Aunque no haya guayos para tanto crack, el fútbol es un alivio para millones de niños pobres que no tienen espacios donde canalizar su pasión o creatividad, ni rumbos para escapar de las balas, los baretos y las múltiples oportunidades de equilibrar la balanza social a la brava.
Por Héctor Cañón Hurtado // FB: Héctor Cañon Hurtado
Foto: Instagram @felipemelo
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“Si no hubiera sido futbolista, habría sido asesino”, dijo Felipe Melo, volante brasilero del Inter de Milán, al recordar esta semana su infancia en una favela plagada de armas y drogas. Yo le creo. Se le conoce por pata dura. Es uno de esos jugadores que convierten en hachas las piernas cuando el enemigo gambetea y su temperamento nunca ha abandonado algunos códigos de barriada: morir por los tuyos, usar cualquier arma contra el enemigo, ir de frente al combate.
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Felipe Melo y cientos de cracks de todos los tiempos saben que el fútbol y el barrio son amigos inseparables. Al fin y al cabo, fueron rescatados de la tiranía de la delincuencia por sus dones para patear un balón. La lista es tan larga y subjetiva como la de los mejores de la historia: cada futbolero tiene la suya y, además, cree que es la más exacta.
Lo cierto es que mientras leen estas líneas, miles de niños alrededor del planeta corretean tras el balón en medio de su pobreza vergonzante. Al mismo tiempo escapan, por lo menos a ratos, de la tentación de buscar por la fuerza aquello de lo que carecen en su cotidianidad. Algunos tendrán el don y la constancia para salir del hueco y convertirse en ídolos del planeta fútbol, pero la mayoría sucumbirá a la violencia circundante.
Aunque no haya guayos para tanto crack, el fútbol es, en el peor de los casos, un alivio para millones de niños de países pobres que no tienen espacios donde canalizar su pasión, su creatividad, su hambre de vivir ni rumbos para escapar de las balas, los baretos y las múltiples oportunidades de equilibrar la balanza social a la brava. Por eso, los potreros polvorientos del tercer mundo son la fábrica donde este deporte empieza su millonario negocio por medio de los sagaces cazadores de talento. Allí, en medio del hambre y la injusticia, crecieron Kun Agüero, Pibe Valderrama, Carlos Tévez, Juan Guillermo Cuadrado y miles más .
Allí siguen creciendo los futbolistas que someterán a los hinchas, con su genialidad, en la televisión del futuro. Los capos de barrio lo saben y quieren ganarles a las canchas el corazón de los niños. Los cazatalentos también lo saben y quieren llenarse los bolsillos.
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Cracks que se le escaparon a la violencia
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Gary Medel
El volante chileno, conocido como Pitbull, dijo una frase casi igual a la de Felipe Melo, pero señaló que su destino era el narcotráfico. El fútbol se cruzó en el camino y hoy es pieza fundamental de la mejor selección Chile de la historia. Muerde, Pitbull.
Sergio Agüero
En 1997, cuando el popular Kun tenía apenas nueve años, Independiente de Avellaneda lo metió en sus divisiones menores y de paso lo rescató del peligroso entorno de la villa Los Eucaliptos, donde les dicen a los periodistas que rastrean la historia de Agüero cosas como “yo también jugaba bien, pero lo dejé todo a los 12 años por el alcohol y las mujeres”.
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Frank Ribéry
El crack francés conoció varias correccionales de su país por su tendencia a la violencia. Tras sufrir, a los dos años de edad, el accidente que le dejó cicatrices en su rostro, Ribéry empezó una vida dual que se alternó entre el fútbol y las peleas. Al final, pudo más la pasión por la pelota y él prefirió mantener intactas las cicatrices para, según dice, recordar de dónde llegó.
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Carlos “El Pibe” Valderrama
El genio colombiano nació y creció en Pescaíto, un barrio de Santa Marta donde la delincuencia tiene aún más historia que el balompié. Sin embargo, sus dotes como futbolista fueron más fuertes. Grande, Pibe.
Ronaldo Nazario
Sonia, su madre, se hizo cargo de él y sus dos hermanos, cuando su padre los abandonó. En la favela Benito Ribeiro, el crack supo honrar ese esfuerzo gambeteando a los hampones que le ofrecían un camino más certero que el fútbol para salir de la pobreza.
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Carlos Tévez
Cuando el futbolista tenía cinco años de edad su padre biológico recibió 23 balazos en Fuerte Apache, una villa de Buenos Aires. A pesar de quedar huérfano, de que su madre lo abandonó y de las quemaduras en su rostro siendo apenas bebé, Tévez tuvo la fuerza para convertirse en profesional. Hace un par de años, cuando jugaba para Manchester United, recibió la noticia de que uno de sus hermanos y un cuñado habían sido detenidos en un intento de asalto y dijo que desde ese día rompía sus vínculos con el pasado de violencia.
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Juan Guillermo Cuadrado
A los 4 años de edad, el crack colombiano se escondía de los tiroteos en Necoclí debajo de las camas, con la misma velocidad con la que esquiva rivales en las canchas de Europa. Su padre fue asesinado por paramilitares y, según ha dicho, ese dolor lo impulsó a llegar a la cima.
(Ver: El lugar de donde vino Cuadrado. )
Luis Suárez
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A los 10 años de edad, el uruguayo salía con su abuelo a cuidar carros en las zonas comerciales de Montevideo para poder comer. A pesar de que ha cometido errores que muestras secuelas de una infancia difícil, Suárez ha sabido reponerse del pasado y hoy es el mejor delantero del mundo. Y lejos.
Alexis Sánchez
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El delantero chileno es otro de los que, de vez en cuando, muestra en la cancha comportamientos propios de la barriada. En la infancia tuvo que trabajar en los semáforos para ayudar en casa y poder comprar los guayos que lo alejaron de la vagancia.
Felipe Melo.
Con su reciente declaración lo dijo todo. Otro delincuente potencial rescatado por el fútbol.