El dopaje químico, usado por Diego Maradona y Ben Johnson, entre otros ídolos del deporte, es cuestión del pasado. Hoy lo que pega es la estimulación electromagnética del cerebro, la manipulación de los procesos biológicos naturales, el uso a control remoto de motores indetectables, la alteración de los genes y otras maravillas dignas de la ciencia ficción. Así es, amigos, los ídolos deportivos son máquinas construidas por el sistema.
Foto: Gettyimages.
Las estrategias para mejorar el rendimiento de los deportistas que participaban en las olimpíadas antiguas parecen un juego de niños si se comparan con las nuevas formas de dopaje de los atletas contemporáneos. Comer solo higos secos, tomar vino en ayunas o intoxicarse con jalea real y hongos alucinógenos poco le ayudarían a los deportistas que en la actualidad recurren a todo tipo de artimañas, dignas de las películas futuristas más taquilleras, para subir a los podios, colgarse las medallas, levantar las copas y acaparar la idolatría de las masas que los endiosan.
El dopaje, desde que empezó el nuevo milenio y tras el destape del juego sucio de ídolos como el velocista canadiense Ben Johnson, el crack argentino Diego Maradona o el ciclista gringo Lance Armstrong, ha empezado a dejar atrás su trillado truco de emborrachar a los deportistas con químicos con el objetivo de que se impongan en las competencias.
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En 1998, el caso Festina permitió el desmantelamiento de una gran red de dopaje internacional que usaba productos ilícitos por entonces indetectables y despidió el siglo pasado con la esperanza de que los controles antidopaje le tomaran la delantera a los tramposos, pero la verdad es que con la llegada del nuevo milenio y su aceleración en los avances científicos y tecnológicos el doping también se desarrolló.
En la actualidad, está ramificado en complicadas y poderosas estrategias que las entidades antidopaje no logran pillarse. La estimulación del cerebro con descargas electromagnéticas, la manipulación de los procesos biológicos naturales del organismo, el dopaje mecánico que instala pequeños motores para embalar a los ciclistas o el arribo de los experimentos genéticos al mundo del deporte nos llevan a pensar que el doping moderno parece uno de los laboratorios futuristas de una novela de ciencia ficción del escritor japonés Haruki Murakami.
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En este misterioso y tecnológico reino del dopaje, los avances en el estudio biológico del organismo humano han permitido el desarrollo de estrategias novedosas para mejorar de manera artificial el rendimiento de los atletas. A pesar de que el dopaje biológico fue uno de los pilares sobre los que Lance Armstrong edificó su carrera de monstruo del ciclismo y de que por medio del desmantelamiento de su estrategia las autoridades encontraron formas de descubrirlo, sigue siendo una de las formas novedosas de doping. Según expertos como el francés Gérard Dine, investigador del Instituto de Biotecnología de Troyes, “es prácticamente indetectable debido a que está basado en el uso de sustancias que hacen que el cuerpo humano segregue EPO de manera natural”.
¿Y qué carajos es EPO? Es una hormona producida por el riñón para mantener la concentración de glóbulos rojos en la sangre. Su aparición permite que se soporte la fatiga muscular, que se oxigene mejor el cuerpo y que los deportistas actuales luzcan como máquinas que todo lo pueden mientras son alabados por la ingenua y consumidora audiencia.
Lance Armstrong, el rey del dopaje y ganador de todo lo que corrió entre 1998 y 2005, recurrió, con la ayuda de su médico Michel Ferrari y de todo el equipo US Postal, al dopaje biológico para irrumpir como leyenda en la historia del ciclismo. Si no es porque en 2012, más de una década después de sus hazañas y fechorías, Michel Barry, Tom Danielson, Stephen Swart y otros cómplices lo traicionaron revelando las estrategias, nos habría hecho conejo con nada más y nada menos que siete Tours de Francia, a pesar de haber pasado por más de 500 controles antidopaje durante su carrera.
Pero el truculento ciclista norteamericano no es el único que, paradójicamente, ha colaborado con los avances antidopaje tras el develamiento de sus trampas. Después de la caída del equipo Festina, el Laboratorio Nacional Antidopaje de Francia desarrolló un método de análisis para descubrir, por medio de pruebas de orina y de sangre, a los deportistas que se inyectan EPO y otras hormonas.
