¿Tiene sentido luego de una pandemia que tiene a medio mundo en ascuas, con una crisis de trabajo a escala global, seguir jugando al tiburón en televisión? ¿Deberíamos seguir comprando las historias de éxito empresarial hechas a punta de juegos de palabras (con un trasfondo real) sobre pasar por encima del otro como si fuera un competencia deportiva? Una serie de preguntas a la franquicia televisiva Shark Tank .
Por Juan Camilo Ospina
De la mano de la literatura de autosuperación existe todo un género muy popular de libros acerca del empresario emprendedor . En los estantes más visibles de las grandes cadenas de supermercados se ofrecen textos que prometen enseñarnos cómo hacer mejores inversiones, cómo gestionar mejor el dinero, cómo tener ‘éxito’, cómo invertir rápidamente en la bolsa, etc. Títulos que se podrían resumir en un “cómo salir de la pobreza”. En el universo de los memes, al comprador clásico de estos libros se le conoce como “The Shark”, precisamente burlándose del más famoso programa sobre emprendedores: Shark Tank .
Este personaje es el que suelta frases como “Se es pobre porque se quiere”, “Todo está en la voluntad”, “Para ser ganador hay que tener mente de ganador” y la mejor: “no es una pirámide, es una oportunidad de negocio”. Sin embargo, detrás de esos productos que juegan nuestro deseo de ser exitosos hay un mercado por sí solo que nos empuja a comprar libros, cursos costosos, pedir préstamos, buscar asesorías con gurús, etc. Si tienen dudas de esto, solo pongan las palabras emprendimiento o Shark Tank en sus buscadores. Pronto empezarán a ser bombardeados con publicidad por el algoritmo de Google y YouTube.
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Lo que no queda tan claro en todos esos productos, claro está, es que la ganancia de dinero subordina a la libertad de la vida, en la que tener “mente de ganador” no es suficiente. O cómo manejar los problemas derivados de esa búsqueda, como la ansiedad o la frustración. Pero vamos por partes.
"mentalidad de tiburon" starter pack pic.twitter.com/U3qGcVjE8x
— rae (@_ramoncin) May 8, 2020
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¿Qué es Shark Tank y de dónde viene del programa de televisión?
Para aquellos que no estén familiarizados, Shark Tank es un programa que lleva en emisión en Colombia desde el 2018 y hace parte de una franquicia que ha replicado el formato en más de 30 países. El programa se originó en Japón, donde se le conoce como Los tigres del dinero , un juego de palabras japones con El tigre de Malasia, apodo del general de la Segunda Guerra Mundial Tomoyuki Yamashita.
Dependiendo del país donde se presenta el show se cambia el animal. Los nombres más populares para el programa han sido Dragons 'Den y Shark Tank (este último tiene sus versiones en Estados Unidos, México y Colombia). Desde su nacimiento, muchos expertos mediáticos, periodistas y economistas han dado buenas opiniones sobre el programa. Argumentan que es una oportunidad para que el gran público aprenda sobre negocios. La premisa de Shark Tank se centra en que aspirantes/emprendedores presentan ideas de negocios a un panel de "tiburones" (inversores exitosos) con la esperanza de asegurar el financiamiento para sus empresas.
En otras palabras, para llevar más lejos la metáfora , algunos peces promedio se atreven a aventurarse en el tanque infestado de tiburones con fondos de inversionistas increíblemente experimentados, así como un objetivo para un crecimiento significativo. Desde luego, muchos terminan siendo peces fuera del agua y se van sin nada.
¿Qué nos quiere decir la metáfora del nombre Shark Tank ?
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La imagen que proyecta Shark Tank consiste en que el mercado es un gran mar azul y que existen una suerte de luchadores poderosos que lo habitan. Relacionarse con ellos puede resultar peligroso y puede implicar perderlo todo. En la metáfora, tal vez, se haga alusión también a la mordida que los “sharks” le darían a la compañía de los participantes .
El programa, sin embargo, bebe de un discurso más amplio del emprendimiento, el sueño americano y del empresario exitoso.
