Durante 50 episodios Eleanor, Chidi, Tahani, Jason, Michael y Janet nos enseñaron, en su búsqueda por llegar al paraíso, que siempre hay campo para ser mejores personas. Este artículo tiene spoilers.
Por: Vanessa Velásquez Mayorga // @vanessavm
The Good Place , creada por Michael Shur, cuenta la historia de Eleanor (Kristen Bell), una chica que llega al paraíso y rápidamente se da cuenta de que no merece estar ahí. Desde entonces, se propone mejorar, ser una buena persona, para poder quedarse en el Good Place, el lugar bueno, y evitar irse al infierno o Bad Place, lugar malo, donde sería torturada durante toda la eternidad. Allá conoce a Chidi (William Jackson Harper), un profesor de filosofía moral, Tahani (Jameela Jamil), una filántropa que en vida se había dedicado a recaudar dinero para obras sociales y Jianyu (Many Jacinto), un monje budista, que en realidad era un DJ de Jacksonville y que, al igual que Eleanor, está en el lugar equivocado. Sus guías en este proceso son Michael (Ted Danson), demonio y arquitecto del buen lugar y Janet (D’Arcy Carden), una inteligencia artificial que contiene toda la información del universo.
Con esta descripción nadie habría de imaginarse que una serie con una premisa cómica se convertiría tras cuatro temporadas y 50 episodios, en un referente de filosofía moral en la cultura pop. Pero lo es, pues al término de la primera temporada descubrimos que el Good Place diseñado por Michael es en realidad un experimento del Bad Place, y que ellos nunca llegarán a estar en el Good Place. Sin embargo hacen un pacto con los directivos del más allá: si logran ser mejores personas, entrarán al Good Place.
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El sistema para clasificar a las personas en el más allá es simple: cada acción que se realiza en vida tiene un valor negativo o positivo dependiendo de qué tanto bien o mal esa acción haya generado en el universo. Si al morir el puntaje es alto, la persona va al lugar bueno. Bajo esta lógica, los personajes creen que es posible cambiar su comportamiento para sumar más puntos y así poder quedarse en el lugar bueno (en la primera temporada), o entrar al lugar bueno (desde la segunda temporada en adelante).
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A lo largo de la serie los personajes se hacen preguntas y se plantean situaciones en las que ponen a prueba lo que creen que saben sobre ser una buena persona y hacer el bien. Son estos cuestionamientos, acompañados de las clases express de filosofía de Chidi y el impecable guión de la serie, que esta comedia trasciende de categoría, y además de ser una serie de entretenimiento de mucha calidad, es también un aliciente para que la audiencia, si estuvo atenta a los temas que la serie desarrolló, termine de ver cada capítulo con la inquietud de ser una mejor persona.
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Lecciones de filosofía en The Good Place
Ver esta serie nunca será igual a hacer un pregrado en filosofía o un doctorado en ética. Sin embargo y bajo el formato “clase”, hay varias cosas que a lo largo de cuatro temporadas podemos aprender de Chidi, quien literalmente le da clases (con tablero de tiza y bibliografía asignada) a Eleanor y al equipo en más de una ocasión. Y bueno, con las herramientas superpoderosas y omnipotentes de Michael y Janet, también aprendimos de algunos ejemplos puestos en práctica. Aquí recopilamos 6 lecciones de filosofía moral, al estilo The Good Place .
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Sobre el imperativo categórico de Kant
“ ¿Tengo algún imperativo moral para ayudarte? ¿Tengo una obligación más grande con mi comunidad? ”, son algunas de las preguntas que Chidi se hace antes de decidir ayudar a Eleanor a convertirse en una buena persona. Con ellas comenzamos a vislumbrar una característica esencial de este personaje: es kantiano. Esto significa que vive bajo la premisa de que debemos de actuar de acuerdo a un código moral inquebrantable que no entiende de variables situacionales y ante el cual puedes tomar decisiones por pura razón, o sea, sin la necesidad de evaluar el contexto bajo el cual toma esa decisión.
Justo por vivir así es que Chidi está en el Bad Place (Spoiler alert: el Good Place es en realidad un experimento del Bad Place para torturar a los humanos haciéndoles creer que están en el paraíso). En vida, Chidi era incapaz de tomar decisiones sin antes recurrir a este código moral kantiano que trabaja bajo el principio de la no contradicción en el que las decisiones solo son buenas o malas, sin considerar la existencia de un área gris o de variables que hagan que robarse un pan para dárselo a un niño hambriento, por ejemplo, fuera una acción mala porque robar es malo y punto.
