Desde que se introdujeron las cámaras en el mapa cultural de occidente, los juicios se convirtieron en uno de los escenarios clave de la política-espectáculo gringo. El juicio de los 7 de Chicago , cinta original de Netflix nominada en la categoría Mejor película de los Oscar 2021 , es la prueba de ello.
Por Ricardo Silva Ramírez
El juicio de los 7 de Chicago cuenta la historia de un grupo de jóvenes estadounidenses que fueron llevados a la corte por dirigir a distintos grupos de manifestantes a la convención democrática nacional, ocurrida en Chicago en el año 1968.
Ante un clima de inestabilidad política, marcada por la cada vez más fallida guerra contra Vietnam, una oleada de disturbios en una centena de ciudades y el asesinato de importantes figuras públicas como Martin Luther King y el candidato Robert Kennedy, los protestantes se dirigen a la convención para expresar su descontento con la guerra, y ser vistos por las cámaras en una época en que, recordemos, no habían smartphones ni redes sociales.
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La importancia de lo ocurrido, no tanto en las calles como en los tribunales, es testimoniada ante la insistente producción artística: algunas obras de teatro y alrededor de 10 películas realizadas desde los años 70 hasta la actual nominada a los Oscar 2021 . Por lo demás, el juicio en sí mismo es la muestra de cómo pueden tambalear nociones como “la verdad” o “la ley”.
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Es interesante destacar que la mayor parte del largometraje ocurre en el tribunal, hecho que saca a la luz la importancia de los diálogos y el arduo trabajo de un extenso guión que nos atrapa como espectadores . En efecto, si bien nos muestran otras locaciones (el parque donde se reunieron los manifestantes, una suerte de bar de stand-up comedy, la casa del ex fiscal general, etc.), el escenario en donde transcurre todo el drama es la corte.
En este lugar, teatral por excelencia, vemos los movimientos en que los protagonistas juegan su rol y despliegan el arsenal de movidas que permite aquel juego simbólico en donde se produce esa cosa rara de “la verdad”. La importancia de este escenario y lo que debe retener nuestra atención es el carácter de espectáculo que adquiere el juicio, ese hecho fundamental que determina las acciones de los participantes en la medida en que están destinados a “ser vistos” por espectadores en diferentes niveles: desde aquellos presentes en el tribunal, incluyendo al jurado, hasta personificaciones más abstractas como “la sociedad estadounidense” o “todo el mundo” (como repite el canto de los protestantes:“¡the whole world is watching!”).
Ahora bien, luego de presentar los bastidores de la escena donde se desarrollará este drama es hora de introducir el decorado y los personajes que lo constituyen. Primero, por supuesto, el grupo de los 7, que habría que dividir en tres partes.
Los protagonistas: Tom Hayden y Rennier Davis, líderes del Students for a Democratic Society o SDS; Jerry Rubin y Abbie Hoffman, líderes del Youth International Party o “Yippies”; y David Dellinger, líder del movilization to end the war in Vietnam o MOBE. Luego los menos importantes y predilectos para ocupar un papel secundario: Lee Wainer y John Froines, cuyo papel en la historia se reduce a ser los perdonados por el jurado para que haya menos remordimiento al condenar a sus amigos. Finalmente, añadiendo un poco de color (como se dice en inglés “adding colour”) está Bobby Seale, líder de las panteras negras.
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Cualquier lector atento podrá notar que se han mencionado no siete sino ocho nombres, y quizás se preguntará si ha sido estafado, “¡¿es que mi plata no vale!?”, o si los gringos no saben contar. Pero son siete porque, como declaran en el film, la adición del entonces convicto Bobby Seale parece haber sido una jugada orquestada para dar un tinte de extremismo al grupo. Esto debido a la conocida posesión de armas de fuego por parte de las panteras y por los cargos que su líder tenía debido a un supuesto homicidio en Connecticut.
La introducción de este +1 queda entonces explicada por un intento de radicalizar al grupo, o mejor, por una creación simbólica del grupo: es decir, hacer creer que se trataba en efecto de un grupo unificado como constata el testimonio de apertura del fiscal ante el jurado: “los acusados les dirían que representan a tres grupos diferentes, pero son la izquierda radical en disfraces diferentes”.
