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Las series y el juego de la política: cómo la realidad está atrapada por la ficción

Análisis del juego electoral a través de dramas políticos populares de Netflix: Ozark, La casa de papel y House of Cards.

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La casa de papel Ozark y House of Cards: 3 dramas políticos de Netflix.
Foto: Netflix.

Más allá del cliché comparativo entre personajes de series y políticos, la televisión nos enseña a entender cómo la realidad no se puede escapar de las estructuras de la ficción. Este es un análisis del juego electoral a través de dramas políticos populares de Netflix como Ozark , La casa de papel y House of Cards .

Por Ricardo Silva Ramírez

Llegó ese momento del año. Nos levantamos, después de la Ley seca, embriagados en espíritu democrático, para ir a votar por quienes van a representarnos, a respaldar nuestros intereses y a hacer del país un lugar mejor. El problema, como siempre, es que a pesar de que existan las votaciones no nos sentimos representados. Nuestros intereses difieren y palabras vacías como “mejorar” adquieren sentidos antagónicos.

En cualquier caso, en esta temporada más que nunca , como quien asiste a un espectáculo, somos testigos de las movidas, jugadas y estrategias políticas de todo tipo con las que se enfrentan los candidatos a sus contendientes. Las maromas de los políticos en periodo electoral no tienen mucho que envidiarles a las producciones de Netflix.

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Sin embargo, cuando vemos una película o serie de ficción ocurre algo interesante : la mirada de la cámara construye una perspectiva que hace que, a diferencia de la realidad, veamos un más allá de la perspectiva individual.

Por eso es que series como House of Cards , Ozark o La casa de papel pueden darnos una perspectiva sobre la política desde otro ángulo. Manifiestan elementos que podríamos llamar (para utilizar un término freudiano) reprimidos . Es decir, algo que queda fuera del discurso y que no pasa la barrera de la censura de la realidad política.

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Al hablar de “la realidad” como lo hacemos aquí, desde un conjunto de series pertenecientes al género de ficción, no queremos llegar al lugar común según el cual toda ficción se construye con base en la realidad.

Por el contrario, el calificativo “ficticio”, incluyendo su connotación despectiva como carencia de realidad o separación frente a los hechos, nos brinda un lente diferente para enfrentarnos a la realidad.

Es un principio psicoanalítico: lo ficcional permite vislumbrar no cómo esta es un reflejo de la realidad, sino la manera en que la realidad está organizada, inmiscuida, atrapada por la estructura de la ficción.

Si la contienda política se nos plantea como una tragedia (una lucha por enterrar a los adversarios enfrentados en una odisea por cumplir el anhelado fin ideológico y “traer estabilidad a la república”), entonces, su ficción es una comedia que, por abstraerse de la realidad, permite escenificar los conflictos y las pasiones humanas al hacer surgir la lógica del juego.

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Partamos entonces del juego y veamos a donde nos conduce esta discusión para entender la realidad política a través de tres series recientes y populares sobre movidas políticas.

La casa de papel y el efecto dominó

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En la última temporada de La casa de papel vemos desarrollarse el plan “pulgarcito”, la clave con la cual podrán salir victoriosos nuestros atracadores favoritos tras robar la reserva nacional del banco de España.

El plan tiene tres fases: “la verdad”, “el casino” y “el oro”. Según la lógica de causa y efecto cada eslabón del plan produce una consecuencia que lleva al movimiento siguiente y le da una naturaleza predecible. Como puede que ocurra cuando se hace una fila de dominós, habrá que empujar una que otra ficha, pero la inercia producida por el paso de energía del eslabón anterior al siguiente producirá el resultado esperado.

Primera parte del plan, decir la verdad. Hacer pública la manera en que fundieron y extrajeron el oro del Banco para quitar credibilidad a la economía. Verdad que es confirmada por los medios al mostrar que hay buques españoles buscando el oro tras una sospecha de su escondite. Esto debería dar paso a la siguiente etapa.

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Los mercados financieros funcionan como una gran casa de apuestas y viéndose en peligro la credibilidad de España los inversores venderán masivamente sus acciones desplomando la bolsa y haciendo que el país no pueda financiarse. Según lo previsto, el banco central europeo da la espalda a España y crece el escepticismo con la gestión de la crisis. Ante una presión sin precedentes, el gobierno se ve llevado a buscar cualquier tipo de solución y a negociar con los atracadores.