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Sin embargo, los novedosos remedios no han sido suficientes para erradicar la maldición del doping que se reinventa como el popular diablo. Cuando se encontraron herramientas para contrarrestar el dopaje biológico, apareció el mecánico. Chris Froome, el rival de Nairo Quintana, está en la mira porque es probable que haya recurrido a esta artimaña para dejar regado a nuestro ídolo en las cumbres europeas.
Istvan Varjas, ingeniero húngaro y cerebro del dopaje mecánico, le aseguró al diario francés Le Monde, en diciembre pasado, que a comienzos de 2017 una cadena televisiva de Europa escandalizaría a la audiencia con revelaciones acerca del uso de pequeños motores por parte de algunos de los ídolos de la élite del ciclismo. El británico Froome es uno de principales sospechosos de haber usado el motor de menos de un kilogramo de peso, de 600 vatios de capacidad y con autonomía de funcionamiento de una hora, debido a que su bicicleta registró un peso de 500 gramos por encima de lo normal en algunos controles. Además, el científico húngaro reveló en sus polémicas declaraciones que el artefacto puede ser encendido desde uno de los carros de seguimiento, incluso sin que el ciclista lo sepa, por medio de un dispositivo que usa bluetooth y medidores de potencia.
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¡Bienvenidos a 2017! Hoy en día los ídolos deportivos son fabricaciones del sistema económico y tecnológico. La estimulación cerebral está ahí para comprobarlo. Conocida también como neurodopaje, consiste en estimular las neuronas por medio de ondas eléctricas o magnéticas. “Con un micro estimulador debajo del muslo un deportista podría pasar del puesto 25 en una competencia a conseguir un lugar en el podio”, aseguró en una investigación Jordi Porta, científico catalán que conoce los pormenores de las estimulaciones magnéticas transcraneales y eléctrica transcraneal, usadas por el ejército gringo para entrenar a los soldados que invaden otros países.
Reducir la fatiga, desarrollar la capacidad de reacción al pistoletazo de salida y acelerar la capacidad de aprendizaje son algunos de los beneficios que, según Porta, traería esta práctica. Otros, como la Universidad de La Coruña, creen que tiene efectos colaterales como pérdida de la memoria. Lo cierto es que expertos como Nick J. Davis, de la Universidad de Swansea, han asegurado que dichos estímulos, usados con relativo éxito en el tratamiento de depresión, ansiedad, dolor crónico y párkinson, entre otras enfermedades, son un agente externo que optimiza de manera artificial el rendimiento de los atletas.
Lo polémico del caso es que, a pesar de la evidencias expuestas por científicos como Nick Davis y Jordi Porta, el dopaje cerebral no es considerado aun una práctica ilegal por la Agencia Mundial Antidopaje. Michael Johnson, velocista gringo ganador de los 400 metros en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, Atlanta 96 y Sidney 2000, es dueño de la empresa MJ Performance, que promueve el uso de los auriculares Halo Sport para mejorar, en forma artificial y por medio de la estimulación cerebral, el rendimiento de los deportistas. Entre sus clientes se destacan el Manchester United y los Broncos de Denver. Aunque no fueron usados en público, una parte de los 555 deportistas estadounidenses que participaron en los Juegos Olímpicos de Rio 2016 está familiarizada con este tipo de estrategia en los entrenamientos. Incluso, en internet se venden kits de uso casero por 649 dólares.
Por último, el dopaje genético , que hace apenas dos años fue catalogado por la BBC como la “tormenta que se avecina en el deporte”, consiste el alterar la composición genética de un individuo con el objetivo de convertirlo en un atleta más veloz, fuerte y hábil . A pesar de que la Agencia Mundial Antidopaje lo prohibió desde 2003 y de que científicos como Philippe Moullier, del Instituto de Salud e Investigación Médica de Francia, advirtieran sobre el riesgo en su uso y de visitas sospechosas a sus laboratorios, la verdad es que, como en el ejemplar caso de Lance Armstrong, aun faltan algunos años y algunos traidores para que nos enteremos de los pormenores de la movida.
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