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La retórica del emprendimiento
Las narraciones sobre la vida de los grandes empresarios son increíblemente repetitivas. Las dificultades por las que pasan, los valores morales a los que se adhieren y sus procedimientos para resolver problemas son casi siempre los mismos. Esta retórica del emprendimiento no se diferencia mucho de la odisea de un héroe. Da la sensación de que después de escucharlos una vez, no hay mucho más que puedan decir.
En general, empiezan con una juventud fijada en el espíritu de la negociación y la voluntad de hacer dinero. Llegan incluso al patetismo de contar historias de niños de 5 años con grandes impulsos para los negocios, como si el resto de los mortales a esa edad no estuviera aprendiendo a hablar. Cada uno de estos empresarios da su propio sello al discurso con la selección de eventos a contar. Luego hablan de cómo son personas que han superado grandes dificultades a pulso con la vida, o como muchos de ellos dicen ser “self made man/woman”. Se hicieron a pulso, se hicieron así mismos, sin importar que el modelo diseñado para todos sea el arquetipo de un modelo que define las relaciones planetarias.
Suelen contar experiencias trágicas de desempleo, abandono o perdida de un ser querido. Posteriormente, tienen una revelación para ser grandes empresarios y comenzar su “viaje de emprendedor”. Esta revelación es personal, y en ella descubren la importancia de la libertad, el trabajo duro, controlar la propia vida y seguir las pasiones.
Las historias suelen ser de dos tipos. Las primeras, la del sujeto común que, a través de su gran esfuerzo, logró salir adelante sin la ayuda de nadie; las segundas, las que romantiza la desigualdad.
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Sobre el primer tipo conocemos la ya famosa referencia a que tipos como Mark Zuckerberg, Bill Gates, Jeff Bezos y otros grandes “emprendedores” formaron su empresa en un garaje. Lo que no es tan famoso es que Zuckerberg asistió desde joven a instituciones de elite como Harvard y tuvo tutores privados (¿la gente olvida que Facebook comenzó como una plataforma para universitarios de elite?), que Bill Gates logró su colaboración con IBM en gran medida porque su mamá, (sí, su mamá) era ya una gran empresaria con contactos o que Jeff Bezos quería imitar compañías que habían comenzado en garajes y sus padres le dieron 200 mil dólares para que emprendiera. Todos ellos son presentados como “el ciudadano promedio”.
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Ahora bien, tal vez la narrativa más problemática es la segunda vía, la de la romantización de la desigualdad . Pululan las historias del tipo “tenía que caminar dos horas para poder ir a la escuela, y a pesar de la adversidad sus ganas de salir adelante fueron más grandes”. Historias que, aunque admirables, desvían el foco de lo importante: ¿Por qué deberíamos tolerar vivir en una sociedad que se enorgullece de que existan personas que para salir adelante y tener acceso a los servicios básicos deban pasar por esas penurias?
Es fácil acceder a estas historias y consejos, ya que muchos empresarios “tiburones” escriben libros detallando su camino al éxito y trabajan como coach empresariales. Tal y como operan las parábolas religiosas, estas historias tienen moralejas que los aspirantes a emprendedores deben descifrar y aplicar a sus vidas. Frases como "cree en ti mismo”, “forma tus propias opiniones”, “sé un líder, no un jefe” y muchas otras que dan la sensación de tener sabiduría ancestral, pero que no se refieren a casos concretos y están abiertas a la interpretación.
Negocios Santos: Los multinivel y sus promesas espirituales Muchas de estas frases se basan en filósofos, gurús espirituales o psicólogos como Mandela, Albert Einstein y muchos otros. Tal vez el más citado, basado en el éxito que tuvieron los empresarios asiáticos, fue la apropiación de Sun Tzu y su libro El arte de la guerra . Lo que encontramos, y por eso la metáfora con los tiburones tiene sentido, es que hay una comparación entre los negocios y la guerra. Se tienen oponentes, se deben crear estrategias para derrotar al otro y hay combates . Por esto, muchos empresarios se ven a sí mismos como gladiadores, luchadores, o figuras que hagan referencia a la lucha por la que pasan y suelen citar a grandes estrategas históricos como Alejandro Magno, Napoleón y otros. Como si los empresarios contemporáneos fueran los sucesores de su gloria.