El tercer eslabón del plan es una ficha que el profesor no muestra hasta el final: devolver el oro, cosa que no es del todo cierta. El general Tamayo, líder de la operación y representante del gobierno, no tiene otra opción que seguir el plan y da una conferencia en público anunciando que en una operación se ha logrado recuperar el oro. Los mercados se apaciguan y se contiene la tormenta financiera. No obstante, el metal devuelto no es oro sino latón bañado en oro. Pero, sean lo que sean estos lingotes, se ha frenado la crisis de deuda.

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Un final auténticamente revolucionario. No por los protestantes y los cantos de “o bella ciao”, no porque se hayan convertido en héroes (de hecho, pierden y mueren ante la opinión pública), sino porque el plan hace explicito el fetichismo del oro. Como dice el profesor “la reserva de oro en sí no tiene función, no sirve para comprar nada, es ante todo un respaldo psicológico”. Al caer la última ficha del plan se hace manifiesto que el oro, como el dinero, no es la riqueza sino su representante, o mejor, el cúmulo de la creencia social. El final hace manifiesto el entrecruzamiento de la política y lo económico su dependencia incuestionable en todos los ámbitos.

La serie también muestra esa zona gris del proceder político, pero el acento está en las instituciones que respaldan al gobierno. Nunca veamos al presidente de España sino únicamente a los representantes armados del estado encargados de llevar a cabo el “trabajo sucio” (la policía, el ejército, el centro de inteligencia, etc.).

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Por último, la serie explicita el meollo del asunto moral de la política, su motor ideológico. Vemos como la lucha militar entre los atracadores y el gobierno español no es nada al lado de la batalla por la opinión pública, por establecer como en un cuento infantil clásico quienes son los buenos y malos.

Ozark y el juego deportivo

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En esta serie, aun por concluir, encontramos unos jugadores inmersos en la lógica de los equipos deportivos: con transferencias a otras instituciones, prestamos de jugadores. Por su buen desempeño, Marty Byrde es contratado para lavar dinero para un cartel mexicano. Poco a poco su familia empieza a hacer parte de su equipo y, contrario a lo que pasa en Breaking Bad , se apoyan ante el peligro inminente de la situación, pues cuando se juega para el cartel perder significa la muerte. Hay varios equipos jugando como los Snell y la mafia de Kansas City, pero en las grandes ligas se encuentran los carteles y el FBI.

En la temporada actual, el líder de uno de los carteles más importantes de México, César Navarro, quiere retirarse y hacer un acuerdo con los Estados Unidos (concretamente con el FBI) y les promete información para neutralizar y acabar con las operaciones del cartel. Sin embargo, en una movida inesperada, el representante de la agencia federal le dice algo muy diferente: quiere que siga operando el cartel durante los próximos 5 años y brinde inteligencia al gobierno. Sin otra opción, Navarro acepta y es llevado a ser el títere de la agencia y se agradece a los Byrde por llevar a cabo esa reunión histórica y “por su servicio a América”.

La agente Miller, quien ha luchado contra el narcotráfico por años, queda atónita ante la actitud de sus superiores pues esperaba cumplir su trabajo y acabar con la organización criminal. Al destaparse el plan de la agencia, se da cuenta que la razón por la cual el FBI quiere extender el conflicto se debe a la justificación de 5 años más de bonos económicos e incautación de dinero ilegal, sin mencionar el prestigio público del que goza la institución con cada golpe al crimen. En últimas, ¿qué sería del FBI o de cualquier fuerza armada estatal sin los criminales?, ¿podríamos pensar que acabar con el crimen es realmente su tarea?

La serie muestra algo que vale la pena resaltar al haber recorrido nuestro camino. Durante toda la tercera temporada vemos cómo la agente Miller (y por lo tanto el FBI) sabe que Marty está lavando dinero, pero no puede probarlo. Esto genera una suerte de situación sin tapujos en donde se habla “libremente” pero en un ámbito privado. Asimismo, el gobierno públicamente lucha contra las drogas, pero hace un negocio bajo la mesa con uno de los mayores carteles de droga.

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Como en las series anteriores, se puede vislumbrar una dualidad intrínseca a la política: la alternancia entre un polo ideológico y uno pragmático . Ubiquemos a House of Cards como un ejemplo ideal del segundo y a la casa de papel como uno del primero. Por un lado, se valora el “realismo” de la política al participar bajo las consideraciones o circunstancias del momento para avanzar. Por otro, se acentúa el poder de las ideas y la imagen en términos de justo/injusto, correcto/incorrecto, criminales/héroes, y se hace manifiesto todo lo que el poder debe a la creencia. Ozark se ubica en una suerte de intermedio, una justa medida entre un pragmatismo total y la pura ideología jugando con ambas caras en el ámbito público-privado. Los limites organizan un espacio de juego y los jugadores se organizan siguiendo sus intereses y mediando entre las posibilidades del momento y la imagen del público.

