La historia dice que el fascismo ha comprado mundiales y la actualidad que China y Estados Unidos, las dos potencias de la geopolítica, luchan por tener ligas y selecciones populares. Los números, por su parte, no mienten: el balompié es el espectáculo más visto del mundo y sigue imponiéndose sobre Hollywood, los roqueros y los demás deportes.
Por Héctor Cañón – @CanonHurtado // Infografías Lilondra Studio // Foto apertura: EFE
El fútbol, aunque sus detractores se retuerzan de envidia, sigue siendo el rey entre los deportes. Además, es un espectáculo multitudinario que se enfrenta de tú a tú con el glamour hollywoodense, las constelaciones roqueras y la genialidad de los artistas por la supremacía en los escenarios donde el ser humano contemporáneo busca diversión, entretenimiento y placer.
Los números están ahí para comprobar que el fútbol es el campeón. Un clásico entre Real Madrid y Barcelona, cuyas plantillas de jugadores cuestan 1.317 millones de euros, es seguido por 600 millones de personas en televisores de todas las gamas y en decenas de idiomas en la web. Es decir que uno de cada diez seres humanos vivos se prende a la pantalla para seguir a Messi, Suárez, Neymar, Cristiano Ronaldo, Bale, Benzema y compañía . ¡Qué golazo! Entre esos seis divos del fútbol tienen más de 318 millones de seguidores en Facebook mientras que Justin Bieber, Shakira, Madonna, Leonardo Di Caprio, Angelina Jolie y Tom Cruise apenas superan los 200 millones entre todos.
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La victoria del balompié no tiene atenuantes, como dirían los comentaristas defendiendo a los campeones. Y tal como ocurre en las canchas, donde los grandes terminan imponiéndose a sus rivales temporada tras temporada, el rey de los deportes lleva décadas en la cima de los espectáculos mas seguidos por el ser humano. Por ejemplo , la llegada a la Luna fue vista por 100 millones de personas menos que el citado clásico de la liga española, mientras que la explosión del transbordador espacial Challenger, en 1986, no alcanzó ni siquiera el diez por ciento de la codiciada audiencia que mueven Real Madrid y Barcelona dos veces por temporada. El funeral de J. F. Kennedy, el film E.T. o las ceremonias anuales de Miss Universo, por citar solo algunos ejemplos, también pierden el partido con el balompié.
El fútbol, querida audiencia, les gana en popularidad a los más famosos actores, políticos y músicos del planeta. Y aunque contra los reyes de la farándula o los líderes del planeta su victoria sea por la mínima diferencia, cuando se trata de enfrentar a los demás deportes los golea. En los Juegos Olímpicos, que también se celebran cada cuatro años y son la otra competencia deportiva que ha superado las teleaudiencias de mil millones de personas, participan casi 11 mil atletas en 26 deportes diferentes. En una Copa Mundo apenas compiten 792 jugadores (obviamente en un solo deporte) y sin embargo el evento es más visto en la tele, más cubierto por los periodistas, más costoso para los inversionistas y más seguido en las redes sociales.
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Lo cierto es que la historia de supremacía histórica del fútbol sobre otros espectáculos se remonta a los días en los que la televisión se volvió popular. Ahora, cuando el Internet arremete y conquista nuevos espacios cada día, parece consolidarse.
La importancia del fútbol va un poco más allá de los índices de rating y las astronómicas cifras del negocio. China y Estados Unidos, las dos potencias de la economía y la política mundial, han hecho costosos intentos por tener ligas competitivas y por generar pasión en los hinchas porque son conscientes de la incidencia del fútbol en las masas. A pesar de no tener mucho éxito, siguen intentándolo con la terquedad que los caracteriza. Este año los gringos fueron sede de la Copa América en la que se celebrarán los cien años de vida del torneo y los orientales le apuestan a tener una liga local tan costosa como las de España, Italia o Inglaterra.
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Más allá del deporte aparecen casos como los de Benito Mussolini (Italia 1938), la Reina Isabel (Inglaterra 1966) y Rafael Videla (Argentina 1978) quienes han sido acusados, sin que aparezca una prueba reina que destape la olla podrida, de incidir para que sus selecciones dieran la vuelta olímpica y la voraz llama del nacionalismo se encendiera.
El fútbol, señores, sigue siendo el rey y los reyes lo saben.
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