House of the Dragon 2 acaba de terminar. Terminar es un decir, porque no concluyó la gran mayoría de cuestiones que planteó, y abrió otras de mala manera y a última hora.
El episodio de cierre es el final más aburrido que le han dado a un arco narrativo del universo de Game of Thrones . Por su estructura, parece un episodio de mitad de temporada. La ausencia de un clímax convirtió a los siete capítulos anteriores en un juego de expectativas innecesariamente largo.
En el fondo, por más fans que seamos de una franquicia, todos distinguimos a simple vista un suspenso narrativo necesario de una decisión de marketing para vender intriga respecto a una próxima entrega.
Pero estos ocho episodios también estuvieron cargados con gracia, un nivel de detalle inusitado y una producción tan ambiciosa como la de las mejores temporadas de la serie para la cual es precedente.
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Puede que eso sea lo más frustrante: son tantos los destellos de genialidad que los fans sufren cuando aparece lo mediocre.
Hablemos entonces de lo bueno, lo malo y lo feo de esta segunda temporada de House of the Dragon
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Lo bueno: los pilares que sostienen a la casa del dragón
El misticismo, la maternidad, la relación con la plebe y la teología en torno a lo dragones fueron algunos de los puntos más fuertes de esta temporada.
En el último episodio, en una escena tan emotiva como tensionante, Daemon cedió al fin ante la fuerza mística que a lo largo de estos capítulos estuvo susurrando en su oído la urgencia de que dejara su ego a un lado. Aunque el proceso para llegar allí fue largo —para algunos demasiado— prefiero cuando esta serie opta por mostrar un conflicto interno con calma frente a las transformaciones que viven personajes como Jacaerys, que de una escena para otra se vuelven negociantes diplomáticos o comprenden el sentido de acatar la autoridad de la reina.
En general, todos los problemas de índole mística o religiosa son tratados con este cuidado y altura en la temporada: sean las visiones de Haelena, el mal augurio que supone la muerte de los dragones, los efectos de la brujería o la desesperanza existencial de quienes sobreviven a un combate que incluye básicamente bombas atómicas con alas. Todos recuerdan a uno de los arcos más destacados de la serie anterior: aquél en el que uno culto religioso pone en riesgo el poder de los Lannister.
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El foco temático de esta precuela, la maternidad y la deslegitimación de su autoridad, sigue en pie y se potencia. Algunos de los mejores diálogos de la serie suceden en torno a la muerte de uno de los hijos de Haelena, o a raíz de las tensiones entre Rhaenyra y Jacaerys o entre Corlys y sus hijos no reconocidos.
Sobre todo frente a la maternidad de Alicent. La anterior reina vive continuamente despreciada y golpeada por el horror y la decepción que sus propios hijos suscitan en ella. Pero ambas cosas coexisten con su intrínseco amor e instinto de protección. Todo ello deriva con fuerza en este último capítulo, en el que vemos cómo reconoce su error, causante de toda la guerra, así como la necesidad de entregar a su hijo a la muerte.
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También sienta ver cómo se conserva la preocupación por mostrar lo que el desdén por la plebe puede causar a la monarquía. El recurso de los personajes “comodines” —que se convierten luego en jinetes de dragón— nos permite adentrarnos en el sufrimiento de las masas, ponerles cara y cuerpo.
Por la suma de todo esto, la temporada alcanzó su pico en el cuarto capítulo. El ritmo, en este caso, aporta a la emoción: luego de varios cambios estratégicos de última hora de cara a una batalla cualquiera, la serie la vuelve el escenario para entregar su primera gran pelea entre varios dragones.
“The Red Dragon and the Gold” fue un hito de la animación y el CGI. Pero también fue una obra capaz de llevar a la batalla el desarrollo de los personajes involucrados, gracias a sus grandes actuaciones y a un guion contundente que cristalizó la esencia de algunos de los guerreros y transformó la de otros.
Pero incluso ahí hubo una mancha: ¿cómo se sostiene esa idea de que Rhaenys voló con su dragón, Meleys, justo por el único lugar desde el cuál era posible que Aemond la emboscara? ¿Por qué no solo mostraban la angustia de una persecución o ataque sin la pretensión de hacerlo sorpresivo? ¿Cómo es que una jinete de dragón experimentada pierde de vista del todo a Vhagar, un dragón del tamaño de una montaña, que vuela a plena luz del día, herido y a baja altura?
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Así suelen darse los grandes momentos de la temporada: un proceso de decisión o de batalla muy bien elaborado que luego pierde verosimilitud por un descuido.