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Sobre el existencialismo
En el cuarto episodio de la temporada dos Michael se hace una pregunta que muchos nos hemos hecho. Una pregunta tan trascendental que sus posibles respuestas tiene una propia rama de la filosofía: ¿Cuál es el sentido de la vida? Al entender que la vida es finita, que somos mortales, nuestras acciones cobran significado. Es por eso que la pregunta surge, ¿si me voy a morir, para qué hago lo que hago? En la serie esta pregunta induce a Michael en una crisis existencial, a una búsqueda de sentido que, en sus palabras, es un “suicidio filosófico”. Hay distintas corrientes de existencialismo y algunos de sus principales exponentes son Jean Paul Sartre, Soren Kierkegaard y Albert Camus, los tres mencionados en la serie.
Para Sartre no hay ningún significado ni una guía preestablecida que nos indique cuál es nuestro propósito, sino que somos libres de tomar las decisiones que nos lleven a construir nuestro propio significado, y de asignarle a esas decisiones el valor de “bueno” o “malo”.
Para Kierkegaard el camino es similar, pero entra a mediar la religión. En su pensamiento, Dios sí existe pero no tiene un plan para nosotros, así que en últimas nuestra vida no está predeterminada por lo que Dios espera de nosotros, sino que tenemos que la libertad de tomar nuestras propias decisiones que, ojalá, sean buenas.
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Para Camus la existencia es ridícula y por ende hay que escapar de ella. Es lo que hace Michael en la fiesta de animales; es lo que sucede, por ejemplo, en lo que denominamos crisis de la mediana edad. Se llega a un punto en que la vida parece un chiste, o sentimos que no hemos hecho suficiente, que no hemos hallado nuestro verdadero propósito, entonces tomamos esa angustia, la escondemos bien al fondo y actuamos como si nada estuviera mal.
En la serie casi que estas tres escuelas se juntan con el propósito de que Michael, un demonio prácticamente inmortal, logre entender el pensamiento humano y así, a través de la búsqueda de su propósito, tome decisiones que le ayuden a acercarse a este. Decisiones, además, que puedan ser valoradas como “buenas”.
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Sobre la doctrina del doble efecto de Santo Tomás Aquino
A pesar de la visión kantiana de Chidi, a lo largo de la serie él a veces se acoge a la doctrina del doble efecto de Santo Tomás Aquino, bajo la cual una acción puede tener una reacción inmoral siempre y cuando el motivo para realizarla sea moralmente aceptado . ¿Qué quiere decir eso? En el episodio siete de la segunda temporada, por ejemplo, Eleanor tiene que decidir si contarle a Chidi que en una vida anterior estuvieron juntos para que así vuelvan a estarlo, a pesar de saber que esa revelación le causaría mucho estrés a Chidi. En este caso la consecuencia inmoral sería el estrés de Chidi, pero la motivación que la valida, a los ojos de Eleanor, era el amor que siente.
Que esta teoría sea presentada en la serie es una de las muestras del avance del personaje de Chidi, que de a pocos comienza a ver las escalas de grises en cada una de las decisiones que debe tomar.
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Sobre el problema del tranvía
Este es un dilema ético formulado por Philippa Foot que a muchos nos han presentado, hipotéticamente, claro está. Usted es el conductor de un tren y los frenos fallan. En la vía hay cinco obreros que serán arrollados si no detienes el tren. Tiene la opción de cambiar de vía, pero sobre esa vía también hay un obrero trabajando. ¿Qué decisión toma?
Con esa información la decisión podría ser sencilla: cambiar de vía atropellar a solo una persona. Pero como Chidi dice durante el episodio, entran muchas variables en este experimento hipotético. ¿Y si conoce a esa persona que está en la vía? ¿Y si usted en vez de conducir el tren es tan solo un testigo del hecho con una capacidad limitada de decisión? Chidi avanza hasta plantear un problema similar pero en otros términos. Si usted fuera un médico que puede salvar la vida de cinco pacientes, pero matando a una persona sana para sacar sus órganos, ¿qué haría? ¿Seguiría eligiendo matar a una persona para salvar la vida de otras cinco?
