El próximo domingo 12 de marzo se llevará a cabo una entrega más de los Premios Óscar : la ceremonia más importante del cine hollywoodense en la que cada año hay menos sorpresas y los resultados están casi que cantados. ¿Por qué? Porque hace rato se reemplazó la calidad cinematográfica por el mérito a mejor estrategia electoral. Un juego más inofensivo que la cochina política, pero con las mismas mañas y vicios.
Por Juan Pablo Castiblanco Ricaurte // @KidCasti
Durante muchos años los Premios Óscar han sido el sello de calidad del cine no-tan-comercial que le pueda disputar la taquilla a Disney y Marvel, pero que tampoco es tan arti y alternativo como para competir en festivales como Berlín, Venecia, Cannes, Toronto o Sundance. Gran parte del encanto de los Óscar ha radicado en el glamour y el lujo que convocan, que hacen que las dos horas previas de alfombra roja sean tan o más interesantes que lo que pasa dentro del auditorio. Decir esto no es más que señalar que el arte, el cine, ha pasado a un segundo plano. Está ahí, como la música en los festivales, pero ya no es tan importante como el lujo deslumbrante del entretenimiento.
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Este año, sin embargo, explotó otra mina que le sigue quitando la credibilidad a los Óscar. La nominación a la británica Andrea Riseborough como Mejor actriz protagónica por su trabajo en To Leslie , al comienzo solo era considerado uno de los tradicionales palos que hay en cada edición pues la película había tenido un modesto recaudo de taquilla en su paso por salas y no había hecho mucho ruido. Sin embargo, al ser mirada con lupa, la selección de Riseborough en el selecto grupo desnudó problemas en las reglas de juego de los premios, pues se alega que no fue una campaña limpia apoyándose en la influencia de figuras de peso como Cate Blanchet, Kate Winslet, Amy Adams, Edward Norton, Gwyneth Paltrow, o el productor Judd Apatow, entre otros.
Para que una película o persona llegue a ganar un Óscar, debe recorrer un largo camino que comienza más o menos así: las casas productoras inscriben sus trabajos de acuerdo a una serie de reglas definidas por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas. Luego, comienza la carrera electoral con su primer objetivo, las nominaciones. En este momento, la Academia cuenta con cerca de 7.000 personas inscritas divididas en diferentes ramas (dirección, producción, actuación, guion, departamentos técnicos); cada sector vota por las nominaciones específicas de su oficio, excepto por Mejor película (escogida por todos), Mejor película en lengua extranjera, Documental y Animada (para las anteriores tres se arman comités especiales). Luego sí viene la cacería por el premio gordo, las estatuillas, en donde vuelve a haber votaciones generales y campañas mediáticas que, por bajito, cuestan 1.5 millones de dólares en adelante.
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En los Óscar cada año el sistema se revela más vulnerable. Cuando no hay sesgos racistas, sexistas o xenofóbicos; cuando no hacen nada por cambiar esa grosera categoría de Mejor película en lengua extranjera que embute en cinco escogidas la producción que se hace en más de 150 países del mundo; aparece el caso Riseborough que algunos expertos en relaciones públicas señalan como tramposo.
Según declaró Álvar Carretero, de la agencia Joshua Jason Public Relations/JJPR y especialista en este tipo de campañas publicitarias, al periódico El País de España , se hizo trampa pues se violaron las reglas para las campañas de promoción de las películas; por ejemplo, solo se puede enviar una publicidad semanal a los votantes, y no puede haber fiestas o comidas luego de las proyecciones. En teoría, reglas que buscan equiparar el juego y que no haya diferencias entre grandes estudios e independientes. Es decir, no se puede comprar votos. O sea, sí, pero no.
Es curioso que la nominación de Riseborough se haya catalogado de “tramposa” y hasta ahora haya puesto a la Academia a replantearse sus método s. Sobre todo, teniendo en cuenta que desde siempre ha sido una competencia entre los grandes estudios (y ahora, las plataformas de streaming) por medir su poder, en vez de una celebración del arte, y que, además, en la seguidilla de eventos conocida como la “temporada de premios”, las mismas 20 películas se repitan en todos. ¿El gusto del Sindicato de actores es el mismo del de los críticos, de los productores, de la industria británica y de la prensa extranjera? ¿No hay espacio para miradas divergentes, incluso dentro de la enorme producción anual estadounidense?
La carrera por el Óscar se ha vuelto un camino más y más predecible que comienza desde la concepción misma de los proyectos. Para las actuaciones, ya se sabe que encarnar a un personaje de la vida real y perfeccionar su imitación ya puede ponerlos en punta de carrera. En el 2022, Jessica Chastain fue premiada por su papel como la predicadora evangelista Tammy Faye, y Will Smith por hacer de Richard Williams, padre de las tenistas más importantes en la historia. Este año están Ana de Armas como Marilyn Monroe, Austin Butler como Elvis Presley, y en años pasados estuvieron Renée Zellweger como Judy Garland, Christian Bale como el político Dick Cheney, o Rami Malek como Freddie Mercury, entre muchos, muchos otros.
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Lo mismo pasa con las películas. Se ha repetido la representante del cine homenajeando el cine (este año están Los Fabelman, y antes estuvieron Mank, El artista, La La Land, Érase una vez en Hollywood ), la biográfica, o la inspiracional que nos hace sentir agradecidos con la vida y que todo se trata de sonreír y manifestar. Los Óscar no son los únicos que sufren de estos patrones calcados o fórmulas preestablecidas que en teoría aumentan las posibilidades de ganar reconocimientos; entre chiste y chiste, ya se puede hacer una lista de clichés que gustan en certámenes como Cannes o Berlín.
Lo malo, es que de todas formas nada de eso asegura el éxito porque en cualquier momento alguien más puede aplicar la fórmula con más éxito . Que no les pase lo que le pasó a Maluma en el 2019 cuando no tuvo ninguna nominación a los Grammy Latino desencadenando una rabieta peor que cuando le robaron la areta, y dijo “una desilusión bien cabrona no tener siquiera una nominación a los Latin Grammy, tanto esfuerzo, el mejor disco que he hecho en mi VIDA, los juntes con los que siempre soñé, Madonna cantando en español, éxitos como HP, 11PM , una salsa producida por el más grande Sergio George (…)”.
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A Maluma habría que recordarle que, si bien en alguna época los grandes premios artísticos marcaban el gusto popular, hoy en día todos podemos moldear el nuestro como se nos dé la gana y gozar de lo que queramos. Ya no necesitamos unos Premios Óscar que nos digan qué películas ver o cuáles son las buenas, o unos Grammy que certifiquen si lo que oímos está dentro de su criterio validador. Los galardones son un viento caprichoso que sopla hacia donde el poder y el dinero más le conviene. Y eso no tiene pinta de cambiar pronto.