico, complejo, desparpajado e impredecible. Su vida está llena de anécdotas que revelan las dificultades de ser trans en un país como Colombia, en una época como los años 70 y 80, y, además, en una región históricamente machista como los Llanos orientales. La entrevista se concretó luego de dos llamadas para un frío viernes en la mañana. Su casa queda cerca al barrio Santa Fe, en un edificio de cuatro pisos. Antes nos encontramos para desayunar en una cafetería cercana. Cuando me vio me dijo “¿solo es usted? Yo pensé que venía con más gente”.
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Encontrarse con la Madre Cindy es encontrarse a una mujer mayor, activa, como esas mujeres del campo que han trabajado la tierra y se mantienen como un roble. Su voz es ronca y sin pelos en la lengua para decir lo que piensa. Es llanera, de Orocué en el departamento de Casanare, y reconoce que desde los seis años empezó a sentir el gusto por los hombres y también que le tocó salir a la calle desde temprana edad. Orocué es un pequeño municipio llanero y cualquier persona que vive en un pueblo sabe que ser diferente se vuelve una verdadera lucha no solo para su convivencia sino también por los prejuicios familiares. Para poder sobrevivir trabajó en restaurantes, almacenes, fue mensajera de la alcaldía del pueblo, pastoreó en fincas, cocinó, y hasta le llevó el almuerzo a los presos de la cárcel.
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En la cafetería estaba con Ángela, una de sus hijas adoptivas, hablando de quién le había hecho sexo oral a quién la noche anterior y de otras anécdotas de coquetería. Cindy interrumpió las historias para decirme “ahora nos trabamos, ¿usted fuma?”. Intimidado y con temor de sacar a la madre de la zona de confort dije que sí. Ya en el comedor de su acogedor apartamento Cindy se sentó a seleccionar sus moños y triturar la marihuana, mientras yo prendí la grabadora y empezamos a hablar.
Su historia la cuenta emocionada como si fuera una serie de Netflix. Recuerda que a los seis años se robó unos dólares sin saber que eran dólares de una avioneta de unos gringos. Luego los rompió y los quemó y por eso su papá tuvo que pagar cárcel y la plata del robo. Su familia quedó señalada, Cindy le cogió fastidio al estudio por temor a ser señalada y después del robo tuvieron que moverse de Orocué a Puerto Gaitán. Además, la relación con sus padres había quedado deteriorada.
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En Puerto Gaitán comenzó su proceso de travesti donde conoció las cuatro cantinas que formaban la zona de tolerancia, las putas y las primeras travestis. Se fue de la casa a la de una señora que vendía gallinas, huevos, caldo y por su ayuda recibía pagos de quinientos a mil pesos. A los siete años tuvo su primer amor y a los nueve probó la marihuana. Su papá murió cuando tenía diez años, y por ser la mayor de la casa, no dejó solos a su mamá ni a sus dos hermanos menores y trabajaba para mantenerlos. La primera vez que se puso un vestido y se maquilló fue a los doce años. Pero por ese entonces ya conocía otras chicas que se habían aplicado hormonas para cambiarse el sexo. Ahí comenzó su transformación física. Cindy les daba dinero para que le compraran sus hormonas porque ella era menor de edad y a escondidas también se las aplicaba.
De Puerto Gaitán se fue a Puerto López, otro municipio del Meta, donde trabajó en un quiosco preparando platos típicos de la región, arreglando gallinas y pescado, ganándose el trabajo de jefe de cocina. También fue el lugar donde comenzó a prostituirse. En los 80, los controles de sanidad pública en prostíbulos exigían que todas las mujeres se hicieran un control médico cada 15 días donde les ponían un espéculo para hacer los exámenes y les colocaban un sello que les permitía ejercer y evitaba que las llevaran presas. “Yo no me hice ese examen en Puerto Gaitán por pena, pero en Puerto López iba con las putas y la otra marica, hacía la fila con ellas y recibía el cartoncito para estar tranquila. Yo fui puta de salón donde me daban mi pieza, almuerzo y comida. A las 8 de la noche ya tenía que estar bella. Llamaba la atención porque era pollita, pero no era tan fácil, había mucha discriminación. Cuando llegaba la policía me tenía que esconder porque nos azotaban por usar prendas femeninas. En el 83 la homosexualidad era vista como una enfermedad”.
