En los días inmediatamente posteriores a la emisión del último capítulo de The Sopranos en los Estados Unidos, el 10 de junio del 2007, la palabra más buscada en los motores de búsqueda de Internet era el término “Sopranos”.
Minutos después de que el último episodio de la serie finalizara la página Web de HBO colapsó durante varias horas debido al enorme tráfico de personas tratando de ingresar para encontrar alguna respuesta al final enigmático.
Tal situación contrasta con la fecha de emisión del primer episodio de la serie en enero de 1999 , pues el público consumidor de este tipo de productos culturales no estaba seguro de qué esperar de una serie que habla de la cosa nostra y emulaba clásicos como The godfather o Goodfellas .
Esto, por su puesto, arroja una serie de lecciones.
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Principalmente, que con The Sopranos las reglas impuestas a los creadores de programas de televisión que debían mostrar personajes comprensivos, finales redentores, valores patrióticos y un puritanismo residual, capaz de enviar a los espectadores y a las corporaciones que apoyaban estas producciones con una sonrisa a la cama, fue drásticamente cuestionada y transformada.
Las personas se engancharon y el frenesí se desató hasta el punto de despertar afectos entre los 11 millones de suscriptores de HBO, generando un nivel de apropiación nunca antes visto con un producto cultural de este tipo debido a la incomoda relación con el género: una mezcla de drama familiar, comedia lúgubre, sexo, traición, violencia y una especie de alegoría transgenérica (los signos de una crisis económica que inició a finales del nuevo milenio y se agravó hasta desencadenar la recesión en la que el mundo entró luego del 11 de septiembre del 2001).
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Superficialmente, esta es la historia:
La serie se enfocó en la vida de los mafiosos de New Jersey, en especial, la vida de Tony Soprano (James Gandolfi) y las personas de su entorno. Era una crónica de un mafioso violento, intimidante y machista que intenta sobrevivir a los cambios y crisis del nuevo mundo manteniendo una economía explotadora de destrucción creativa y que busca el beneficio siempre que puede extrayendo hasta la última gota de valor de cualquier objeto (y sujeto).
Pero ese mismo mafioso, el antihéroe Tony Soprano, también era inseguro, ansioso, vulnerable, estaba deprimido y, en ocasiones, exponía destellos de empatía con los seres más desfavorecidos dando muestras de una humanidad refundida .
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En la escena inicial del primer episodio de The Sopranos de David Chase, Tony Soprano, el líder de la mafia de New Jersey, tiene esta conversación con Jennifer Melfi (Lorraine Bracco), la psiquiatra:
–Es imposible para mí hablar con una psiquiatra.
–Tiene idea de por qué perdió el conocimiento.
–No lo sé. Quizá por estrés. […] La mañana en la que me enfermé estuve pensando: “Es bueno estar en algo desde el principio, pero siento que llegué muy tarde y últimamente siento que llegué al final de todo. Lo mejor ya terminó. […] Pienso en mi padre. Nunca hubiera llegado tan alto como yo, pero en muchas formas le fue mejor. Tenía a su gente, tenían sus valores, tenían orgullo. ¿Hoy qué tenemos?”.
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Esta escena es clave para la serie pues enmarca perfectamente lo que buscó exponer David Chase a lo largo de seis temporadas: el sentimiento de pérdida, la sensación de haber llegado al final de todo y la cruda aceptación de que la realidad es una simulación.
El sentimiento de pérdida que describe Tony Soprano en su primer día de terapia es el resultado de descubrir que el hermoso barniz del sistema capitalista no es el más perfecto de los programas políticos y económicos; que el mercado no se corrige a sí mismo (como la serie muestra en diferentes ocasiones ya que los matones de Tony deben torcer algunos brazos para que las cosas funcionen como quieren); y, finalmente, que las condiciones de continuo estrés competitivo que imponen las empresas (la mafia es una de las grandes corporaciones del siglo XX, similares a la labor de los bancos privados) tienen efectos nocivos y traumáticos en la vida de las personas, los cuales deben ser ocultados y calmados con masivas dosis de sustancias como el prozac, zoloft, fluoxetina, citalopram, sertralina, paroxetina y escitalopram .
