Como en una buena competencia democrática, para que gane el mejor hay que saber hacer campaña. Luego de experiencias pasadas, la industria colombiana aprendió la lección y la está aplicando en una película que, además, tiene una emotiva historia oculta detrás.
Por: Luis Fernando Mayolo @mayolito // Foto: GettyImages y Daniel Álvarez.
Si existiera una fórmula para el éxito todos nos la aprenderíamos de memoria y habría una sobrepoblación de exitosos que terminaría por desacreditar el concepto y volverlo tan habitual, que perdería su valor como objetivo cotidiano. Otros llevarían esta discusión a términos más filosóficos y ese sería el momento donde perderíamos el rumbo definitivamente en una discusión entre los que piensan en el concepto como una búsqueda interior y los que lo miden en términos tangibles. En lo que sí podríamos llegar a un acuerdo sin tantas pretensiones intelectuales es en que para alcanzar el éxito en cualquiera de los casos hay que hacer la tarea, construir un proyecto serio, meterle corazón, hacer del equipo de la producción una familia y lograr con él cosas tan maravillosas que terminen trascendiendo aportándole a muchas otras personas.
Palabras más, palabras menos, eso es lo que ha hecho El abrazo de la serpiente y que le ha valido el reconocimiento de la Academia nominándola a un premio Óscar, a través de una historia cargada de tradiciones, conocimientos ancestrales, religión, el infierno de la explotación del caucho, los paisajes en el Amazonas y, así usted no lo crea, sobre el valor de la amistad. Ahí está su espíritu y tal vez, por eso, su alcance ha trascendido fronteras y su historia ha impresionado a culturas tan diferentes a la nuestra. Hoy, gracias a eso, tenemos posibilidades serias de traernos el galardón a casa. Y si no, al menos el cine colombiano vivió un micro-orgasmo en su orgullo.
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Lo que muchos no saben es que tras esa historia de amistad hay otra tan bonita como triste, que sirvió de combustible e inspiración, y que se puede intuir cuando vemos en los créditos que la cinta está dedicada a Diana Ferro, una de las mejores amigas de Cristina Gallego: la productora de la película y esposa de Ciro Guerra, responsable en gran medida de que El abrazo de la serpiente se hiciera realidad.
“La película no es solamente un tributo a alguien que estuvo en el proceso, sino a la persona responsable de imprimirnos la fuerza para que la película existiera. A ella le estaba pasando lo mismo que a Teo, el personaje protagónico de El abrazo de la serpiente , estaba desahuciada y estuvimos buscando durante mucho tiempo la manera de que se salvara”, cuenta Cristina. En algún momento del 2013 la producción de la película estaba estancada, y ese lapso coincidió con la fase terminal de la enfermedad de Diana Ferro, en la que no podía leer, ni hacer nada, pero mantenía su conciencia. “Yo le dije que la iba hacer como un regalo y tal vez ese fue el impulso necesario que nos dio la fuerza para hacer cosas que parecían imposibles. Por eso pienso que la película, más allá de las reflexiones teóricas o concertaciones y cosas de ese tipo, tenía que profundizar en la relación de amistad como eje de todo lo demás. Una amistad que trasciende en el tiempo, como la que angustia a Karamakate, un personaje que se aleja de cualquier cosa científica, que es más intuitivo, más obvio, y que tiene una pena muy grande por haber perdido un amigo”.
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Dentro de esta misma línea más emotiva que racional, tan importante para el éxito de la película y en la que muchas personas no hacen hincapié, también hay que hacer un capítulo sobre la muerte del papá de Gallego, hecho que fue muy importante para la película. “Mi papi murió hace poco, justo antes de que arrancara esta temporada de premios, pero hace parte de esas cosas que lo hacen pensar a uno en la trascendencia. Yo evacuo todas esas cosas que tengo en mi mente escribiendo. Él hizo tantas cosas en vida que hoy las estamos recordando. Mi hermano, por ejemplo, es el fotógrafo de la película y siempre hemos tenido esa tendencia hacia la música, el cine, la fotografía y el trabajo con la gente en la calle, sin una pizca de aristocracia gracias, en parte, a esa herencia. Somos de pueblo, de familias campesinas. Así era mi papá y la familia de él. Es ese contacto con la tierra lo que nos ha permitido hacer la película de esa manera y cultivar nuestro interés por el cine. La familia de Ciro también tiene esa humildad y esas son las cosas que nos hacen más auténticos. Todo esto ha hecho que sintamos que las cosas saldrían bien y ahora recogemos el fruto de todo esto”.