Una conocida me contó una historia que hasta el día de hoy recuerdo. Cuando ella tenía 13 años la diagnosticaron con cáncer de hueso. Tuvo quimioterapias, radioterapias, cirugías y un montón de complicaciones.
El día que hablamos de eso, más de 10 años después de su diagnóstico, me explicó que los pacientes de cáncer “tienen que estar perfectos” para tener quimioterapia.
No pueden tener fiebre, tienen que tener las defensas en un número específico, el hígado y los riñones tienen que funcionar perfecto... Todo esto para que el organismo pueda recibir fuerte los medicamentos.
Por eso, cuando alguien tiene cáncer, entre sus muchas preocupaciones, además de que el tratamiento no esté funcionando, está el hecho de que sus órganos fallen porque, de ser así, dejan de ser aptos para la cura.
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Cuando ella llevaba unos meses de quimioterapia, sus niveles de creatinina empezaron salir alterados y tuvieron que posponer la ronda de quimioterapia mientras se estabilizaba.
Durante esta hospitalización, su doctora abrió la puerta y, sin saludar, ni esperar que estuviera un adulto presente (algo que debía hacer porque ella era menor de edad), le dijo que sus riñones estaban fallando, que no había ninguna solución y que tenía que empezar diálisis.
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Soltó la noticia sin ningún tacto. Se dio media vuelta, abrió la puerta y se fue.
La doctora no solo le estaba diciendo que había perdido sus riñones y que tenía que empezar otro tratamiento, sino que ya no era apta para seguir con las quimioterapias y, por lo tanto, tarde o temprano, el cáncer la mataría.
El día que hablamos de eso, en una cafetería, me contó la desesperanza y la rabia que sintió en ese momento. También me dijo que la doctora se había apresurado y la noticia no era cierta. Sus riñones se recuperaron y pudo seguir con las quimioterapias.
Hay algo que ella entendió con esa experiencia y que nunca olvidó.
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Cuando los seres humanos ven tragedias y extremo dolor muy seguido, terminan perdiendo la empatía . Se convierten en robots: pasan por alto el sufrimiento de las personas a su alrededor.
Esa historia es una muestra de un mecanismo de defensa egoísta . Probablemente, después de perder paciente tras paciente, ignoró el dolor y lo volvió parte de su día a día. Tanto, que perdió la empatía y olvidó el propósito de su trabajo.
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Esto no es algo que pasa solo en los pasillos de un hospital. En un mundo donde todos los días están asesinando a personas, violan niñas y las personas mueren de hambre, el mecanismo de defensa de la humanidad es la ceguera ante el dolor.
Estamos viviendo un ejemplo perfecto de esto.
Desde que comenzó la guerra entre Israel y Palestina, el 7 de octubre del 2023 con un ataque a Hamás, han muerto más de 25.105 palestinos (alrededor de dos terceras partes de esta cifra eran niños y mujeres) y 62.681 han resultado heridos en los crueles e inhumanos ataques de Israel.
Escuchamos sobre la guerra y sí, aunque no haya mucho que podamos hacer, preferimos no leer las noticias sobre el dolor de los demás e ignorar que al otro lado del mundo la guerra sigue matando a miles de personas .
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Por historias comunes como estas, en las que prima el dicho “a oídos sordos, palabras necias”, es que The Zone of Interest , la película de Jonathan Glazer, es el mejor ejemplo de nuestra crueldad .
¿De qué trata The Zone of Interest?
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The Zone of Interest, protagonizada por Christian Friedel y Sandra Hüller, cuenta la historia de una familia.
Este es un guión adaptado del libro homónimo escrito por Martin Amis.
Rudolf Höss, el comandante del campo de concentración Auschwitz, y su esposa, Hedwig, quieren crear una vida de ensueño para sus cinco hijos en la casa del lado del campo donde asesinaron a más de 1,1 millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial.
De hecho, “the zone of interest” era la forma en la que los nazis se referían a las áreas que rodeaban los campos de concentración .
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En la hora y 46 minutos que dura, la película nos muestra la cotidianidad de esta familia: las comidas, las peleas, las visitas de otros familiares y amigos, la celebraciones de cumpleaños, salir y volver a la casa después del trabajo, leerle cuentos a los hijos por la noche y fijarse, antes de dormir, que todas las luces estén apagadas…
Pero si prestamos mucha atención, porque al final el enfoque de la película está en la cotidianidad y no en la crueldad, empezamos a notar otras cosas.
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Vemos a un par de hombres uniformados discutiendo por la eficiencia, por cómo implementar las nuevas cámaras de gas para matar a más gente al mismo tiempo. Escuchamos los gritos en la noche. Vemos el humo salir de las cámaras de gas…
Sin embargo, nunca vemos lo que pasa detrás de la pared que divide la cotidianidad de esta familia alemana y la lucha de las miles de personas al otro lado.
El director nos demuestra su intención abordando las cosas desde otra perspectiva. Los protagonistas, los que viven en la casa al lado de Auschwitz, no notan nada de lo que allí pasa porque lo ignoran, es su paisaje. Por eso ustedes, nosotros, los espectadores, nos quedamos del lado de ellos.
Si reflexionamos más a fondo, esta también es una forma de puntualizar que estamos del lado del “caso omiso”, no solo en la sala de cine y en esta película, sino con todo lo que pasa a nuestro alrededor .
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En una entrevista con The Guardian, el director Jonathan Glazer afirma que “La película trata sobre la proximidad del horror y la felicidad, sobre cómo el paraíso de una persona es el infierno de otra”.
¿Qué hay detrás de The Zone of Interest?
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El director y guionista británico Jonathan Glazer se demoró 10 años en hacer The Zone of Interest.
Después de tener el permiso de quienes dirigían el museo de Auschwitz, Glazer recreó, a través de fotos de archivo y testimonios de sobrevivientes, la casa en donde vivieron Rudolf y Hedwig Höss con sus hijos durante la guerra .
A diferencia de la mayoría de películas que existen sobre el Holocausto, el director decidió pararse, no del lado de las victimas, sino del lado de los victimarios.
“La razón por la que hice esta película es para intentar reafirmar nuestra proximidad a este terrible evento que consideramos pasado. Para mí esto nunca ha sido cosa del pasado (...)” .
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Probablemente, muchas personas piensan que no existe un punto de comparación entre el exterminio de judíos a manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial con lo que ha vivido la humanidad recientemente.
Pero la preocupación no recae en si un evento cruel es comparable con el otro, sino en la creencia de que ya pasamos esa página, que aprendimos de nuestros errores y que no los volveremos a cometer.
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Esa creencia es una mentira.
Volvamos a los primeros ejemplos: la deshumanización de una doctora diciéndole a la paciente que ya no tendría cura y la ignorancia del mundo frente a lo que está sucediendo en Palestina.
Primo Levi, el autor italiano que sobrevivió a Auschwitz, escribió:
“Los monstruos existen, pero son demasiado pocos para ser realmente peligrosos. Más peligrosos son los hombres comunes, los funcionarios dispuestos a creer y actuar sin hacer preguntas ”.
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La realidad es que nos hemos vuelto victimarios, porque los “malos” de la historia no son solo los que cometen los actos, sino los que voluntariamente deciden mirar hacia otro lado.
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