“Bueno, con la farmacología de hoy nadie tiene que sufrir por sentir agotamiento y depresión”, le dice la doctora Melfi a Tony, quien responde: “Ya empezamos, lo que sigue ahora es el prozac”.
Las promesas no solo se marchitaron, sino que el malestar no ha podido mantenerse oculto por más que se intente llenar a las personas de sustancias psicotrópicas para privatizar su descontento.
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Hay, entonces, un despertar del depresivo sueño hedónico en The Sopranos y Tony está completamente en sintonía con esa sensación para amplificarla con su rabia e ira que se dirige hacia “esos malditos vagos felices (happy wanderer)” que esconden el resentimiento mediante dosis diarias y aluviones de positivismo, solo con la intención de participar —y no quedar por fuera— de los beneficios del sistema.
Quizá lo más notable en The Sopranos es la representación de uno de los mitos más poderosos en el mundo contemporáneo: la idea de que el peligro y el horror siempre viene de afuera.
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Este mito está en todas partes: no solo en la aparente normalidad de la vida familiar de Tony que se ve amenazada por el bajo mundo del crimen organizado, el cual acecha constantemente con invadirla y destruirla, sino también con las disputas y las guerras violentas entre las familias de la mafia que siempre ven a las otras familias como el siniestro peligro latente.
Si se analiza, por ejemplo, el hogar y el estilo de vida familiar suburbano estadounidense (Tony Soprano vive en las afueras de New Jersey con su familia)—el espacio idílico, seguro, alejado del riesgo por excelencia en la cultura occidental—, nos damos cuenta que es una idea que aparece en la televisión norteamericana como una imagen de inocencia, progreso y tranquilidad que se ve amenazada exclusivamente por extraños (este mismo pensamiento se aplica para los inmigrantes que son percibidos como el principal riesgo de los estados nacionales).
Lo fascinante es que The Sopranos invierte esta idea: la amenaza del afuera (las otras familias de mafiosos que quieren destruir a Tony Soprano y el FBI que quiere capturarlo) y el idílico adentro (la hermosa casa de Tony en los suburbios de New Jersey donde vive con su esposa Carmela (Edie Falco), su hija Meadow (Jamie-Lynn Sigler) y su hijo Anthony Jr. (Robert Iler), quienes reciben los domingos en la noche a familiares y amigos para cenar).
A medida que avanza la serie se evidencia que la amenaza y el peligro no siempre ha estado afuera, por el contrario, lo amenazante siempre ha estado adentro: el hogar idílico es el horror que acecha y amenaza la existencia.
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La crisis de Tony son producidos por su madre Livia (Nancy Marchand), una mujer demandante, amargada, cínica, nihilista y narcisista que afectó profundamente su personalidad. Pero también están su padre y su tío Junior (Dominic Chianese) quienes frecuentemente exigían muestras de masculinidad y virilidad por parte de él.
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En The Sopranos encontramos un mensaje que nos interpela desde la pantalla 25 años después y que sigue estando vigente: nuestra sociedad es inmóvil, es una sociedad que se acelera —y acelera a las personas— sin llegar a ninguna parte aunque sus flujos brillantes y destellantes nos hagan creer que vamos a algún lado .
La cruda aceptación de Tony Soprano cuando le dice a su psiquiatra que “siente que llegó muy tarde, que llegó al final de todo” es su realización de que el mundo en el que vive no solo es un fraude, sino que su vida está encerrada en una especie de inactividad frenética: estamos atrapados en un ciclo de inercia incesante.
Esta (in)movilidad (in)quieta se agrava cuando Tony se da cuenta que puede tener todo el sexo que quiera, comprarle lujosos y costosos regalos a su esposa e hijos, asesinar a quien se le opone, pero al final del día su capacidad de controlar su propia vida es mínima.
Lo que logró Chase con The Sopranos fue exponer que el poder no siempre es algo que se impone de afuera hacia adentro, sino que su realización es mucho más efectiva (y afectiva) cuando logra perforar nuestra intimidad: el capital se ha introducido en todas partes, tanto en nuestros placeres y sueños como en nuestras propias vidas, por lo tanto, la amenaza ya no está afuera, sino en nosotros mismos .
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Hace unos años hicimos un especial con Las 52 series de televisión que hay que ver antes de morir. Entre esas, también hablamos de The Sopranos .