El poker de House of Cards

Toda la serie es en efecto un juego de cartas protagonizado, casi en su totalidad, por Kevin Spacey, de quien no vamos a hablar mucho, porque nos interesa su personaje. Frank Underwood juega la partida de su vida por llegar del congreso a la presidencia de los Estados Unidos. A lo largo de la serie vemos todas las concesiones, tratos con terceros, alianzas inesperadas, cambios de bando y todos los movimientos “pragmáticos” que conlleva la realpolitik .

Un juego de aliados imprescindibles que luego son enemigos, contrincantes que se vuelven aliados y bluffs (engañar al presidente para ocupar su puesto, acentuar la guerra cuando lo necesita su imagen pública, etc.) con las cartas que le otorga la situación del momento.

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En uno de los capítulos más interesantes, asistimos al debate para elegir el representante presidencial del partido demócrata . Como es cada vez más común en cualquier debate presidencial, los adversarios se enfocan en atacarse entre ellos y quitarle legitimidad de cualquier modo posible a su adversario, señalando su carencia de experiencia, clientelismo, fallos anteriores o presuntas acciones ilegales , acusándose de ser hipócrita, privilegiado, sexista, delirante o extremista.

Nuestro protagonista sale victorioso, y se pasa a una mesa con mayores contrincantes: la contienda presidencial frente al representante del partido republicano.

Como ocurre en los casinos, al aumentar las apuestas en juego también lo hace todo lo que puede perderse. Si Frank pierde irá por seguro a la cárcel, si gana será el presidente y la cabeza del “mundo libre”, como dicen los norteamericanos. Con un as bajo la manga, se juega un “all in” y planea un falso acto terrorista para influir en un estado clave y hacer que la votación ocurra en el congreso. Finalmente gana, pero se hace difícil su trabajo, sus movidas anteriores lo persiguen, entran mejores contrincantes y, como todo buen jugador, se para de la mesa cuando ve que está perdiendo y deja la presidencia.

Con House of Cards podemos imaginar cómo los juegos de lo público-privado o lo legal-ilegal se enredan y producen todo tipo de zonas grises en las cuales entran a jugar las estrategias y los movimientos de los contrincantes .

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Ahora bien, el nombre de un político, como ocurre con la alta costura, tiene toda una serie de participantes trabajando detrás con sus propias jugadas y agendas, lo cual da al dinamismo de la política su razón de ser.

Nuestra ficción

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Todos hemos visto en las últimas semanas todo tipo de carteles publicitarios y campañas con fotos sonrientes y posturas firmes. Hay de todo: verbos inventados, carteles para frenar la amenaza comunista, alusiones despectivas al presidente, karatecas contra la politiquería, señalando que el aborto es el peor crimen de la humanidad, promesas de descuento en el impuesto de vehículos o en el predial, etc. Un conjunto de jugadas y posibilidades que se organizan dentro del espacio de la política. Dejaremos al lector hacer los paralelos que crea conveniente, pues cualquier parecido con la realdad es pura coincidencia.

Para terminar, hablemos de una ficción más, una suerte de reproducción de la votación real organizada para preparar a los futuros ciudadanos democráticos. Existe una tradición en muchos colegios en donde se celebra cuasi-ritualmente una votación para elegir personeros, alcaldes y hasta presidente estudiantil. Campañas con un conjunto de propuestas de toda índole: “nuevas herramientas de estudio”, “espacios de diálogo entre estudiantes y profesores”, “televisores en los salones”, “una piscina”, “más recreos”, “menos tareas”, etc.; asimismo, financiados por sus padres, se imprimen carteles hábilmente situados por el territorio escolar, se reparten gorras, regalos, saludos y promesas . Por supuesto, aun siendo elegidos, no pueden cumplir con lo que prometen y al enfrentarse al congreso estudiantil o a la junta de maestros sus propuestas caen por su peso.

Sin embargo, no importa. Lo que importa en una ficción como esta no es ser congruente y sostener los ideales hasta el final, esta es apenas una máscara. Al estar organizado como lo está este juego, se trata de otra cosa: de encontrar seguidores, explotar las amistades, aumentar el rumor, contar la mejor historia, superar al contrario, ganar las elecciones .

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