Se supone que todas estas historias son para aprender a ganar dinero. No obstante, involucran la creación de toda una ética de vida y el seguimiento de valores. Trabajar duro, ser disciplinado, ser apasionado y un largo etcétera que si no se sigue fielmente todos los días puede significar perder un gran esfuerzo. Una vez se vuelve emprendedor nunca se puede parar a riesgo de perderlo todo.
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Pareciera que cualquiera puede seguir esos pasos, pero en los cursos de coaching no se nos explica ¿por qué la riqueza del mundo se concentra en el 1% de la población mundial, mientras existe aproximadamente 30% de personas en estado de pobreza solo en Colombia? Como dicen Cabañas e Illouz: el punto más difícil de este discurso de emprendimiento es que nos postula una suerte de darwinismo social por el ascenso que defiende que el esfuerzo personal, el optimismo y la tenacidad siempre son recompensados. Supongo que uno de sus grandes exponentes, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, puede dar fe de ello al invertir con la gran herencia que dejaron sus padres y aun así ha tenido increíbles pérdidas.
Los retos de un Shark Tank en Colombia
Como lo han dicho expertos en otros países, Shark Tank pone en discusión una visión de los negocios que hoy encontramos en todas partes. Por ejemplo, ¿para qué están las empresas? Como uno de los “Sharks” más famosos, Kevin O'Leary, en una entrevista que le realizo ReasonTV, afirmaba que no se debía endilgar a las empresas responsabilidades sociales puesto que ellas están para producir dinero.
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Ni siquiera el argumento conservador de que las empresas son buenas porque producen contratos se pone sobre la mesa, ya que, si se menoscaban las ganancias, ¿para qué contratar tantos trabajadores?
Si vemos las distintas participaciones de la versión colombiana, los productos que apuestan por salvar vidas o por una lucha social no suelen ser muy exitosos, en pro de productos que no tienen ninguna trascendencia o son inocuos. ¿De verdad necesitamos una compañía que nos venda cuerdas para gafas caras, otro camuflador de olores o un té que no se toma sino que se aplica? ¿Es esta realmente la libertad que tanto buscábamos? Comprar un producto con otro color o, como lo dirían los “grandes publicistas”, cualquier cosa se puede vender si se vende correctamente. Lo claro es que los beneficios “sociales” son solo una consecuencia secundaria que puede agregar valor o sumar en la campaña de marketing.
Que la franquicia Shark Tank se haya popularizado en Estados Unidos o en Japón es, desde luego, explicable por su nivel de industrialización y por la ética histórica que rodea sus discursos nacionales, pero cuesta entender cómo ha sido importada a Latinoamérica sin matiz crítico alguno.
Hasta ahora no he tenido la oportunidad de ver en la serie algunas de las implicaciones de hacer negocios en Colombia. Solo para mencionar datos históricos o muchas noticias de conocimiento común: ¿en qué sesión de coaching se enseña a evadir los Panamá Papers? ¿Cómo lidiar con las empresas que parecen tener la capacidad conciliadora de la United Fruit Company en 1928? ¿Eran considerados “sharks” los encargados de negociar en Odebrech? Tal vez estas preguntas nos muestren hasta que punto las empresas en Colombia han estado dispuestas a “hacer lo que sea por los negocios” y que ese enfoque de ganar por encima de todo puede tener terribles consecuencias.
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En últimas, el emprendimiento nos sirve como un discurso para gestionar la terrible incertidumbre que produce la inestabilidad laboral y las desigualdades al acceso a los placeres del capitalismo. A su vez, justifica que muchos de nosotros estemos excluidos de esa ambrosia porque no somos lo suficientemente creativos, no trabajamos duro o sencillamente “no tenemos mentalidad de tiburones”.