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Villavicencio sería su próxima parada. Allá llegó teniendo 13 años a la casa de una amiga donde había más trans, pero seguía siendo la más joven del grupo. “En Villavo batallé mucho, la policía nos amarraba, nos arrastraba, nos mataban. Muchas compañeras quedaron ahí. Hubo un sicario en serie que mató ocho compañeras. A mí también me metió un tiro y a raíz de eso sufro del pulmón izquierdo. El maltrato y la discriminación hacía que fuera problema ir a una tienda o un restaurante. Lo teníamos que pensar, nos teníamos que desfigurar (vestirse de hombre)”.
Ramón Elías Valencia “Moncho” es un personaje clave en la historia de la Madre Cindy. Mesero, aprovechó la gran bonanza del narcotráfico y la circulación del dinero de la ganadería, las esmeraldas y el petróleo y montó un burdel. De 150 mujeres, Cindy era la única transexual. “Moncho” la recogió cuando estaba entregada a las drogas, la puso a trabajar y la convirtió en su mano derecha a pesar de que de vez en cuando se peleaban.
En 1985 llegó a Bogotá al barrio La Concordia, zona de tolerancia no reconocida, y donde ya estaban radicadas algunas de sus amigas. Se prostituyó en residencias donde antes quedaba el Cartucho y luego hacia otras zonas del centro. También fue mesera en el reconocido bar La Escondida donde se presentó por primera vez la primera trans operada, la brasilera Roberta Close, quien causó revuelo en los medios sensacionalistas. Las agresiones y los abusos de las autoridades se mantenían y Cindy no resistía más maltrato. Por una de sus reacciones fue detenida por causarle lesiones personales a un policía, y por eso estuvo en la cárcel desde 1987 hasta 1990. Los conflictos callejeros no pararon y en 1993 recibió otro tiro que la dejó fuera de las calles bogotanas y se fue para Villavicencio a recuperarse.
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TRANS EUROPA
En los 90 hubo un auge de trans latinas migrando hacia Europa, principalmente a Paris. En el parque Boulogne eran apetecidas y las colombianas veían esa opción como una posibilidad para salir de la pobreza. Jenny, una de las amigas de Cindy, viajó en el 95 y se ubicó en Italia. Sin posibilidades económicas y con el desconocimiento del idioma, Jenny la invitó para que se fuera a buscar un mejor futuro en Europa. A sus 28 años Cindy ya no quería seguir en el rebusque, expuesta a la intolerancia, a los atropellos policiales, a la inseguridad, a que no entendieran las decisiones que había tomado sobre su cuerpo. Volvió a Villavicencio para pedirle a Moncho que le regalara o prestara los dos millones de pesos del tiquete. El plan era irse dos años, ahorrar para comprarse una casa en Colombia, y volver. Cindy se quedó 16 años.
Aunque abundaba el dinero el panorama no era distinto. “Allá también hay discriminación. Hay que culiar entre los carros y en el monte. Sufrí nueve meses porque me rompieron el pasaje y me escondieron el pasaporte. Como llegué antes de fin de año, el primer diciembre que pasé me dio una nostalgia terrible, lejos del país, la gente, la familia, la navidad y el año nuevo. Yo lloraba por las calles de Roma, me quería venir, peleaba con las maricas. Pero después de que pasé ese 31, el 6 de enero me dije ‘qué hijueputa, yo vine fue a lo que vine’. Ahí empecé a ahorrar, trabajar y aprender”.
La Madre Cindy representa muy bien el espíritu aguerrido de las trans, las luchas y los retos que superan en diferentes capítulos de la vida, sobrevivió al maltrato, a la discriminación, a la violencia directa a la población trans, pero también es el mejor ejemplo de alguien que cambió su vida y ahora quiere que muchas también lo hagan. Cuando regresó a Colombia se abrieron completamente las expectativas de quedarse acá: "hacer un plantón o protestar reclamando derechos, eso no se veía antes. Jamás podía uno revelarse ante la policía sin recibir una paliza por revoltosa, y además cada día se suman más personas que apoyan nuestras luchas". La Red Comunitaria Trans les permitió organizarse y fue la forma de hacerse escuchar materializando sus proyectos, pero, sobre todo, han ganado el reconocimiento de las entidades sociales y gubernamentales para un trabajo que no termina y que es constante hasta que las leyes en el país cambien la situación hostil en la que vive el colectivo trans.
Terminó nuestra entrevista, ya era medio día, y Bogotá se tornaba caótica como todos los viernes por la tarde. Cindy me mostró el apartamento y algunos proyectos que tiene para construir otro espacio. Cuando nos despedimos me dijo “¿y usted cómo se llama de mujer? Hay que tener un nombre”, y nos alejamos con una carcajada.
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