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Este puede ser un experimento para entender, de nuevo, que las decisiones no son blancas o negras, sino que tienen una escala de grises. Pero también para entender que hay actos que aparentemente tienen consecuencias estáticas, a los ojos de quien los comete, pero que en realidad lo que pasa puede ser otra cosa. En un artículo publicado en VOX que también ahonda en la filosofía de The Good Place , el periodista Dylan Matthews habla con Tim Scanlon, autor del libro What We Owe To Each Other (que es muy referenciado en la serie y, como se revela en la entrevista para Vox, una pieza fundamental para Shur al momento de crearla) quien al momento de hablar del dilema del tranvía dice que “[Philippa] Foot agrega que la muerte de esa persona no es algo que necesariamente tiene que pasar si el conductor del tren quiere salvar la vida de los otros cinco. Hay maneras en las que la persona que está en la vía sobreviva, una posibilidad que convierte en moral la acción. Tal vez encuentre un espacio debajo de la vía o un túnel al que pueda meterse mientras el tranvía pasa”.
En este sentido, si nuestra respuesta al dilema del tranvía es tomar la vía en la que hay una persona, aún existe una posibilidad de esa persona no se muera. La consecuencia de decidir salvar cinco vidas no necesariamente será la muerte de una.
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Sobre el contractualismo, o lo que nos debemos los unos a los otros
Para Schur el libro What we owe to each other (que traduce al español "lo que nos debemos los unos a los otros") fue una inspiración fundamental a lo largo de la serie. En el artículo de Vox Shur dice que “el título se quedó en mi cabeza y fue una idea silenciosa y radical, porque comienza con una presuposición, que es que nos debemos cosas los unos a los otros. No es una pregunta, no es ¿será que nos debemos cosas los unos a los otros? Es un hecho. Es esto es lo que nos debemos los unos a los otros”.
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El autor de este libro es Tim Scanlon, quien también fue consultor de Schur a lo largo de la construcción de la serie y es por eso que durante los 50 episodios vemos ejemplos de la doctrina de pensamiento que Scanlon llama contractualismo que dice, en pocas palabras, que actuar moralmente es acatar principios que nadie podría rechazar razonablemente. Aplicado a la serie Schur simplifica el postulado. El universo de The Good Place son nuestros seis personajes (Eleanor, Chidi, Michael, Janet, Tahani y Jason), así que esas reglas que nadie puede rechazar razonablemente deben ser aceptadas tan solo por ellos seis, lo que facilita la aplicación de este pensamiento. A lo largo de la serie ellos seis van construyendo su propio código ético, basado en sus experiencias juntos, en sus propósitos individuales y grupales; en tener una sana convivencia, siendo buenos los unos con los otros, sin importarles el sistema de puntos que gobierna en el Good y Bad Place.
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Sobre la filosofía budista y el dejar ir
En este no ahondaremos mucho. Solo les dejamos la transcripción de la que fue, tal vez, la lección más bella que dejó esta serie. No solo por su aplicación en todos los aspectos de la vida sino por la emotividad con la que fue construida. Eleanor está triste y le pregunta a Chidi si tiene alguna pieza de sabiduría kantiana o una frase de Locke que pueda compartirle para no estarlo. Y Chidi le responde:
Esos tipos estaban más enfocados en reglas y regulaciones. Para las cosas espirituales tienes que ver al oriente. Imagínate una ola en el océano. Puedes verla, medir su altura, ver la forma en que la luz refracta en ella... se estrella en la costa y desaparece. Pero el agua sigue ahí. La ola era solo una manera en que el agua estuvo por un rato. Ese es un concepto de la muerte para los budistas. La ola vuelve al océano, de donde vino, y donde debe estar.
Esa escena es emotiva, no solo por las sensaciones que puede despertar ese discurso en cada uno de nosotros, quienes hemos sufrido pérdidas y puede que tengamos algún conflicto con la muerte, sino también porque es un momento de iluminación para el personaje y es el pico del arco narrativo de Chidi: tomó una decisión definitiva. Para la filosofía budista la iluminación se alcanza cuando se eliminan todos los deseos, y al Chidi estar, por fin, en ese paraíso, tuvo eones para hacerlo. Hubo un momento en el que sintió que ya era una buena persona y no tenía ningún deseo más por cumplir y que era hora de, como la ola, volver al océano.
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