Cuando pensamos en Piccadilly Circus, la concurrida y musical calle londinense en donde los Beatles grabaron parte de su película A Hard Day’s Night , pocos nos la imaginamos como el escenario de una de las humillaciones públicas más grotescas y racistas de la historia: la pesadilla de Sarah Baartman.
Por Carolina Benitez
Baartman era una mujer negra sudafricana. El 24 de Noviembre de 1810 fue exhibida en un espectáculo circense de fenómenos como la “Venus Hottentot” . Allí, en Piccadilly Circus, temblorosa de miedo y frío, fue admirada semidesnuda por la multitud blanca londinense.
Sarah Baartman fue secuestrada de Sudáfrica y llevada a Londres por una sola razón: padecía de esteatopigia, una condición común en tribus africanas que hace que se acumule grasa y tejido de manera anormal en las nalgas, dando la apariencia de un trasero gigante.
Publicidad
Hoy en día al ver vídeos musicales nos encontramos con una exhibición del trasero negro, que aunque no tiene el mismo carácter terrorífico del zoológico humano al que se sometió a Sarah, comparte la misma naturaleza: una fascinación erótica sobre el trasero negro que raya en el fetichismo y la exotización.
Publicidad
Dicha fascinación es simplemente resultado de una elaboración histórica blanca que pinta a la mujer negra como un objeto de deseo y de exhibición. Sus características físicas naturales (los labios carnosos, el trasero grande, los senos grandes, las caderas anchas) son vistas como inherentemente sexuales, y cualquier muestra de ellas en público se interpreta como un atentado al pudor o una invitación a la mirada masculina.
Esta perspectiva es tan antigua como la trata transatlántica: Cuando los primeros viajeros europeos llegaron al continente africano, la vestimenta ligera de clima cálido y el carácter voluptuoso de las mujeres africanas fueron motivo de una hipersexualización inmediata.
No siempre queremos mover nuestro trasero grande para que ustedes lo miren.
El colono William Smith, por ejemplo, describió a las mujeres africanas en sus diarios de viaje como “mujeres de constitución ardiente” y “mujeres que constantemente crean estrategias para conseguir amantes”.
Publicidad
Históricamente se utilizó la retórica de la mujer negra como una bestia de apetito sexual indomable para excusar las constantes violaciones a las mujeres negras esclavizadas. Sus cuerpos no podían existir sin ser una invitación a la mirada morbosa del hombre blanco.
Fue precisamente esa mirada morbosa la que mantuvo el cadáver de Sarah Baartman en exhibición en el Muséum d'histoire naturelle d’Angers después de su muerte. Una vez falleció de neumonía, presuntamente debido al duro invierno británico al que no estaba acostumbrada, Geoffroy Saint Hilaire, famoso naturalista y amigo personal de Jean-Baptiste Lamarck, pidió sus restos para ser analizados como de interés científico, mencionando específicamente un interés en su esteatopigia.
Publicidad
Su cuerpo se exhibió desnudo, de pie y de lado en una vitrina para que los miles de visitantes del museo pudieran, incluso en su muerte, mirar su trasero. Francia no devolvió el cuerpo de Sarah sino hasta 2002, 175 años después, cuando Nelson Mandela pidió personalmente el regreso de los restos de la sudafricana a su tierra, para enterrarla según las costumbres de su gente. Fue enterrada en su pueblo el nueve de agosto de 2002, doscientos años después de su nacimiento.
El trasero negro tiene en la actualidad un papel protagónico en la industria del entretenimiento , que espera de la mujer negra un espectáculo erótico, y que se decepciona cuando no lo obtiene.
La historia se repite. Las mujeres negras, igual que Sarah, son objetos de consumo. Que sus cuerpos son inherentemente sexuales. Las miradas lascivas a su trasero son justificadas por su mera existencia. Este susurro colectivo no es nuevo, es histórico, y tal vez en memoria de Sarah deberían darnos a las mujeres negras un descanso. No siempre queremos mover nuestro trasero grande para que ustedes lo miren.