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Lo cierto es que, aunque todos estuvieran en oposición a la guerra de Vietnam, entre los cuatro grupos (SDS, MOBE, Yippies y Black Panthers) había diferencias y conflictos que son expuestos a lo largo de la película. En la primera escena vemos un interesantísimo juego de cámara en el que se interrumpe el discurso del representante de un grupo para que su frase sea terminada por el discurso del siguiente, diciendo exactamente lo opuesto al anterior .
Para el primer grupo, encabezado por Tom Hayden , el objetivo principal era que el candidato demócrata no fuera el entonces vicepresidente Hubert H. Humphrey , cuyas ideas sobre la guerra se acercaban a las de Nixon. Para David Dellinger, organizador de protestas pacíficas el objetivo era, como se dice corrientemente, más simbólico: “ganarse el corazón y la mente de los americanos” ante las cámaras. Los Yippies, además de divertirse con sexo y drogas recreativas, esperaban y se preparaban para medirse con la policía, como vemos en una divertida escena a Jerry Rubin enseñando a armar una bomba molotov en un salón repleto de estudiantes. Finalmente, Bobby Seale tenía la intención de pronunciar un discurso, pero esperaba una inevitable confrontación, una actitud que se resume en el juego de palabras que mantiene respecto al “I have a dream” de Martin Luther King: “está muerto, ¿tiene un sueño? Pues ahora tiene una bala en su cabeza”.
Esta pugna interna de intereses entre los acusados queda luego expuesta en el juicio. Mientras vemos a un respetuoso y “bien vestido” Tom Hayden que acata las normas (sin interrumpir al juez, sin salirse del discurso jurídico, parándose cuando es debido, con un peluqueado hecho para el juez, etc.), Rubin y Hoffman bromean y con ironía sacan a la luz lo arbitrario y cómico del espectáculo en el que se encuentran, visten como jueces y luego como policías burlándose de la institución misma y de un juicio que de entrada había sido definido.
Bobby Seale, por su parte, se separaba de los demás acusados tanto en el juicio como en sus intereses; no tenía nada que ver con los disturbios de Chicago y separaba su lucha indicando que su situación no es comparable, que no es lo mismo ser un niño blanco cuya vida es un insulto a su padre que el ser colgado de un árbol, cosa que dice el día siguiente al asesinato de su amigo Fred Hampton en un “enfrentamiento” con la policía.
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Quedan expuestos los siete de Chicago que, si quitamos a Bobby y a los dos chivos expiatorios, eran en realidad cinco. Nuestro grupo no se encontraba, no obstante, sin protección. Aquí aparece el abogado defensor William Kunstler quien, junto a Leonard Weinglass , se encarga de defender gratuitamente a los acusados debido a su interés en los derechos civiles, la libertad de expresión y, no hay que olvidarlo, en participar de un caso controversial y con todas las luces que sería el más importante de su ya larga carrera.
Kunstler, quien fue además sentenciado por cargos de desacato, toma las riendas y se enfrenta a un juicio con múltiples irregularidades: intervención en las líneas telefónicas, policías encubiertos que ajustaban los hechos, un acusado amordazado y encadenado, manipulación del jurado, y un juez mal calificado por sus pares que lanzaba fallos bastante cuestionables y que no permitió que el jurado escuchara el veredicto del “testigo estrella” y anterior fiscal general (quien señaló que en una investigación llevada a cabo en la administración anterior se llegó a la conclusión que los disturbios en Chicago habían sido comenzados por la policía).
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Si tomamos en cuenta esto último, cabe preguntarse ¿ cómo es posible que se produzca un juicio después de haber sido ya concluida una investigación por parte del gobierno y el FBI? Aquí es donde vemos con maravilla el funcionamiento legal y su estrecha relación con la política . Pero no nos adelantemos. Para explicar esto hay que presentar brevemente a los contrincantes, al “otro equipo”, que se enfrenta a nuestros Chicago Seven.