Tan impactantes son la producción y la atención al detalle que toda la serie ha sido acompañada de capítulos detrás de cámaras que enriquecen la experiencia. Pero aún con esa apuesta por hacer que cada detalle valga, parece que nadie se preguntara por la coherencia de lo grande, de escenas o arcos narrativos enteros.
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Lo malo: un guion que brilla por su ausencia
Si uno se asoma a las reseñas que los usuarios les han dado a los episodios en plataformas como IMDB, verá que, lastimosamente, es generalizada la frustración. No llega al nivel de las últimas temporadas de Game of Thrones pero tampoco está lejos.
Muchas de las puntuaciones virtuales de esta temporada de House of the Dragon se han dado en el marco de un saboteo intencional por parte de quienes leyeron en escenas como la del beso entre Mysaria y Rhaenyra una acción de “inclusión forzada” —o personas que simplemente no se aguantan una muestra de amor lésbico.
Pero ese no es un factor capaz de explicar todo el rechazo. El problema es de consistencia en el guion.
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Por ejemplo, a muchos nos sacó de quicio el penúltimo episodio.
Rhaenyra, la piadosa mandataria que se caracteriza por preocuparse por los más débiles y tiene por norte limitar los daños colaterales, toma una decisión. Gracias a Mysaria, decidió enviar por todo el reino un llamado en búsqueda de quienes sospechen que comparten la sangre del dragón, la de la familia Targaryen, pues podrían ser elegibles por las bestias mitológicas como jinetes, y por ello podrían cambiar por completo la correlación de fuerzas en la guerra.
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Esos “nadies” son los que llegan a Roca Dragón acudiendo al llamado, y son recibidos por la reina entre críticas teológicas y resistencia por parte de la alta sociedad en su conjunto. Ella les habla, les cuenta de la posibilidad de su muerte y reflexiona en voz alta sobre lo que significa crear un “ejército de bastardos” para darles acceso a bestias que son entendidas como dioses y como el último vínculo con el mundo antiguo.
La solemnidad y la gravedad de la decisión se mantienen hasta que llega el momento de la verdad:
¿Cómo es eso de que Rhaenyra mete a todos los reclutas al tiempo a la cueva, sin darles entrenamiento alguno en la lengua a la que los dragones reaccionan, y en vez de enviarlos uno por uno para reducir las oportunidades de que simplemente todo redunde en masacre? ¿No era luego la reina misericordiosa? ¿No es acaso crucial aumentar las chances de que los bastardos logren su cometido y sobrevivan?
En general, muchas de las decisiones a la hora de representar la Danza de los Dragones —como se conoce a este periodo histórico en Westeros— fueron pasos sin gracia y a destiempo.
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Por poner otro ejemplo: a última hora, en el capítulo final, nos contaron toda la aventura de Jason Lannister, fundamental para el ajedrez de la guerra, y embutieron una serie de tensiones con sus soluciones de manera que todo el arco pudo ser un mail y debió quizás ser una historia develada de a pocos a lo largo de los episodios.
Lo feo: nadie entiende los tiempos de los dragones
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Para muchos, lo que yo elogio de la travesía de Aemond es un punto débil de la serie. Coincidimos en que condensar todas las alucinaciones que vive el personaje de Matt Smith en Harrenhall en un solo episodio hubiera sido más contudente. O tal vez pudieron simplemente ser menos reiterativos.
Esa situación es la que más evidencia que el problema de House of the Dragon es de su aproximación al tiempo. En el fondo, el disgusto viene de que esta obra no sabe qué tipo de serie quiere ser.
No sabe cuánto quiere ser un drama psicológico que se desarrolla en semanas o meses, cuándo dar lugar a una acción detallada ni cómo determinar cuándo los viajes a algún lugar son largos y sustanciosos o cuándo son tan cortos como para que no sean siquiera considerables. A veces, por ejemplo, Corlys brinca entre Roca Dragón y Driftmark en un parpadeo.
En general, esa falta de coherencia interna le quita muchísimo peso a los arcos narrativos que se dan su tiempo y hacen parecer innecesarios a los que se tramitan en un par de diálogos.
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House of the Dragon llega al cierre de su segunda temporada dejando a muchos sedientos por la tercera, sentados al borde de su silla por toda la tensión creada ante la idea de que todo está al borde de la ebullición.
Pero también nos trae a muchos el recuerdo y el miedo de que un gran universo cinematográfico termine siguiendo la senda del de Marvel o de las últimas temporadas de Game of Thrones, haciéndose progresivamente más difícil de creer y menos capaz de transmitir emociones, intrigas y reflexiones.
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Lean acá: House of the Dragon: algunos de los momentos más memorables de la temporada 2