Por: Fito Hamann - Fotos: Juan José Horta
Gesticula, saca la lengua, la mueve con velocidad lasciva, se tuerce, se encoge, brinca, cambia de voz a placer, señala al público, se burla de él si le da la gana, se lanza sobre ellos como si estuviera en algún bar en los años 90. Las luces intermitentes refuerzan ese aspecto teatral de líder de la ceremonia. Ni la multitud lo opaca. Mike Patton es el protagonista indiscutible, la bestia sin cadenas, un sacerdote estridente con una energía que le sobrepasa, como si quisiera hervir y explotar contra la multitud que no deja de aclamarlo.
Camino al Royal Center las calles hervían de amor y amistad, rojísimas. Los andenes de la ciudad, por la Séptima, la 13, la 11, la Caracas, todos estaban repletos emulando el tráfico. Una ruta salvaje.
Llegamos tipo 8:30 pm. Adentro nos recibió la primera buena sorpresa de la noche: Desnudos en Coma. La banda escogida por Faith No More, o por algún miembro de la banda, o por su asesor o por quien sea, aprovechó la oportunidad. Tocaron sin esfuerzos, sin poses, relajados, casi en trance entre sonidos fuertes y voces estridentes, a veces en español, a veces en ese inconfundible inglés caleño que acentúa siempre donde le suena mejor, y no necesariamente donde corresponde. Féinomor !
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Casi ninguna de las personas a las que le conté que iba al concierto, conocía a la banda californiana. Solo mi novia la reconoció cuando le puse “Easy” en Youtube. De resto, nada. Yo mismo había dejado de oírlos por casi 20 años. A duras penas me acordaba de que se habían separado. Pero el recuerdo del poder de su música sigue intacto. FNM era de esos grupos que necesitaban tiempo para llegarte más y más hondo, tiempo para gustarte más y más. Era música para escuchar con calma, con interés. Y en la década de 1990, al borde del final de los tiempos, la mayoría nos sentimos bastante solos alguna vez y tuvimos ese tiempo.
Este 18 de septiembre sumé a FNM a mi lista de grupos que no tienen canción mala, ni siquiera regular. Lo cual es más difícil si se es FNM. Es decir, Pink Floyd también está en esa lista, y The Doors, como en la de otro puede estar Foo Fighters o Coldplay o lo que sea. Pero todos ellos la tienen más fácil. Pink Floyd suena a Pink Floyd y listo, Foo Figthers a Foo Fighters, The Doors a The Doors, etcétera. Pero FNM nunca suena a algo parecido. Eso lo recordé esta noche. Ese, para mí, es el poder de su música.
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Para los que no la conocen, FNM no es una de esas bandas de hace décadas que simplemente volvió a los escenarios solo para facturar, o como dice mi amigo Carlos, porque necesitan sencilla. Es un grupo que suena mejor que nunca, al que se le notan los años en las canas y la velocidad, pero al que sería una lástima simplemente ver desaparecer. Hace 18 años lo hicieron. Y por mí estuvo bien. Ahora, espero que jamás lo vuelvan a hacer.
El escenario del concierto solo lo pudieron predecir los que ya sabían algo de la gira. Cientos de flores entre las que reconocí girasoles y una gran variedad de heliconias, aportaban los únicos colores sobre un blanco inmaculado. La propuesta estética, con todos los miembros de la banda también vestidos de pies a cabeza de blanco, fue sobria. Incluso el juego de luces cenitales se limitó a una variación equilibrada de púrpura, azul, amarillo, y rojo, sin grandes pretensiones.
En acción, un poco más temprano de lo programado, el bajista Billy Gould brilló por su estilo. Estilo. Esa es la palabra exacta. Sus movimientos, una faena entre el jazz y el hardcore, me hicieron pensar en que existe algo así como la “sabrorusa del rock and roll”. Mi amigo Gustavo dijo que para él, se trata del mejor bajista del mundo. Mike Bordin, un poco escondido por la batería, me hizo entender que no cualquiera toca con Ozzy Osbourne. Apenas si noté el movimiento de los dedos de John Hudson sobre su guitarra. El tipo era una especie de estatua viviente en el escenario. Roddy Bottum, con varios collares de colores danzando en su pecho, hizo gala de la maestría del que ya está por encima del bien y del mal. Y lo de Patton... lo de Patton no lo ensuciemos con palabras. Todos con una energía sobrehumana, lo que me hizo pensar que tal vez el rock and roll es la mejor fórmula para envejecer, mejor que cualquier dieta o deporte.
Al final de la noche, las gorras ya no costaban 15.000 como antes del concierto. Ahora valían hasta la mitad. Lo mismo las camisetas. Curiosamente, no se conseguía el álbum que la banda acababa de promocionar en vivo con tanta efectividad.
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De regreso al silencio de mi apartamento, poco antes de la medianoche, la ciudad ya se había tranquilizado. Afuera del Royal Center la satisfacción era generalizada. Acababan de pasar casi 20 años y todo parecía haber mejorado.