En la otra esquina del cuadrilátero están los fiscales Tom Foran y Richard Schultz junto al no-tan-imparcial juez Julius Hoffman, marionetas, según nos muestra el film, del nuevo fiscal general John N. Mitchell . Este titiritero republicano tenía intención de vengarse de su antecesor demócrata por no haber dejado su puesto a tiempo según el rito bipartidista en el que los anteriores delegados renuncian para ahorrar a la nueva administración el disgusto de despedirlos.
Esta situación presenta a “los verdaderos jugadores”, para quienes el juicio podría equipararse a un tablero de ajedrez en el que está en juego nada más y nada menos que la lucha por definir la verdad. Si una investigación llevada a cabo por las instituciones sagradas de la democracia estadounidense pasa de estar resuelta a su exacto opuesto es justamente por los intereses en juego en ese otro espectáculo que es la política.
La metáfora no es gratuita, pues basta ver el show televisivo de las elecciones estadounidenses y constatar el gracioso parecido con un evento al estilo del Super Bowl . Al tener en cuenta los resultados presidenciales desde 1945 toda la expectativa y controversia cae por su peso al estar inscritos en una serie en la que se alternan entre ambos partidos el manejo del poder: desde esa fecha los partidos republicano y demócrata se turnan el mandato presidencial (D-R-D-R-D--R-R-D-R-R-D--D-R-D) trayendo como consecuencia lógica que el siguiente presidente será demócrata y luego republicano (les boto ese dato por si quieren apostar en el espectáculo de la contienda ritual de la cabeza del mundo occidental).
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¿Cómo entender aquí la verdad? Los juicios, la corte o el tribunal delimitan ese terreno escurridizo que denominamos en el lenguaje corriente como una entidad absoluta y con nombre propio: “La Ley” . Una abstracción en la que son definidos los límites de la conducta humana, ser omnipotente y absoluto, juez del comportamiento y amo enjuiciador que posee las llaves del cielo, es esa cosa des-historizada e incuestionable que merece junto a la política un lugar en el olimpo de los dioses modernos, un lugar sin duda privilegiado y quizás solo superado por “Dinero”, dios de los dioses.
En este sentido puede entenderse la persistencia del juramento de “nada más que la verdad” y la mano en la biblia. Para el espíritu de nuestra época no ha de sorprendernos que la discusión sobre la política, sobre la ley o la verdad se parezca tanto a discusiones teológicas.
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Ahora bien, al comienzo señalamos de pasada que entonces no había redes sociales ni smartphones, razón por la cual había que dirigirse hacia las cámaras, tenían que juntarse las personas y discutir frente a frente, hecho digno de mención que nos muestra, no sin cierta ironía, el efecto desmovilizador e interpasivo que marca nuestra época y la primacía de la imagen, del espectáculo, de la “peliculización” de lo social .
En la actualidad, se efectúa esa situación soñada del “the whole world is watching”. Pero este deseo está destinado, como todos, a decepcionarnos cuando se cumple. Esto si tomamos en consideración que la producción en masa de contenido de cualquier índole está destinado a refundirse en el scroleo.
Se pueden filmar las atrocidades de la policía en cualquier dispositivo, no hay que buscar las cámaras puesto que nosotros mismos estamos detrás de ellas, pero esa imagen, destinada a ir hacia abajo en nuestro muro, es carente de significado y re-interpretada por cada quien.
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En este escenario se inscribe El juicio de los 7 de Chicago . Es sugestivo señalar que cuando entrevistan sobre la película al entonces fiscal Schultz, dice que es una tergiversación completa de lo ocurrido y señala varios eventos interesantes que son dejados fuera del largometraje como el comportamiento errático del público , los insultos hechos al juez, la actitud de su persona, en resumen, que no hay fidelidad a la realidad. Aquí está dicho todo.
No es que él tenga la verdadera verdad, ni nada por el estilo, lo importante es darse cuenta que toda realidad está simbolizada y entra en conflicto con otras que se le oponen . En el ahora, la lucha es transformada en una suerte de competencia cinematográfica por seducir la opinión pública. Lo cual nos permite hacer un observación sobre la célebre frase W.Churchill y decir que si para la modernidad “la historia era escrita por los ganadores”, para las sociedades posmodernas la mejor historia es la ganadora.
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