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El derecho a renunciar a ser papá

¿Deberían tanto hombres como mujeres poder renunciar al ejercicio de la paternidad o la maternidad?

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¿Qué pasa cuando una mujer quiere interrumpir su embarazo y el papá de la criatura insiste en continuar? Fácil: (y menos mal esta discusión -a trancas y mochas- la hemos ido superando) nadie más que la mujer puede decidir sobre su propio cuerpo y, en teoría, ninguna persona o institución puede obligarla a continuar un embarazo que pone en riesgo su salud física, mental o emocional.

Por: Carmenza Zá // @zacarmenza 

Pero ¿qué pasa cuando es el hombre el que no quiere tener hijos y la mujer decide continuar su embarazo, parir y entregarle el glorioso título de papá? También es muy fácil: tanto personas como instituciones no sólo pueden sino que, además, tienen el deber de obligar al padre a responder. En el país del sagrado corazón, parecen ser más los hombres que cuentan con demandas por alimentos que los que cuentan con título doctoral.

Y es que así como han sido muchos los hombres que se han visto beneficiados por el aborto, también están los que se han convertido en padres sin querer serlo; bajo la misma premisa según la cual, nada más la mujer puede decidir sobre su cuerpo. ¿No afecta esto también la salud mental y emocional del ahora padre?

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No es que el hombre deba ejercer poder sobre la decisión de la mujer sino, por el contrario, en lugar de  retroceder en los derechos reconocidos a las mujeres, se trata de avanzar en el reconocimiento de un derecho que se ha obviado para los hombres: el de negarse a asumir una paternidad que no es deseada.

Tal como lo mencioné en The Hangover femenino, “ a las mujeres y a los hombres hay que educarlos en la sexualidad sana y responsable, no condenarlos a vivir el resto de su vida o los próximos nueve meses, con las “consecuencias de sus actos”.  Sobre todo cuando la consecuencia de dicho acto es, nada más y nada menos, un hijo no deseado al que, pareciéramos no entender,  no se le van a suplir las necesidades girándole dinero a una cuenta bancaria nada más.

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Tenemos una legislación que encuentra sus bases más sólidas, en la estructura endeble que es la moral. Así, estamos terriblemente preocupados por mantener familias compuestas por padre y madre (sólo hasta hace poco abrimos la posibilidad de que parejas del mismo sexo pudiesen adoptar niños e, increíblemente, seguimos quedados con la legalización del matrimonio homosexual) en lugar de garantizar que los niños que llegan al mundo sean si no deseados, cuando menos, amados. Nos parece más condenable un hogar encabezado por una madre soltera, que uno con violencia intrafamiliar y maltrato infantil; necesitamos que la familia exista, así exista mal.

Resulta necesario poner, por ahora, la reflexión sobre la mesa. Reevaluar lo que consideramos aceptable y lo que no, al interior del núcleo familiar y eventualmente legislar en torno a ello.

¿Deberían, tanto hombres como mujeres, poder renunciar al ejercicio de la paternidad/ maternidad, en cualquiera de los casos?  ¿Existiría un límite de tiempo para que el padre pueda desistir de serlo? ¿Podría retractarse en algún momento de su vida? Todas las preguntas están por hacerse.

Tal vez, la discusión sobre la paternidad nos resulte más sencilla sin todo el debate sobre la vida de por medio y porque, legal o no, son más las cifras de los padres que abandonan a sus hijos que los de las mujeres que interrumpen su embarazo.  Entonces, regular en torno a ello, tal vez nos lleve al fin a concluir que es la falta de educación sexual la que nos hace tener que dar estas discusiones,  la inequidad laboral la que sigue perpetuando la dependencia de la mujer en el hombre y un sistema de salud en crisis el que brinda altas tasas de mortalidad y enfermedad a sus niños... deseados o no.

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